“Los jóvenes estábamos tocando el futuro con las manos, íbamos a ser la generación que no viviría más la guerra en Colombia, no nos preocuparíamos porque una bala segara nuestras vidas por pensar diferente. Mientras pensábamos en eso, el país votó diferente”.
Simón Ladino Cano, estudiante de sociología de la Universidad Nacional y miembro del movimiento Un Sueño por la Paz, es solo uno de los gestores de las multitudinarias marchas de este mes, de una fuerza juvenil que fue capaz de convocar a más de 50.000 ciudadanos para que caminaran hacia la plaza de Bolívar. Además, logró precipitar marchas, también multitudinarias, en otras ciudades del país.
No fueron, ni son, movimientos que surgieron de la ‘plebitusa’, como muchos llamaron a ese desasosiego que tocó las familias del país después de ganar el ‘No’ en la jornada electoral por la paz del 2 de octubre. Ellos, grupos universitarios con una vocación social y política seria, han venido acompañando los diálogos de paz desde sus inicios. Se valen de las redes sociales y los medios tecnológicos para sincronizar todos sus encuentros e iniciativas.
En la Nacional hicieron incluso una encuesta previa con 7.000 personas, entre profesores, estudiantes y personal administrativo. El ‘Sí’ ganaba con un 86 por ciento. Para Cano, lo que pasó después demostró que hay una desconexión importante de la universidad con el resto de la sociedad colombiana.
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Ellos no fueron los únicos que estudiaban el momento histórico. “El Externado creó el movimiento de las Banderas Blancas. Fuimos capaces de reunir, todos los viernes, a 14 universidades en el parque de Los Periodistas, como apoyo a los acuerdos; pero después de las votaciones tuvimos que replantearnos”, dijo Juan Camilo Aristizábal, abogado especializado en derecho contractual.
No exacerbaron odios, fueron más inteligentes. Hicieron un pare en el camino, evitaron la polarización, se blindaron de las mentiras y las manipulaciones de los agentes políticos y se plantearon como meta la reconciliación.
“¿Cómo no trabajar para que la paz sea una realidad?”, apuntó Diego Alejandro Almanza, de la Universidad Distrital.
El chat de WhatsApp fue el recinto virtual de muchas tardes de debate entre estudiantes de universidades públicas, privadas y las de estudios tecnológicos, y así fue como todos se unieron a la primera de las marchas, la del Silencio. Era como una bola de nieve que se nutría de las ganas de protesta juvenil de todas las regiones del país, la misma que marchó en silencio con velas blancas y clamó por el fin del conflicto con indígenas, víctimas y campesinos.
Sus siete puntos
Para la segunda convocatoria, los universitarios ya tenían un manifiesto con siete exigencias que rodaron con piezas publicitarias hechas por ellos mismos: las víctimas deben ser el centro de los acuerdos; el cese del fuego se debe mantener; acabar con la polarización, las mentiras y la manipulación que entorpece el proceso; bienvenidas la movilización deliberativa, las ideas y las propuestas; la ONU se queda y se cuida; la mesa de negociación sigue y escuchamos su voz, y que las propuestas sean un avance y no un retroceso de lo ya acordado. Así de serios son todos sus planteamientos.
“No éramos desconocidos. Trabajamos desde hace mucho tiempo. En El Rosario había muchas iniciativas, entre estas Rosaristas por el Sí y Demócratos. Pero tres aspectos estaban claros para todos: mantener el cese bilateral, acuerdo ya y que la sociedad civil participe”, explicó Esteban Guerrero, estudiante de ciencia política, jurisprudencia y miembro del Colectivo Hablemos de Paz UR.
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Los estudiantes coinciden en que la discusión entre el Sí y el No polarizó al país, por lo que todos los que votaron de forma negativa también fueron convocados. “Muchos estaban confundidos; pensaron que los líderes de la oposición tenían los puntos claros de lo que querían cambiar, pero ya se dieron cuenta de que no era así”, agregó Guerrero.
El poder de las redes sociales con gente inteligente manejándolas se demostró una vez más. La conformación de un comité, convocar todos los movimientos universitarios, organizar sus peticiones y después entablar comunicación con indígenas, desplazados, asociaciones y universidades de todo el país probó la fuerza de las juventudes actuales.
Claro que no todo fue virtual. Estos jóvenes líderes participan semanalmente en discusiones en plazas públicas, conversatorios, diálogos, ‘noches sin miedo’ en las diferentes localidades. No le tienen miedo a gritar sus propuestas sobre el asfalto. En las dos últimas movilizaciones no ha habido protagonistas, sí muchas ideas articuladas.
