Políticos que en su hora no lograron negociar un acuerdo de paz se atravesaron con todo al “acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, firmado en La Habana el 24 de agosto del 2016, por 8 negociadores del Gobierno, 8 negociadores de las Farc, un delegado de Cuba y uno de Noruega y publicado para lectura general en un suplemento de 32 páginas.
Como al país le consta, durante 6 años de difíciles sesiones, llenas de tires y aflojes, de altos y bajos, un grupo de negociadores del Gobierno, liderado por el doctor Humberto de la Calle, e integrado por exgenerales del Ejército y de la Policía, por un general en ejercicio, por hombres y mujeres profesionales en diferentes disciplinas, se entregaron en cuerpo y alma a conciliar con las Farc, el grupo guerrillero más antiguo, más numeroso y más peligroso, las mejores condiciones para ponerle fin a una guerra fratricida de más de medio siglo.
Esos esfuerzos de tantos años, esas difíciles conquistas, esos acuerdos alcanzados con tanto trabajo quedaron en veremos tras la victoria del No en el plebiscito. Una victoria tramposa, como se deduce de las declaraciones de Juan Carlos Vélez –nombrado por el senador Álvaro Uribe, jefe de campaña del Centro Democrático– al diario La República. Su estrategia de engañar y asustar a la población para que votara berraca y utilizar la recomendación de asesores extranjeros –“No explicar el Acuerdo Final, sino centrar el mensaje en la indignación”– resultó eficaz. El No ganó por 55.000 votos.
De nada sirve llorar sobre la leche derramada. Sirve reflexionar en qué quedamos. Por ahora: en un acuerdo de paz semiparalizado, porque una decena de políticos, que anhelan quedar en la foto, tras desconocer la difícil tarea de más de 6 años, de un grupo de idóneos y serios negociadores, proponen tantas reformas que casi tocaría rehacer el Acuerdo, pero tal como ellos lo proponen. Pues, al parecer, creen saber más cómo negociar un acuerdo de paz, aunque nunca hayan participado en alguno.
Perder el plebiscito y despertarse el país, fue todo uno. Millones de jóvenes, grupos de indígenas, de afrodescendientes, de personas del montón, que por lo general no votan, llenaron parques y plazas de las ciudades pidiendo a gritos la paz. El presidente Santos y los promotores del Sí, vencidos y desconcertados, se aprestaron a dialogar. Se abrieron las puerta de la Casa de Nariño, y allá fue a dar hasta Uribe, con un séquito de precandidatos presidenciales, entre ellos el destituido procurador Alejandro Ordóñez, quien, sin autoridad moral, pues hizo trampa para reelegirse, a la par con Uribe y el CD, sienta cátedra contra el Acuerdo de Paz.
Creo que con la derrota del plebiscito aprendimos que en el país hay centenares de iglesias que tienen un inmenso poder. Salvo la Iglesia católica, a la que le quedó mal no tomar partido; iglesias cristianas, bautistas, metodistas, anglicanas, evangélicas, etc., engañadas con el cuento de la ‘ideología de género’, que no figura en el Acuerdo, votaron No en el plebiscito, para librar a las familias del LGBTI, como si la diversidad sexual fuera un germen transmisible. Por último, para coger la sartén por el mango, y encabezar un nuevo acuerdo de paz , Uribe quiso entrevistarse con las Farc en La Habana. Estas, con muy buen juicio, se negaron...
Suspender el Acuerdo de Paz, por interés personal de políticos ambiciosos, ha sido perjudicial para el país. ¿Hasta cuándo primarán las ambiciones de unos pocos sobre las necesidades y conveniencias de la mayoría? No tiene sentido que en el país no haya paz porque la impide un puñado de políticos egoístas.
Lucy Nieto de Samper
lucynietods@gmail.com