Desde que perdió el Sí, el Gobierno no ha pensado sino en ponerles conejo a los del No.
Primero advirtió que solo aceptaba cambios de redacción. Luego, que solo sería tramitador de propuestas a las Farc. En el intermedio, sus áulicos proponen la imbecilidad de repetir el plebiscito en los municipios donde llovió. Si el Gobierno cae en esa trampa, tiene que tener en cuenta que esas mesas sumadas solo ofrecen un potencial electoral de 56.200 votos adicionales (en Uribia, Maicao, Sevilla y Plato). Cifra que, comparada con la diferencia de votos entre el Sí y el No, de 56.894, significa que todos los que dejaron de votar, supuestamente por la lluvia, tendrían que marcar Sí (en el segundo plebiscito), para que se afecte el resultado del 2 de octubre.
Tampoco descartemos que la Corte Constitucional esté en eso. En su revisión del Acto Legislativo para la Paz, número 1 del 2016, podría caer en la tentación de poner conejo a los del No, declarando inexequible por vicios de forma el artículo 5, que es el que somete todo al plebiscito.
Mi propuesta es que nos serenemos. Que dejemos de pensar en conejearnos. Y partamos de la base de que las fichas del tablero político están así:
1. El Presidente no se puede quedar con el Nobel de paz y sin la paz.
2. La cúpula geriátrica de las Farc no desea sino descansar con un acuerdo de paz razonable bajo el brazo.
3. Las cabezas visibles del No, de manera rápida, respondieron al clamor popular y a su responsabilidad de consignar sus líneas rojas en un papel que hoy reposa en manos del Presidente de la República.
4. Las Naciones Unidas también cayeron en la trampa de ser convocadas prematuramente, antes de que el desarme, acordado entre las partes, que ellas iban a verificar, estuviera avalado por el pueblo. Ahora están afanadas por razones presupuestales.
5. Las Farc fueron engañadas por Leyva y Santiago con el tal “bloque de constitucionalidad”. La cancillería suiza acaba de aclarar que no era cierto que la canciller Holguín, con solo entregar la séptima copia del acuerdo de paz amarrado en lacito a un señor suizo en Cartagena, estaba creando nueva Constitución en Colombia. Si Leyva, Santiago y la Canciller insisten en que el ‘Acuerdo Final’ es ‘Acuerdo Especial’, y por esa razón entra a formar parte automáticamente de la Constitución (como documento inmodificable e irreformable), se estaría aceptando el absurdo de que los negociadores de La Habana son Asamblea Constituyente. O que el Presidente diga que no.
6. La Conferencia Episcopal dice el viernes: “Solicitemos al Presidente y a las instituciones responsables del país que acojan los aportes que están surgiendo de diversos miembros de la sociedad para configurar este proyecto que dé unidad nacional”.
Luego lo único que salva el acuerdo con las Farc es un texto que surja de un gran acuerdo nacional del Sí y del No. Si el Presidente le mete voluntad política, lo tiene en las manos. Las propuestas de los del No no son ni imposibles ni inviables. Y con un poco de trabajo de Secretaría Jurídica se puede encontrar un común denominador.
Cuando el resumen de todas las propuestas esté listo, si el Gobierno se pone las pilas en el puente festivo, el lunes deberá enviárselo a dos destinatarios: uno, a la mesa de las Farc en La Habana. Otro, a los presidentes del Congreso. Mientras los primeros estudian, los segundos inician inmediatamente los trámites legislativos para implementar las propuestas comunes detectadas. No se demore, Presidente. El Congreso es el único mecanismo que queda, distinto del salto al vacío de la Constituyente, para concretar la esperanza de ese gran acuerdo político por la paz. Allí tienen representación parlamentaria, además de los del Sí, todos los matices del No.
Señor presidente Santos: utilice al Congreso para tramitar su acuerdo de paz. El “mejor acuerdo posible” de su delegado a La Habana, doctor De la Calle, se puede convertir en “mejor acuerdo, imposible”. No le tema al Congreso. El nuevo acuerdo político que de allí surja será la mejor garantía para las Farc de que esto va en serio, es definitivo y comprometerá a muchas generaciones por delante.
Entre tanto… Habría querido escribir sobre el Nobel de Literatura para Bob Dylan, pero la paz no deja cambiar de tema.
MARÍA ISABEL RUEDA