Después de los atentados en París, miles (por no decir millones) de personas cambiaron su foto de identificación en Facebook por una bañada en los colores de la bandera francesa. Poco a poco, el 'timeline' de los usuarios de esa red social se tiño de azul, blanco y rojo, al tiempo que se multiplicaban los mensajes de solidaridad hacia Francia y los habitantes de ese país golpeado por el terrorismo del Estado Islámico.
Hasta ahí todo parecía un nuevo ejemplo de ese activismo de escritorio u ola de indignación virtual al que ya nos tienen acostumbrados las redes sociales. Es un enfado fácil que se expresa en pocos caracteres y cuyo impacto en la mayoría de los casos (creo) es bastante dudoso.
No sé si Abu Bakr al-Baghdadi tenga Facebook y haya visto el frenesí francófilo. No sé si al reparar en ello las intenciones de atentar contra Francia y otros países de Occidente hayan disminuido. El hecho es que una vez más la plaza pública de las redes sociales se convirtió en espacio para dejar en blanco y negro una posición política y, sobre todo, lanzar una voz de rechazo a los horrores a los que lleva el fanatismo.
Sin embargo, en esta ocasión apenas pasaron unas pocas horas para que la plaza pública se convirtiera en plaza de mercado tan pronto algunas personas empezaron a atacar a aquellos que cambiaron sus avatares para expresar rechazo a lo acontecido en París. La pelea de verduleras hizo que de la crítica se pasara a la discusión y de ahí, a los insultos porque, sencillamente, algunos no conciben que la indignación ‘facebookera’ sea tan amplia cuando se trata de hechos que afectan la vida de la capital francesa mientras que no hay solidaridad virtual cuando ocurren situaciones igualmente dramáticas en países de Oriente Medio, África o incluso Colombia. Volaron tomates y frutos podridos, agravios y palabras altisonantes. El tal mensaje de paz y rechazo a la violencia terminó convertido en fuente de violencia por sí mismo.
¡Qué intolerancia tan brava! ¡Qué nivel de tontería ese de querer obligar a los demás a pensar como uno! Sin necesidad de armas, aquellos que salieron a criticar a los de la bandera francesa dejaron en evidencia que las redes sociales, más que un espacio ideal de respeto y encuentro de puntos de vista, son una colección inmensa de personas donde se reproducen algunas de las peores costumbres de cada uno de nosotros.
Después de ver ese espectáculo, me puse a revisar mi propio Facebook para tratar de hacer una especie de purga a la intolerancia y mientras avanzaba en la revisión de mi listado de ‘amigos’ terminé por llegar a una conclusión: allí no hay amistades. Facebook nos crea prótesis de relaciones sociales y nos hace creer que con un ‘me gusta’ o un comentario soso en el muro del otro, se consolida una amistad. Nada más falso.
Facebook es, a fin de cuentas, un repertorio de gente en muchos casos desconocida. Una especie de álbum del mundial que uno va llenando con fotos e historias de cientos de personas, pero que una vez completo nunca jamás se vuelve a mirar y cuyo impacto real sobre nuestra existencia física es mínimo.
Al menos eso parece, hasta que ocurre algo como lo de París y el desagradable incidente le revela a uno que la colección de ‘amigos’ es, en realidad, el lamentable reflejo de odios y resentimientos que en el plano virtual se evidencian como actos de egoísmo puro.
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#PreguntaSuelta: ¿no será que sí tienen razón aquellos que dicen que el metro elevado genera inseguridad y excesivo ruido en las zonas por donde va pasando?
Juan Pablo Calvás
@colombiascopio