Buena parte de sus 81 años los vivió León de Greiff dentro de las cuatro paredes de una oficina. Paradójico porque su forma de escribir poco o nada se corresponde con la pesada y aburrida rutina de un funcionario público que cuadra balances, objeta informes financieros y revisa gastos.
Contador del Banco Central en Bogotá de 1916 a 1925; un año como administrador de la construcción del ferrocarril Bolombolo-La Pintada; jefe de Estadística en la Dirección Departamental de Caminos de Antioquia durante cinco años; jefe de Estadística de los Ferrocarriles Nacionales de Colombia de 1931 a 1945; varios cargos menores en el Ministerio de Educación Nacional hasta 1950, cuando entró a la Contraloría General de la República, en donde trabajó nueve años con algunas interrupciones, como, por ejemplo, ser gerente del equipo de fútbol de la Universidad Nacional, resumen una larga y aburrida lista de cargos que, sin embargo, le permitieron una pensión de funcionario en el lejano 1966.
“Pero ni estadística ni contabilidad secaron su vena lírica, tan impugnadora como melódica. Despreció todo cuanto su fastidio, incluso su odio, consideraba digno de tal negación…”, escribió Juan Gustavo Cobo Borda en la Historia de la poesía colombiana, siglo XX (Villegas Editores).
Vida paralela
León supo encontrar espacios para salir de la rutina de los despachos públicos. Con escasos 20 años de edad fue nombrado como secretario ad hoc del general Rafael Uribe Uribe, amigo personal de su padre. Un año después, en Medellín, fundó con un grupo de intelectuales la revista 'Panida', que tuvo veinte números, los tres primeros bajo su batuta.
En 1925 creó en Bogotá la revista 'Los Nuevos', junto con su hermano Otto y un grupo de escritores bogotanos. También fue el director de la 'Revista de las Indias', en sus primeros cinco números, y en 1940 formó parte de los artistas e intelectuales que le dieron vida a la 'Radio Nacional'. En 1955 hizo parte del comité patrocinador de la revista 'Mito'. Y, como el tiempo era su mejor aliado, publicaba, de manera simultánea, libros y más libros o Mamotretos como bautizó a algunas de sus antologías. Su pluma fue inagotable y extraordinaria.
Pluma entrenada desde su tierna infancia y estrenada en su adolescencia. De hecho, en 1921, se publica 'Álbum para Matilde', que recoge 68 poemas escritos desde 1913 (cuando apenas tenía 16 años) hasta 1916, obra dedicada a quien sería su esposa y madre de sus cuatro hijos, Matilde Bernal Nicholls. Este libro fue reeditado en el gobierno de Belisario Betancur, en una edición de lujo y en facsímiles por 'El Navegante Editores' (1995).
El amor fue uno de los temas a los que siempre volvía, tal vez porque fue un galán consumado que se enamoraba todos los días. Escogió las más hermosas y delicadas palabras para lisonjear a las mujeres, para resaltar sus atributos físicos y biológicos.
En 1936, el periodista Eduardo Castillo, en una de sus columnas semanales para la revista 'Cromos', reproducida por la Editorial Norma en su serie Cara y Cruz, sobre León de Greiff y su obra, escribió: “¡Leo Legris!... Es posible que, si sois aficionados a la lectura, hayáis hallado algunas veces este seudónimo en nuestras revistas juveniles, al pie de composiciones brumosas, sibilinas, casi criptográficas. A la primera lectura, esos versos no han sido sin duda de vuestro gusto. Nada más explicable. Su ritmo irregular, sus giros elípticos, su léxico rico en neologismos, sus acrobatismos prosódicos, ha ofendido vuestros prejuicios literarios, herido, con sus caprichos fonéticos, las rutinas de vuestro oído; desconcertado vuestra inteligencia habituada a las producciones poéticas cuya penetración no exige esfuerzo mental alguno”.
