‘Hygge’ (se pronuncia ju-ga) es un adjetivo muy utilizado en Dinamarca: las cosas cálidas y amables, como la luz que emiten las velas prendidas, son ‘hygge’. Pero también es un sustantivo: en una relajada reunión entre amigos, puede haber ‘hygge’. Y es, además, un verbo. Se ‘hyggea’ cuando se busca, deliberadamente, sacudirse de la presión por ser ‘cool’.
Su opuesto no es solo su ausencia, sino también la presencia de miedo, porque el ‘hygge’ descansa en una sensación básica de seguridad. ¿Cómo diablos definir este concepto tan escurridizo, que viene del nórdico antiguo o ‘norse’ (el idioma hablado por los vikingos) y forma parte del ADN cultural danés? ¿Hay una traducción para esta idea que suele vincularse, quizás de manera simplista, con el cliché de la chimenea encendida mientras afuera nieva?
Cinco libros recientes, algunos ya editados y otros prontos a salir, intentan responder esta pregunta. En librerías europeas y estadounidenses está ‘The Little Book of hygge: The Danish Way to Live Well’ (Harper Collins), donde Meik Wiking, cientista político, conferencista y fundador de The Hapiness Research Center en Copenhague, lo describe como una sensación de confort y cercanía.
También hay otro libro, de título tan similar que se presta para confusiones: ‘The Book of hygge’ (Penguin). En él, la periodista Louisa Thomsen –mitad inglesa, mitad danesa– asegura que el ‘hygge’ no busca otra cosa que centrarse en el ser y no en el tener. Y de aquí a fin de año se espera la llegada de ‘The Art of ‘hygge’, ‘How to hygge y ‘Hygge: A Celebration of Simple Pleasures’.
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‘Exportación no tradicional’
Muchos medios europeos –como ‘The Guardian’ y ‘BBC Mundo’– han consignado este fenómeno editorial, calificando el arte danés de lo acogedor como la más reciente exportación no tradicional de Escandinavia.
El concepto ha comenzado a aparecer cada vez con más frecuencia en debates públicos sobre la economía y la política danesas, a raíz de un dato no menor: el país se ubica muy bien en los reportes internacionales de felicidad (es la nación más feliz, según diversos estudios que publica The Hapiness Research Center, incluido el famoso informe global Gallup). Y si bien los daneses comparten la calidad de vida y el desarrollo de otros países escandinavos, ellos suelen vincular su satisfacción vital con el ‘hygge’, una suerte de sabiduría popular fuertemente arraigada desde finales del siglo XIX.
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“Dinamarca tiene altos niveles de bienestar, incluso más altos que los de otros países escandinavos, y esto ayuda a que la gente tenga espacio mental para conseguir el ‘hygge’ –asegura la periodista inglesa Helen Russell, autora de un ‘best seller’ sobre el estilo de vida en Dinamarca–. El famoso interiorismo danés, con su énfasis en los materiales naturales, como madera o cuero, es un santuario para el ‘hygge’, donde las personas están libres de todo lo molesto y celebran las cosas simples de la vida”.
El clima, por supuesto, ayuda a dar valor a la calidez de puertas adentro. La inglesa Kayleigh Tanner, quien está empeñada en difundir este concepto desde su blog Hello ‘hygge’, recuerda, entre las experiencias más ‘hygge’ que ha tenido, un viaje a Laponia. Luego de pasar varias horas en la nieve –“en algunas partes era tan profunda que nos llegaba hasta la cintura”, cuenta– se sentó con un grupo de amigos a disfrutar de una fogata y un jugo tibio de bayas.
No obstante, advierte desde Inglaterra la escritora Louisa Thomsen, si bien el frío puede ser un marco que potencia el valor de lo tibio, el ‘hygge’ no depende de días cortos y temperaturas bajas: puede ser experimentado por cualquier persona en cualquier parte. No es casual entonces que despierte interés en todo el planeta. Para quienes están analizando este fenómeno, es mucho más que una moda. No se trata simplemente de ambientar una comida de amigos con velas (Dinamarca tiene el mayor consumo per cápita de este producto), darse permiso para un relajante baño de tina o pasarse el día en simpáticos cafetines con muebles visiblemente usados, algo muy popular en Copenhague.
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“Un espíritu tacaño o mezquino extingue la calidez que está en el centro del ‘hygge’, sin importar cuántas velas estén prendidas –advierte Thomsen–. No pienso que el apetito global que hoy experimenta el ‘hygge’ sea simplemente una extensión del encanto que despiertan el diseño, la comida y el cine nórdicos. El ‘hygge’ está protagonizando un ímpetu universal porque es parte del lenguaje del amor, de la pertenencia, del confort, que es común en todo el mundo. Puede que sea un concepto danés, pero responde a una inclinación muy humana. Creo que, en estos tiempos de incertidumbre, los seres humanos estamos empezando a explorar conceptos, como este, que puedan articular nuestra necesidad de más conexión, de una vida más simple”.
