“A los ojos de algunos altos funcionarios de la administración estadounidense, para el 10 de marzo de 1959 Fidel Castro –a dos meses de su ascenso al poder en Cuba– era ya un hombre muerto. Ese día se había celebrado una sesión del Consejo Nacional de Seguridad en Washington; en el orden del día, secreto por otra parte, este punto: su eliminación”, escribía el biógrafo alemán Volker Skierka en su libro 'Fidel'.
Castro, por supuesto, nunca fue eliminado. Y, según cuenta le leyenda, sobrevivió muchas intentonas más. De hecho, se tornó, a lo largo de sus 47 años en el poder, en la Némesis para 10 presidentes de Estados Unidos, epicentro de la Guerra Fría y un factor permanente de zozobra y polémica que aún hoy –desde la tumba– desvela a los estadounidenses.
Pero las relaciones entre estos ‘David y Goliat’ no siempre fueron tan convulsas. El 7 de enero de 1959 y solo seis días después de su descenso de la Sierra Maestra para derrocar al dictador Fulgencio Batista, el propio presidente Dwight Eisenhower reconocía formalmente al nuevo gobierno.
Ese abril, Castro visitaba a Estados Unidos, el mismo país que 20 años antes había sido destino de su luna de miel. Su causa, además, contaba con serios simpatizantes, entre ellos John F. Kennedy, que por entonces se perfilaba como el próximo mandatario de EE. UU.
Pero el entendimiento duró muy poco. En junio de 1960, y tras varios acuerdos comerciales que dejaban claro su acercamiento con la Unión Soviética, Castro decidió nacionalizar todas las petroleras estadounidenses que se negaban a refinar el crudo que llegaba de la Unión Soviética.
En octubre de ese mismo año dio un nuevo paso que agotó la paciencia del antiguo socio: la expropiación por la fuerza de cientos de empresas estadounidenses en la isla.
Washington respondió prohibiendo las exportaciones a Cuba, dando inicio formal a un embargo económico que está vigente a la fecha; y al año siguiente, Eisenhower rompió las relaciones bilaterales.
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El primer gran pulso
Irónicamente, fue el presidente Kennedy, pese a sus palabras conciliatorias, el que llevó el naciente conflicto a su punto más álgido en la historia.
A tres meses de su ascenso a la Oficina Oval, el recién elegido presidente autorizó a un grupo de 1.297 exiliados cubanos –entrenados por la CIA durante el gobierno anterior–, para que invadiera Cuba con la intención de derrocar a Castro.
El 15 de abril de 1961, seis aviones estadounidenses partieron desde Nicaragua y bombardearon pistas de aterrizaje en la isla como antesala de la invasión.
Al día siguiente, Castro respondió a la agresión declarando a Cuba un Estado socialista.
En todo caso, el bombardeo le valió a EE. UU. una rotunda condena internacional que forzó al presidente Kennedy a cancelar el apoyo aéreo que requería la operación.
Sin el respaldo de la aviación estadounidense, los exiliados desembarcaron en bahía Cochinos ese 17 de abril solo para ser masacrados por las fuerzas de Castro.
La invasión de bahía Cochinos –como desde entonces se conoce este episodio de la historia– provocó la reacción de la URSS, que decidió estacionar en Cuba misiles nucleares que apuntaban a EE. UU. Informado por sus organismos de inteligencia, Kennedy ordenó, en octubre de 1962, un bloqueo naval de la isla.
Durante seis días de tensas negociaciones, el mundo contuvo el aliento ante la posibilidad de una guerra nuclear entre los dos gigantes.
Al final, la Unión Soviética accedió a remover los misiles y Estados Unidos se comprometió a nunca invadir la isla.
Desde entonces, las relaciones con Cuba se han movido al vaivén de los acontecimientos, tanto mundiales como de la política interna de EE. UU.
El presidente demócrata Lyndon B. Johnson, por ejemplo, mantuvo relaciones informales con la isla y hasta firmó un acuerdo que permitía la emigración de 4.000 cubanos a EE. UU. por mes. Sin embargo, Richard Nixon, mandatario republicano, suspendió el ingreso y endureció el embargo tan pronto llegó a la Casa Blanca en 1973.
Bajo Jimmy Carter, las relaciones alcanzaron un buen momento. No solo restableció lazos diplomáticos entre ambos países, sino que en 1977 autorizó el viaje de estadounidenses a Cuba tras casi 20 años de prohibición.
Pero el ‘romance’ llegó a su fin en 1980 luego de un éxodo masivo de cubanos al que se conoció como el ‘Mariel’, por el nombre del puerto del que partieron.