Y sí, los versos de León de Greiff no son fáciles, ni su vocabulario, corriente. Uno de sus más famosos poemas 'El relato de Gaspar,' dedicado a Jorge Zalamea, que pareciera escrito para estos días, es buen ejemplo de esas osadas acrobacias con el lenguaje. Las primeras líneas:
“Después de tantas y de tan pequeñas cosas, –busca el espíritu mejores aires, mejores aires / Toda aquésa gentuza verborrágica –trujamanes de feria, gansos del capitolio, engibacaires, abderitanos, macuqueros, casta inferior desglandulada de potencia, casta inferior elocuenciada de impotencia–, toda aquésa gentuza verborrágica me causa hastío, bascas me suscita, gelasmo me ocasiona: / mejores aires –busca, busca el espíritu mejores aires–”.
Y fueron los Relatos, también, reiterativos en su poesía. Los bautizó con nombres de personajes que le interesaron. Desde que vieron la luz fueron memorizados, continúan siéndolo, por admiradores o no de la poesía, pero eso sí, por ese grupo de seguidores incondicionales que siempre tuvo, tiene y tendrá.
De rumba con León
Al alba de los años 80, después de la muerte de León de Greiff, el cantante Leonardo Álvarez, con otros socios, abrió un local de rumba en Bogotá, que tuvo dos sedes, al que dio el nombre de uno de sus famosos relatos: Ramón Antigua, en honor a uno de estos hombres que aprecio el poeta.
De inmediato, el rumbeadero de Álvarez encontró una clientela que aumentaba día a día. El Relato de Sergio Stepansky se oía, como plato fuerte de la noche, en la voz siempre emocionada del músico, que orgulloso cantaba esos bellos y nostálgicos versos que se han erigido en un himno a la desesperanza que nos habita desde hace tantos años.
Un día, Álvarez le confesó excitado al crítico musical Manuel Drezner que se había embarcado en la tarea de musicalizar algunos de los poemas de León, a lo que Drezner le contestó, impávido y solemne, que la poesía de León era música pura. Álvarez no se amilanó. Y hasta discos grabó, los que, también, se agotaron.
“¡Juego mi vida!
¡Bien poco valía!
¡La llevo perdida
sin remedio!
Erik Fjordson”.
Era la introducción que hacía Álvarez, como la escribió el poeta para comenzar el Relato de Sergio Stepansky.
“Juego mi vida, cambio mi vida. / De todos modos la llevo perdida… / Y la juego o la cambio por el más infantil espejismo, / la dono en usufructo, o la regalo… / La juego contra uno o contra todos, / La juego contra el cero o contra el infinito, / La juego en una alcoba, en el ágora, en un garito, / en una encrucijada, en una barricada, en un motín; / la juego definitivamente, desde el principio hasta el fin, / a todo lo ancho y a todo lo hondo / en la periferia, en el medio / y en el subfondo…”.
Este relato es uno de los poemas con más alta recordación dentro de la poesía colombiana, como lo comprobó una encuesta realizada entre transeúntes de diversas ciudades, que aparecen recitando de corrido sus estrofas, en uno de los videos que sobre De Greiff se han hecho.
León fue siempre independiente y hasta distante. Muchos contertulios en los cafés bogotanos, sobre todo los de El Automático, lo calificaban así porque se negaba a hablar de su poesía y menos le gustaba recitarla. Él afirmaba que ese café era el club social de la clase media bogotana, según cuenta su sobrina Ilsa de Greiff.
En 1959 fue nombrado por Alberto Lleras Camargo como primer secretario en la Embajada de Colombia en Suecia, en donde ejerció funciones consulares y de encargado de negocios hasta 1963.
Un año antes había viajado por primera vez a Europa en un recorrido de 115 días por distintos países. Ahí se inauguró, con honores, como viajero. Casi nunca rechazó las numerosas invitaciones que recibía para asistir a coloquios, posesiones de presidentes, congresos culturales y reuniones de intelectuales, sobre todo los provenientes de los países de la cortina de hierro.