Para la autora, los seres humanos estamos experimentando un giro, desde la preocupación por la productividad –algo muy ochentero– y la persecución de la felicidad –tan noventera– hacia la estabilidad más profunda que entregan el contentamiento y la interconexión. En suma: al menos entre los daneses, la competitividad y el exitismo parecen estar siendo lentamente desplazados por valores más simples, donde la vida en familia o con amigos es la tónica.
“La gente está interesándose en el ‘hygge’ porque lo necesitamos –resume Helen Russell–. En tiempos problemáticos, donde todos enfrentamos desafíos económicos y convulsiones sociales y políticas, es más importante que nunca sentirse cerca de las otras personas, agradecer y celebrar los placeres simples. ‘hygge’ tiene que ver con pasar mucho tiempo con las personas que quieres, y todos sabemos lo bien que nos sentimos cuando pasamos tiempo de calidad con nuestra gente”.
Una idea similar tiene la inglesa Kayleigh Tanner: “Es cierto que estamos mirando hacia Escandinavia en busca de inspiración, desde la comida y la moda hasta cómo vivir nuestras vidas. Pero este repentino interés por el ‘hygge’ es un signo de que la gente está cansada de trabajar demasiado, de no pasar más tiempo con sus familias y amigos, de no darse espacio para las cosas que realmente disfruta. El ‘hygge’ nos muestra que hay otras formas de vivir, con un mejor balance. El hecho de que no tengamos una palabra equivalente dice mucho de los países de habla inglesa”.
Los textos disponibles en inglés sobre ‘hygge’ suelen utilizar la palabra ‘cozy’ (acogedor). Pero, según Thomsen, esta resulta insuficiente para englobar el concepto. “La idea de algo acogedor captura solo un hilo de la experiencia ‘hygge’ y no todas las hebras que forman el tejido del concepto –explica–. Cuando usamos esa palabra (‘cozy’), nos referimos a un tipo de vivienda. Pero cuando se ‘‘hygge’a’, lo que se tiene es una sensación de pertenencia, una unión con el momento y con los otros. Es una experiencia de compromiso, de parentesco, que se anida en conceptos como tibieza, confianza y complicidad”.
Y Kayleigh agrega: “La mayoría de los daneses piensan que el ‘hygge’ se experimenta mejor junto a otras personas, pero eso no significa que pueda haber ‘hygge’ con cualquiera; un grupo pequeño y bien escogido es lo mejor”.
Así lo ven desde la academia
El antropólogo Jeppe Trolle Linnet, de padre danés y madre sueca, publicó en el 2011, en la revista Social Analysis, el primer documento académico de proyección internacional que se ha realizado sobre el ‘hygge’. Entre los daneses es considerado como la voz más autorizada para hablar del tema. A su juicio, lo más importante de este concepto es que demuestra que no se necesita una gran riqueza para tener bienestar, por lo que es esencialmente una característica propia de las clases medias y no de las élites (de hecho, su artículo se llama El dinero no puede comprarme ‘hygge’).
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Esto tiene que ver con el origen del concepto, que se remonta a fines del siglo XIX. Según el autor, la pérdida de terrenos que experimentó el país en esos años achicó las fronteras –antes ocupaba grandes zonas de Escandinavia– y los hizo mirar hacia adentro. “Mientras las montañas y cascadas pasaron a ser algo lejano, se dio nueva significación al espacio interior”, apunta. La nación se transformó en un espacio pequeño, donde las personas nunca están demasiado lejos una de otra y donde la ostentación, y cualquier tipo de exceso, era mal visto.
Para Jeppe, la mejor palabra que define al ‘hygge’ es ‘refugio’: un espacio que, en particular después de las guerras, da seguridad.
“Que hoy esté despertando tanto interés es una reacción a la aceleración de la sociedad, la tecnología y la economía, y a la viralización de las relaciones humanas en las redes sociales –dice–. El ‘hygge’ nunca es un elemento en particular, un diseño, un producto: es una totalidad de factores que deriva en una atmósfera. Esta atmósfera ofrece un espacio con menos estrés y sin competencias de poder, sin jerarquías entre las personas, sin dar valor a diferencias materiales o morales. Le da a la gente la posibilidad de validarse con elementos que no se le pueden quitar, independientemente de si tienen éxito o no”.
Kayleigh concluye: “Con el ‘hygge’, todos podemos aprender a ser más amables con nosotros mismos. Es tan fácil comenzar a decir que no a todo lo que no nos gusta o no nos hace bien. El ‘hygge’ nos recuerda lo importante que es permitirnos un poco de relajo y de gozo. No se trata de hacer cambios radicales que al final solo nos estresarán más, sino de encontrar maneras simples en las que podamos extraer de nuestras vidas la máxima felicidad posible”.
SOFÍA BEUCHAT
EL MERCURIO (Chile) - GDA