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La brillante abogada de clase media que podría ser presidenta

Senadora, secretaria de Estado y primera dama. Igualdad entre hombres y mujeres, su sello político.

Nació en Chicago en 1946. Tiene 68 años y, de ser electa presidenta, sería la segunda persona de más edad en ocupar la Casa Blanca, después del republicano Ronald Reagan, que se posesionó a los 69.
Como dijo el presidente Barack Obama en la Convención Demócrata a finales de julio, “No existe una persona mejor preparada para el cargo de comandante en jefe que Hillary. Más que yo o que su mismo esposo, el expresidente Bill Clinton”.
Aparte de una exitosa carrera como abogada, fue senadora por el estado de Nueva York entre el 2001 y el 2009, secretaria de Estado del 2009 al 2013, candidata a la nominación del Partido Demócrata para las elecciones del 2008, primera dama de Estados Unidos entre 1993 y el 2001, y primera dama en la gobernación de Arkansas de 1979 a 1981 y de 1983 a 1992.
A lo largo de su vida ha sido la primera mujer en muchas cosas. Entre ellas, la primera en representar a Nueva York en el Senado estadounidense, la primera en ganar la nominación a la presidencia de uno de los dos partidos tradicionales y, si gana este 8 de noviembre, la primera en despachar desde la oficina oval.
Su padre, Hugh Rodham, tenía una pequeña empresa textil que les permitió vivir con relativa comodidad en un suburbio de Chicago con su esposa Dorothy, Hillary y sus dos hermanos menores: Anthony y Hugh.
Dorothy, quien murió en el 2011, fue fundamental en la carrera de Clinton, pues le sembró la idea de que entre hombres y mujeres no había diferencia alguna y que podía aspirar a cualquier cargo en el planeta.
Gran parte de esas lecciones de vida que le dejó su madre se fundaron en una infancia terrible de su progenitora, llena de abusos físicos y emocionales, pues sus padres la abandonaron en casa de sus abuelos cuando tenía ocho años y allí vivió los peores tiempos. En una ocasión la castigaron por un año entero a estar recluida en su habitación por pedir dulces la noche de Halloween. Se fugó de la casa a los 14 años y se empleó como muchacha del servicio, cocinera y cuanto oficio pudo para poder sobrevivir. Nunca pudo estudiar, pero se esforzó mucho para que Hillary lo hiciera y tuviera mejores oportunidades que las que ella tuvo. Por eso Hillary ha dicho que su interés por los derechos de los niños y de las mujeres, una causa que ha marcado toda su vida en la política y como activista, fue determinado por la historia de su madre.
Tan pocos límites tenía su mente que en una ocasión, cuando todavía estaba en la primaria de su colegio, le escribió una carta a la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (Nasa) para pedirles trabajar con ellos como astronauta. Le contestaron que la agencia no estaba contratando mujeres.
Hillary comenzó su vida pública siendo republicana, el partido de su padre, pero se convirtió pronto en demócrata influenciada por las protestas contra la presencia de Washington en la guerra de Vietnam.
En 1974, acabando de egresar de la universidad, se mudó a Washington para trabajar en el comité legislativo que se encargó de investigar el escándalo de Watergate y al presidente Richard Nixon.
Ese mismo año, Hillary tomó una decisión que la marcaría por siempre y que fue muy criticada por amigos y familiares: mudarse a Arkansas para estar al lado de su novio, Bill, en lugar de continuar en Washington, donde ya se abría un futuro promisorio. “Estaba muy enamorada y decidí seguir mi corazón y no mi mente”, dijo en una entrevista reciente al explicar ese momento.
Bill y Hillary se casaron en 1975, pero desde el comienzo ella le dejó claro que no pretendía ser su sombra. En 1978, Bill Clinton se convirtió en gobernador de Arkansas, un cargo que perdería en 1981, pero al que volvería desde 1983 hasta 1992.
Durante esos años, Hillary se mantuvo trabajando en la firma de abogados Rose Law Firm, donde llegó a ser la primera mujer en convertirse en socia de la empresa. Así mismo, fue nombrada cabeza del comité para la atención de la salud en el estado y continuó dedicándose a la defensa de niños huérfanos o víctimas de abusos.
En 1992, Bill fue electo presidente de Estados Unidos. Hasta ese momento, el salario de Hillary siempre había sido superior al de su marido. Pero no dejó de serlo debido a que a él le pagaran más por ser comandante en jefe, sino porque Hillary tuvo que renunciar a Rose Law Firm para instalarse en Washington. De hecho, cuando no estaba en su rol de candidata, cobraba 250.000 dólares por discurso.
Desde que pisó la Casa Blanca también dejó claro que no sería la típica primera dama dedicada a eventos de caridad y respaldando a su marido. El presidente le encargó el desarrollo de un proyecto para reformar el sistema de salud del país. Sin embargo, no tuvo respaldo del Congreso, que nunca lo dejó prosperar y ha sido una de las derrotas más grandes que ha sufrido desde su debut en la arena política, quizá solo superada por el revés del 2008, cuando Barack Obama la venció en la nominación presidencial de su partido.