Alguna vez le preguntaron al poeta que por qué no se afiliaba al Partido Comunista, y contestó: “Porque yo no soy pendejo”, relata Ilse, quien lo recuerda como un tío cálido, sencillo y sofisticado a la vez: le encantaba comer fríjoles y arepa tanto como el fútbol, el ajedrez y la música clásica. También dice que jamás fue empalagoso en sus muestras de afecto ni en el uso del lenguaje. No utilizaba diminutivos ni siquiera en las dedicatorias.
El principio del fin
Otro hecho que lo retrata es que no aceptó el cargo de miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua.
En 1972, cuentan Ilse de Greiff y su esposo Alfredo, León se cayó y se fracturó el cráneo, quedando con graves secuelas. Y ese fue el principio del fin.
Los últimos cuatro años de su vida fueron muy distintos a esa frenética actividad laboral e intelectual que lo caracterizó. Se dedicó a leer historias de vaqueros que siempre olvidaba y recomenzaba. A tomar coca-cola y comer arequipe. No se alimentaba. Hasta ese domingo 11 de julio de 1976, cuando su hijo Boris, laureado ajedrecista, lo encontró muerto en su casa de Bogotá, carrera 16 n.° 23-25, en el barrio Santa Fe. Hoy el lugar es un parqueadero público y, como ayer, tiene un vecindario de prostíbulos y cafetines. Esa casa se inundó y se quemó, pero de ahí sus hijos rescataron la mayor parte de sus libros y discos, que están hoy en la Biblioteca Pública de Medellín.
Doce días después de su muerte, el Consejo Superior de la Universidad Nacional decidió bautizar a su auditorio central con su nombre, como testimonio de admiración hacia quien consideraban “cultor excelso del idioma y exponente auténtico de la literatura nacional”. El pasado primero de octubre fue homenajeado con un concierto de la Filarmónica de Bogotá, que lo recordó como melómano y conocedor profundo de la música clásica, en el Auditorio León de Greiff, declarado monumento nacional.
Sus obras se siguen reeditando, analizando y reflexionando en distintos espacios y por diversos versados. Uno de ellos, el historiador e investigador Hernando Cabarcas, rescató de su casa algunos objetos y libros y montó una exposición en el Archivo Distrital.
Cabarcas, estudioso de la obra del poeta, encabeza con otros expertos un grupo de profesionales que quiere cumplir con su mandato premonitorio que sentenciaba que “por allá en el dos mil y pico algunos seguirán mis huellas y estudiarán mis obras”.
Una página web, www.moxinifadasdegaspar.com, explica en detalle ese cometido y hace inventario permanente de esa actividad, la cual tiene por más reciente una conferencia dictada por Cabarcas en la Universidad de Antioquia.
Su hijo menor, Hjalmar, se ha dedicado de tiempo completo a recoger toda su producción y funge como consejero de editoriales nacionales y extranjeras, dispuestas siempre a relanzar la poesía de León de Greiff, que sí vende.
La vida y obra de León de Greiff están asociadas con la ingenua bohemia bogotana de los años 40. Enamorado de las mujeres y de la noche, fue fumador y bebedor. Y no lo ocultaba. Al contrario, cuando le preguntaban si era cierto que tomaba aguardiente de manera permanente, él contestaba con seriedad: “No soy tan bobo de tirarme un trago para escribir versos”, cuenta riéndose Ilse de Greiff, que tiene dedicada buena parte de la obra de su tío.
En el primer verso de su poema Tergiversaciones I, él mismo se describe así:
“Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa / dicen que soy poeta…, cuando no porque iluso / suelo rimar –en verso de contorno difuso– / mi viaje byroniano por las vegas del Zipa”.
MYRIAM BAUTISTA
Especial para EL TIEMPO