Lo que está claro es el objetivo, que en palabras de Juan José Rojas, uno de los líderes del movimiento Acuerdo ya, integrado por estudiantes de las universidades Externado, Libre y del Rosario, es ejercer presión para que se finiquite cuanto antes el acuerdo con las Farc. “Marchamos para que este proceso salga adelante lo más pronto posible”, dijo Rojas.
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¿Hasta cuándo lo harán? Por ahora tienen movilizaciones previstas hasta el 31 de octubre, “pero dependiendo de lo que pase –agregó– estamos dispuestos a seguir, cambiando las narrativas, para que la gente no se aburra”.
Daniela Amaya, de la ONG Sinestesia y también promotora de las marchas desde el día después del plebiscito, anota: “Nosotros simplemente queremos aportar a la construcción de paz y a la reconciliación. Y nos estamos movilizando para exigir un acuerdo lo más pronto posible, porque no queremos que esto se vuelva un asunto electoral. Tiene que haber una solución pronta a la incertidumbre”.
En palabras de Alejandro Franco, estudiante de la Universidad de los Andes, “no queremos que la paz se convierta en un botín electoral para las elecciones del 2018”.
“Reconocemos –continúa Daniela Amaya– que hubo un mandato popular que tenemos que aceptar, porque así funcionan las democracias; por eso creemos lo que se debe abrir es un diálogo nacional para oír a todas las voces, pero sin desconocer que la mitad del país votó por el Sí y aprueba los acuerdos, y que esos acuerdos tienen una legitimidad, así que no se puede renegociar todo desde cero”. “La clave –remata– es “trabajar sobre unos cronogramas muy precisos para no dilatar”.
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Lo otro que tienen claro estos jóvenes universitarios es que esto es apenas el comienzo. “La articulación de la paz no termina en la firma del acuerdo, sino que comienza. Así, el trabajo de nosotros seguirá”, manifestó María Alejandra Rojas, estudiante de la maestría en salud pública de la Universidad Nacional y parte del comité ‘Un sí a la paz’ de la FEU.
Acampada antiguerra
La politóloga Catherine Miranda, la de la serenata a Álvaro Uribe Vélez y la guerra de almohadas en la plaza de Bolívar, fue quien armó la primera carpa del campamento permanente por la paz. “Cuando ganó el ‘No’ sentí un enorme dolor. Dije: me voy a acampar por el cese del fuego y la firma de los acuerdos ya. Lo publiqué en redes y ocho personas me apoyaron”. Tres eran amigos, el resto, desconocidos movidos por el mismo sentimiento. La gente les regala desde una lata de atún hasta un abrazo.
“El padre Antún Ramos, de Bojayá, nos visitó. Nos traía cosas en nombre de su pueblo, me abrazó. Eso ya pagó todo el esfuerzo”, dijo. “Les traemos chocolatinas, fue un error lo del No”, le decía una pareja a Manuel Llano, otro líder. Este joven, diseñador industrial, también se unió a la causa tras la ‘resaca’.
Con asambleas permanentes han definido qué buscan: cese del fuego bilateral hasta la dejación de las armas; que el presidente Santos dé a conocer una hoja de ruta para destrabar la implementación de un acuerdo final antes del 31 de octubre del 2016 y que el Gobierno convoque un mecanismo de participación con veeduría nacional e internacional, para que este proceso se blinde.
Han luchado contra todos los rumores. “No representamos a ningún partido político ni a la institucionalidad, actuamos libres, organizados, con un sentido incluyente y pacífico”, dijo Llano.
Esta manifestación ha convocado muchos adeptos, por el sentimiento que despierta verlos aguantando frío, lluvia, sol y todas las incomodidades propias de un campamento. “Aquí se concentra el país que queremos, el que quiere la paz ya”, dijo Alejandro Díaz.
Hoy hay más de 120 personas y hasta tres perros. Las noches son duras; la gente se ha enfermado, de vez en cuando un músico entra y comienza a cantar. “Nos da miedo que la oposición ponga la política por encima de las vidas”, dijo Llano. En este campamento solo entra quien cumpla las normas: no trago, no drogas, no sexo. Las carpas llevan el nombre de las regiones más violentadas de Colombia y hay hasta extranjeros como Jairo Escalada, del País Vasco (España), quien recuerda: “La paz es un derecho universal”.
CAROL MALAVER
Subeditora sección Bogotá
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