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Comunicado

Podemos lanzarnos a este país inédito, dispuestos a que al menos en los hechos el sí derrote al no.

Ricardo Silva Romero
Cualquier reflexión se vuelve plegaria en Colombia. Dios: que la Corte impida que Uribe el insaciable sea presidente por tercera vez; que Mockus le gane a Santos a ver si por fin esto es mejor; que Santos no sea el uribista mañoso que fue en la campaña del 2010; que en el 2014 Santos derrote a aquel Uribe en cuerpo ajeno, a Zuluaga, para que al menos se dé la paz con las Farc; que en el plebiscito impere el ‘sí’ a ese acuerdo milagroso que es el fin de una de nuestras guerras –y el fin de esas torturas, esas violaciones, esos secuestros y esas desapariciones que se han dado porque nadie ha estado mirando– en estos 52 años; que los líderes del no se encojan de hombros ante ese nuevo pacto político lleno de sus propias ideas: que no descubramos que el proceso de paz tendría que haber sido entre ellos y el Gobierno.
Y ojalá no nos demos cuenta de que era un proceso imposible –unirse, en un arrebato de humanidad, para que nadie más sea asesinado: ja– porque desde las elecciones del 2014 vivimos reducidos a la polarización de las campañas: sí versus no.
Pero pocas plegarias son atendidas en este país nuestro. El lunes 21 de noviembre, un comunicado escueto delata a los voceros del no, a todos, porque en ninguna línea lamentan los recientes asesinatos de líderes sociales en la Colombia varada en la guerra, pero, incapaces de sobreponerse a un oportunismo que es una naturaleza, sí insisten en las inexistentes “confusiones derivadas del enfoque de género”. Siguen criticando un pacto político por no ser un acta de rendición. Siguen despreciando un “futuro por ver” por no ser un “pasado por vengar”. Siguen negando el recrudecimiento del horror que vendrá si los acuerdos no son implementados –y hablan de “las mentiras del sí” ante los cadáveres de la semana– como herederos de esa clase dirigente que ha negado que la violencia colombiana ha sido pura voluntad política.
No se atreven a pronunciar un respetable “no soy capaz de perdonar a esos asesinos”, ni se dejan atrapar confesando –y dónde está Vélez Uribe cuando uno más lo requiere– que necesitan a las Farc para que la gente también vote “emberracada” en el 2018.
Sin importar cuál es su fe o su pasado o su partido, siguen portándose, inmóviles en su propio ‘mannequin challenge’, como si no estuviéramos de acuerdo, como si a los demás nos gustaran las Farc: no versus sí.
Y es como si la Historia de Colombia no contara o hubiera empezado en el 84. Y nadie supiera que en un principio, entre el desangre bipartidista que se fundó en el 48 –no versus no–, la ideología de los campesinos que se volvieron guerrilla fue la misma de todos los colombianos: defender, de Colombia, lo suyo. Y es como si no fuera aberrante, “colombiano” en el peor sentido de la palabra, que el senador Rangel escriba que “el Congreso no representa al pueblo” para refrendar los acuerdos, que el exalcalde Castro, que ha visto palacios de justicia en llamas, se aferre a las formas en esta sala de urgencias: castrouribismo. Y es como si no fuera un logro enorme que los jefes de las Farc hayan subido al escenario del histórico Teatro Colón a interpretar el papel de colombianos dispuestos a vivir entre colombianos.
Pero en fin: las enfermedades criollas han sido diagnosticadas hasta el contagio, y hemos sido médicos rezando en la sala de espera. Y podemos seguir encallados en las discusiones y las decepciones de siempre, cantando “qué orgulloso me siento de ser colombiano” de espaldas a Colombia, pero también podemos darles las gracias a los negociadores de esta paz que es algo entre esta nada, y podemos lanzarnos a este país inédito, que ha conseguido desarmar a siete mil personas, dispuestos a que al menos en los hechos el sí derrote al no.
Ricardo Silva Romero
Ricardo Silva Romero
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