Culmina este jueves en Quito (Ecuador) la Conferencia Mundial Hábitat III, con un sabor agridulce: la deuda en procura de mejorar las condiciones de la ciudad para la gente se mantiene. Hoy, mil millones de personas viven en asentamientos informales, sin acceso a servicios básicos ni condiciones sanitarias dignas; el 60 por ciento de quienes habitan en urbes en vías de desarrollo han sido víctimas de la delincuencia común, mayoritariamente en América Latina y África; las ciudades siguen siendo las responsables de entre el 50 y el 60 por ciento de la emisión de gases de efecto invernadero.
Son solo algunas cifras dadas a conocer en el que es considerado el evento más importante en materia de urbanismo a nivel global, y en el que estuvieron representados 193 Estados y al cual asistieron 37.000 personas que atestiguaron sobre los pocos avances conseguidos desde la última cumbre, celebrada hace 20 años en Estambul (Turquía). Es más, en materia de sostenibilidad ambiental, el panorama ha empeorado.
Y no es para menos. Si bien se reconocen logros como la construcción de una agenda común que permita el desarrollo de centros urbanos mejor planeados y hay esfuerzos evidentes por combatir el cambio climático, mejorar la movilidad o reducir la pobreza, estos palidecen ante el reto de que la población seguirá creciendo a un ritmo tal que en 50 años 9.000 millones de seres habitarán el planeta, la mayoría en una ciudad grande o mediana.
Fenómenos como la migración causada por la guerra, la poca atención al campo, la falta de vivienda en condiciones decorosas, el desplazamiento, la especulación del precio del suelo, la falta de atención a las personas más vulnerables, la inseguridad y poca capacidad de sobreponerse a los desastres continúan estando entre las amenazas más evidentes para la ciudad, pues ellos incuban y sirven de detonante a la creación de los llamados cinturones de miseria.
Por eso, los ojos de la humanidad están y estarán puestos en las conclusiones de Hábitat III, que abogan por lo que se denomina una Nueva Agenda Urbana, con metas precisas que deberán alcanzarse en los próximos 20 años y se sustentan en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) acordados hace un año en el marco de la Agenda 2030 y ratificados en la cumbre de autoridades locales y regionales celebrada en Bogotá hace una semana.
Dicho documento reitera, insiste, casi que implora a los Estados del mundo interceder más por las ciudades, no ser indiferentes a la necesidad de construir entornos más seguros e incluyentes; ciudades que no le den la espalda al medioambiente, que construyan espacio público y sistemas de transporte limpios y accesibles para todos.
Todo ello será posible no solo con el involucramiento de los gobiernos locales y nacionales, en los cuales recae la mayor responsabilidad, sino con el aporte decidido del sector privado y la participación de los ciudadanos. Es la única forma de garantizar que las generaciones venideras cuenten con el espacio urbano que requieren para hacer realidad sus sueños y que las ciudades mantengan su vocación de inspirar y ser motores del desarrollo y la innovación, sin que para lograrlo tengan que agredir su propio entorno.
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