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Ni dioses ni borregos / Voy y vuelvo

La discusión sobre la reserva Thomas van der Hammen ha caído en la desinformación polarizada.

No sé si sirva de mucho, pero el esfuerzo realizado para ofrecer a nuestros lectores un panorama lo más cercano posible a la realidad sobre lo que sucede con la reserva del norte Thomas van der Hammen ha sido descomunal. Todo en aras de que sea la gente la que pueda apreciar sin apasionamientos de ninguna índole y sin filtros de ninguna especie el debate que ha suscitado el futuro de este pedazo de territorio que bien puede definir el futuro mismo de la capital.
El proyecto fue inspirado por el grado de desinformación y de animadversión que el tema ha venido suscitando en distintos escenarios. Particularmente, en las redes sociales. Hasta yo caí en una de esas provocaciones y señalé, erróneamente, a un concejal (que no mencioné y que por tanto tampoco lo haré en este espacio) de estarse prestando para publicar fotos falsas. Luego resultó que quien había mal informado había sido la propia Administración.
La de la Van der Hammen es una discusión que con el pasar de los años se ha convertido en una pelea personal que enfrenta a ambientalistas y planificadores con el alcalde Enrique Peñalosa y los desarrolladores urbanos.
Entre los primeros hay serios y ponderados que dicen estrictamente lo necesario, sin pretender convertirse en dueños absolutos de la verdad. Sucumben de cuando en cuando a la tentación de rebajarse al nivel de los pseudoopinadores que abundan en el ciberespacio. Y también he conocido a otros que la sola mención del mandatario los agita en extremo, los predispone. Lo propio sucede del otro lado. El video que circuló la semana pasada explicando la realidad de la reserva está tan bien elaborado como erróneamente presentado, pues su tono sarcástico, que bien puede funcionar para audiencias jóvenes e irreverentes, irrita a los detractores más duros, que aprovechan para descalificarlo.
El tema de la Van der Hammen ha dejado ver de todo. Quién puede negar que detrás de este se oculta un entramado ideológico y político del que se quiere sacar provecho. Lo ambiental vende tanto como el rechazo a los toros. No se necesitan argumentos demasiado sesudos para que la gente caiga en posiciones a favor o en contra de las tendencias generales. No existen en esta discusión los términos medios. Sea cual sea la decisión final que adopte la CAR, terminaremos fracturados como sociedad: si avala la modificación de la reserva, será porque se cedió ante el capital privado que condena a los pobres; si se mantiene la franja tal y como está, entonces se condenará a millones de ciudadanos a un no futuro y a la sabana de Bogotá a seguir su proceso de degradación.
Y como decía, gran parte de esa desinformación recae en las redes. En ellas, la ciudadanía no escucha razones sino que acude a los apelativos, a la banalidad. Las redes son las multiplicadoras por excelencia de tesis que no siempre se sustentan en hechos ni evidencias sino en las interpretaciones que más se acomoden a nuestra propia forma de pensar y de ver las cosas, como bien lo definió el ensayista español Ernesto Hernández en un reciente artículo publicado en ‘El País’ de España (‘Las redes: el periodismo fantasma’).
Según este autor, los hechos, aquello que constituye la esencia de la verdad, están siendo reemplazados por la “indiferencia” hacia esa misma verdad. Ahora, la gente prefiere consumir “pseudohechos disfrazados de noticia”. El caso más evidente es el del recién elegido presidente de EE. UU., Donald Trump, cuando dijo que podía salir a la Quinta Avenida de Nueva York a dispararles a los transeúntes e igual la gente seguiría creyendo en sus tesis. Y lo eligieron. O la aberrante estrategia de muchas iglesias que inventaron que la ideología de género estaba en el plebiscito y terminaron sentadas en La Habana negociando el acuerdo de paz con las Farc.
Con la Van der Hammen, con los toros, con la economía, con la política, con el deporte, con todo está sucediendo lo mismo. Basta hacerse una celebridad en redes para asegurar que el cielo no es azul sino verde y entonces esa mentira puede quedar convertida, por obra y gracia de los ‘like’, en verdad, pues “ahora todo es relativo y cada uno tiene su propia verdad”, añade Hernández citando a Peter Pomerantsev. Solo importa lo que “se comparte de inmediato”, peligrosa forma de caer en la trampa de la desinformación.
Por eso les recomiendo mirar con cuidado el especial sobre la Van der Hammen que con abnegada pasión ha preparado en esta edición Yolanda Gómez. Léanlo con detenimiento, comparen las distintas posiciones, no se queden solo en los trinos. Es imposible entender cualquier tema de fondo en 140 caracteres, a no ser que usted sea uno de esos ‘dioses’ absolutos de la verdad que ahora inundan las redes sociales o el borrego que los sigue sin siquiera pestañear.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO
En Twitter: @ernestocortes28
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