Pidieron asilo
Agobiados por la penuria económica que provocaba el embargo, miles de cubanos irrumpieron por la fuerza en la embajada peruana de la isla para pedir asilo.
Pese a los reclamos de Castro, que exigía su retorno, Perú los protegió, y lo mismo hicieron otras embajadas como la de España y Costa Rica. Ante eso, Castro optó por permitir la salida de la isla y miles se embarcaron rumbo a EE. UU., provocando una crisis en el gobierno de Carter.
Entre el 15 de abril y el 31 de junio de ese año, más de 125.000 cubanos ingresaron al país, y muchos sostienen que fue el manejo de esa situación lo que le costó al presidente demócrata su reelección.
En 1982, Ronald Reagan echó atrás el reloj, truncando las recién nacidas relaciones y prohibiendo nuevamente los viajes a la isla.
Con Bill Clinton, en 1992, las cosas comenzaron a mejorar nuevamente. Pero dos años después las relaciones se complicaron cuando aviones Mig de Cuba derribaron un par de avionetas de la organización de exiliados Hermanos al Rescate.
Cuatro personas murieron, lo que causó la ira de los republicanos en el Congreso, que al poco tiempo aprobaron un duro proyecto de ley, conocido como la Helms-Burton y que endureció aún más el embargo.
Clinton, que se encontraba en campaña de reelección, no tuvo más remedio que firmarla, so pena de ser castigado en los comicios.
El último gran 'round' de la tormentosa relación, curiosamente, lo desató un niño de 5 años que acabó dividiendo al país en dos y, nuevamente, incidió en una elección presidencial.
Elián González –el nombre del niño– fue encontrado a la deriva cerca de las costas de Fort Lauderdale, Florida, en noviembre de 1999. Era el único sobreviviente de un grupo de 13 inmigrantes que habían salido de Cuba con la esperanza de llegar a EE. UU. Su madre estaba entre los muertos. Su padre, que no abandonó Cuba, exigía su retorno. Pero familiares en Miami, que lo acogieron desde que llegó, se negaban a devolverlo.
Clinton, presionado por un sector de la población que consideraba lógico que el niño regresara con su padre, se hizo a un lado para que el Departamento de Justicia impusiera la ley.
Miles de cubanoamericanos se atrincheraron durante semanas en torno a la casa donde vivía Elián para impedir la repatriación, que finalmente se dio la madrugada del 22 de abril tras un impresionante operación de asalto.
El vicepresidente Al Gore, temiendo que la decisión de Clinton afectara sus aspiraciones presidenciales en Florida, se puso del lado de los exiliados, argumentando que eran las cortes familiares del Estado las que debían resolver el 'impasse'.
Pero muchos vieron en el gesto una calculada movida política y eso afectó su popularidad. Gore, irónicamente, perdió las elecciones, pues Florida votó por George W. Bush.
Bajo los 8 años del gobierno de Bush, las relaciones regresaron al congelador mientras el presidente concentraba su atención en la guerra internacional contra el terrorismo.
Nuevos tiempos
El deshielo finalmente se dio tras el ascenso de Barack Obama a la presidencia. En diciembre del 2014, el afroamericano sorprendió al mundo al anunciar un acuerdo con Raúl Castro para intercambiar prisioneros e iniciar un proceso de normalización de las relaciones.
Como parte del acuerdo, Obama autorizó una serie de cambios que suavizaron el embargo comercial y permitieron no solo el viaje de estadounidenses a la isla, sino la apertura de la isla para algunas empresas de EE. UU. El restablecimiento formal de las relaciones llegó en julio del año pasado, y desde entonces ambos países han estado trabajando para resolver una serie de temas pendientes, como el retiro de Guantánamo y la indemnización a empresas y propietarios que perdieron sus inversiones con la llegada de la revolución.
Aunque las medidas de Obama han reducido los aspectos más restrictivos del embargo, este requiere de una ley del Congreso para levantarse en su totalidad.
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Algo que hoy se ve poco viable. De hecho, existe el temor de que las relaciones vuelvan nuevamente al congelador en la presidencia de Donald Trump. Eso, porque el magnate prometió durante la campaña anular las acciones de Obama e incluso romper las relaciones si no se llega a un mejor acuerdo.
Muchos piensan, no obstante, que eran solo promesas de campaña, ya que hay un sector de los republicanos que aprueban el restablecimiento de relaciones. Una tendencia que se podría consolidar tras la muerte de Fidel Castro.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington