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Luces cortas

Mucho debe cambiar el PSOE si no quiere verse condenado a la irrelevancia por el Partido Popular.

Abel Veiga
En España se acaba un tiempo de cierta zozobra y arranca uno nuevo, pero de enorme incertidumbre. Ahora, despejada la niebla de la investidura de Rajoy, llega un nimbo tan grisáceo como ignoto; nadie sabe cómo será la gobernabilidad. Y el decir gobernabilidad significa dos cosas: cintura flexible en política y, coronando esta, sin duda, pero siendo cimiento además, la estabilidad. Ningún gobierno sin estabilidad perdura; al contrario, es efímero.
La actitud de diálogo, una vez marcado el compás de gobierno, la voluntad no cerril de llegar a acuerdos, grandes acuerdos que acometan las reformas que no se acometieron ni tampoco se consolidaron en estos últimos cinco años, y el rumbo claro de abrir una nueva etapa política en el alicaído derrumbe final del periodo de la transición deberían hacer recapacitar a todos, partidos y ciudadanos.
No se trata de que los dos partidos que han protagonizado en exclusiva estos años pacten lo que a ellos convenga, porque probablemente el Partido Socialista de hoy, convertido Ferraz 70 en un solar entre escombros y algunas columnas que han resistido el vendaval interno, descontrolado y rupturista, tarde mucho en recomponerse y volver a ser, algún día, siquiera, una sólida alternativa.
Lejos queda todo ello. Seguir en el no, como ir a unas nuevas elecciones, era un suicidio, y ha primado en el partido y sus ‘nuevos’ y quizás ‘Brutus’ dirigentes el intento no de salvar este país, que se tiene que salvar solo, sino los restos a la deriva de un partido náufrago total de liderazgo, cautivo de sus viejas e intestinas querencias, y sin que nadie vislumbre qué sucederá.
Si quiere de verdad purificar y expiar sus cegueras voluntarias, sus odios viscerales entre algunos, la desafección y el hartazgo, bien haría con pactar reformas y grandes medidas con el Gobierno con la impronta siempre necesaria de aquella vieja socialdemocracia hoy en horas bajas y situación a las puertas mismas de un coma asistido por ceguera propia y narcisismo autocomplaciente.
Mal harían el Partido Popular y Mariano Rajoy en no tomar unas cuantas y serias lecciones de todo lo que ha ocurrido, desde el fortísimo castigo recibido en diciembre, varapalo sin parangón desde los tiempos de la ruina de UCD por sus conspicuos conspiradores internos que derribaron y hundieron a Suárez, y el poco o indisimulado pecado de la soberbia de la negación de la comunicación, la explicación, la pedagogía y la arrogancia encubierta de altivez y desconexión con la realidad.
Ya no es el momento de enderezar el rumbo perverso y gris del 2011 y la crisis; se trata de levantar una nueva estructura de país, de cincelar una nueva cara, un nuevo sistema político, unos nuevos basamentos a un sistema económico pendiente en exceso de los mismos sectores de siempre y continuista en negarse a sí mismo una modernidad urgente, necesaria pero, a la vez, reinventada y regenerada.
Ojalá sirvan estos más de 300 días, perdidos en la inoperancia, la soberbia política, la arrogancia de los partidos y sus líderes, la desidia global de todos, políticos y ciudadanos, intelectuales y trabajadores, jubilados y jóvenes, en aprender las letras torcidas de un vacío político que nos ha dejado indiferentes, cansados, asqueados en parte, huidizos en otra, e irresponsables casi siempre.
Días que se han sucedido lastimosa y caprichosamente ante un hartazgo ciudadano que incluso es capaz de reírse de sí mismo y de su propio hartazgo. No traten de preguntar al ciudadano qué piensa de todo esto y esta situación, porque todos somos ciudadanos y tenemos ya una opinión consolidada. Pero no es menos cierto que tenemos absolutamente lo que nos merecemos; y los políticos, la sociedad artificiosa, panegírica y de cristal barato que tiene enfrente. Así somos.
Un gobierno en funciones está muy limitado, muy constreñido en sus actuaciones y gastos. Quizás es la árnica que era necesaria después de tanto dislate y derroche público que han protagonizado la mayor parte de estos casi cuarenta años de democracia, pero también de barra libre y absoluta irresponsabilidad.
Empieza una etapa difícil pero decisiva, en la cual veremos si los políticos están o no, de nuevo, a la altura de las circunstancias, algo que no ha sido hasta el momento. Hizo falta una revuelta interna en el socialismo para defenestrar a su secretario general y aplacar, apelando a la disciplina y al castigo, el voto por la abstención.
Nadie sabe qué sucederá, pero mucho debe cambiar el PSOE si no quiere verse condenado a la irrelevancia por el Partido Popular y verse superado y noqueado por la izquierda radical, que a partir de ahora meterá en el mismo saco a populares, socialistas y ciudadanos. Empieza un tiempo de enorme voltaje político. Enorme. Saltarán chispas. Pero ¿y España? La otra incógnita entre luces cortas.
Abel Veiga
Abel Veiga
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