El paso de los Clinton por la Casa Blanca tuvo su buena dosis de escándalos. El más grave de todos fue el ‘affair’ extramatrimonial de Bill con Monica Lewinsky, una practicante en la Casa Blanca. El caso generó una investigación que terminó en juicio de destitución contra el presidente.
Hillary decidió preservar su matrimonio pese a las infidelidades de su esposo. Pero ha sido un factor constante de humillación y críticas que salió a relucir en esta campaña, cuando su rival republicano, el magnate neoyorquino Donald Trump, llevó a varias de las mujeres supuestamente abusadas por Bill a uno de los debates que tuvo con Hillary.
En el año 2000 se convirtió en senadora por el estado de Nueva York. Ha sido la primera y única vez que una primera dama del país se lanzó a un cargo de elección popular y resultó elegida. Además, fue reelegida en el 2006.
Durante sus años como senadora, encabezó los esfuerzos en la recuperación de Nueva York tras los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001. En el 2003 votó a favor de la guerra en Irak, una decisión que todavía la persigue y también fue usada en su contra por Trump, pese a que fue un presidente republicano el que la declaró (George W. Bush) y un Congreso republicano el que la autorizó.
En el 2008 aspiró a la nominación del Partido Demócrata para las elecciones presidenciales. Era la gran favorita, pero se le atravesó el entonces desconocido pero carismático senador afroamericano por el estado de Illinois, Barack Obama, que terminó llevándose el triunfo tras unas primarias muy disputadas.
Obama la nombró secretaria de Estado –fue la tercera mujer en el país en ocupar ese cargo–, el cual desempeñó hasta el 2013.
Durante esos años tuvo que enfrentar la llamada primavera árabe y luego la intervención militar en Libia. De ese conflicto emanan dos de los problemas que más le han costado en este ciclo electoral. La toma del consulado en Benghazi (2012), donde murieron cinco estadounidenses, entre ellos el cónsul, y el escándalo por el uso de un servidor privado para manejar sus comunicaciones oficiales. El Congreso lo descubrió cuando investigaba su responsabilidad en el manejo que ella le dio a la toma del consulado.
En julio del 2015 confirmó que volvería a intentar la nominación. Otra vez la gran favorita tuvo que batallar hasta el final con el senador por Vermont Bernie Sanders, quien de la nada armó una impresionante campaña en su contra. Y ahora combate contra Trump, el mediático magnate en cuya guerra sucia no queda títere con cabeza.
Fortalezas
En política doméstica es considerada una experta en derechos de los niños y cobertura de salud, dos temas que pesan en el electorado. En cuanto a relaciones internacionales, tuvo a su cargo recomponer las relaciones de Washington con sus aliados en el mundo tras ocho años de una política unilateral de George W. Bush que dejó al país muy aislado.
La posibilidad de ser la primera mujer en llegar a la oficina oval juega a su favor. De acuerdo con las más recientes encuestas, Hillary Clinton le saca a Trump entre diez y quince puntos del voto femenino. Una ventaja muy importante si se tiene en cuenta que ellas representan el 51 por ciento del parte electoral.
Las conexiones en Washington y el Gobierno central constituyen, a pesar de las críticas de Trump por ello, una ventaja para la ex primera dama, quien conoce al dedillo cómo opera la burocracia estadounidense. En particular el Congreso, con el que el presidente debe trabajar si quiere avanzar en su agenda.
Clinton lleva recolectados casi 1.000 millones de dólares para gastar, el doble que Trump. Eso le ha permitido hacer campaña en más estados y distribuir recursos en las operaciones en el terreno. Así mismo, llegó a la recta final de la campaña con 100 millones más que su rival, la mayoría invertidos en avisos en estados como Florida y Carolina del Norte.
Debilidades
La credibilidad es su talón de Aquiles. En eso mucho tienen que ver Bill Clinton y los escándalos que ambos protagonizaron durante sus años en la Casa Blanca. Pero, más recientemente, Hillary ha contribuido a esa percepción con la manera de enfrentar investigaciones en su contra, como el uso de un servidor privado de correo cuando era secretaria de Estado.
El tema de sus correos electrónicos es un lastre. Las investigaciones sobre la muerte de cinco estadounidenses en la toma del consulado en Benghazi (Libia) arrojaron que Clinton usó un servidor privado de correos, por lo que no se pudo rastrear su proceder en ese tema. Dicen que pudo haber borrado miles de comunicaciones que la incriminaban.
Treinta años en el radar público también generan desgaste. Clinton, de hecho, es la candidata a la presidencia con mayor imagen negativa en toda la historia de este tipo de mediciones (más del 52 por ciento y solo superada por Trump). E incluso es vista con reserva por un sector de su propio partido, en particular los jóvenes, que no la consideran alguien inspirador.
Hillary Clinton, para bien o para mal, es juzgada por los éxitos o retrocesos de la presidencia de Barack Obama. Más en su caso, pues hizo parte de la administración como secretaria de Estado. En ese sentido, le ha sido difícil plantear una agenda novedosa y es de suponer que, de ser electa, heredaría el ‘statu quo’. Por eso hay quienes la ven como alguien demasiado continuista.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
En twitter: @sergom68
Washington.
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