En referencia a su editorial ‘El desminado sigue’ (17-10-2016), me parece, como allí se dice, que es una de las noticias positivas que se registran.
Creo que debió ser más amplia en todos los medios. Estas son las muestras de paz, porque mientras unos nos disputamos un Sí y un No, donde no deja de haber odio y política de por medio, otros colombianos, sin aspavientos, se juegan la vida en un trabajo peligroso por salvar vidas y evitar tragedias, que solo se sienten en lo rural. Necesitamos una paz pronto para que la guerrilla ayude a desminar. Eso, entiendo, está en el acuerdo.
Dicen que hay unas cien mil minas en nuestro suelo, y que estarán ‘vivas’ durante largos años. Esta es una desgracia que llevará años superar, pero cada municipio libre es un triunfo de la vida sobre la muerte. No queremos ver más mutilados ni muertos por esas trampas. Menos a los niños, a los que les daña el futuro y les truncan los sueños... Gracias a los que están en ese bello empeño.
Lucila González de M.
Bogotá
El ejemplo suizo
Señor Director:
Cuenta Johann Hari, en su obra ‘Tras el grito’, que en Suiza los contribuyentes prefieren invertir 31 francos por cada drogadicto atendido en las casas de acogida estatales, que 44 en la interdicción y lucha contra las drogas, en donde se les trata con metadona y heroína y, ‘motu proprio’, pueden entrar en programas sociales y laborales de reintegración. Los suizos pagan con gusto dicha suma porque, además del ahorro monetario, también se ahorran en crimen, violencia y delincuencia. Algo similar, con drogas farmacéuticas controladas, podría ensayar la Alcaldía de Bogotá con los habitantes de calle en centros distritales, ahorrándonos a los contribuyentes la problemática que ya conocemos y devolviendo a tales ciudadanos la esperanza de que hay una solución factible a su alcance.
Rebecca Montenero
Bogotá
Hagamos algo por Siria
Señor Director:
Me refiero a su editorial ‘¿Quién detiene la guerra siria? (15-10-2016). Cuánta tristeza producen las terribles noticias sobre la guerra contra este país. No entiendo por qué las grandes potencias se ensañan así contra los pueblos más débiles causando tanto daño a la vida y tanta destrucción. Donde están la conciencia y el alma de esas criaturas que en esa forma proceden contra sus semejantes, tal vez porque no ven las lágrimas correr ni oyen los alaridos de desesperación, de angustia y dolor de los sobrevivientes, ni los ven con el alma encogida arrancando de entre los escombros a sus hijos destrozados por feroces bombardeos, unos muertos y otros vivos bañados en sangre.
¿Dónde está el resto del mundo, que no ve ni oye; o, mejor, tan indiferente y tan insensible ante el dolor ajeno? Hagamos algo por esas criaturas, que derraman su sangre inocente sin saber por qué.
José Uriel Pérez
Bogotá
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