Hubo un tiempo en el que se repetía con frecuencia la frase “en este país todo el mundo es doctor hasta que se le demuestre lo contrario”. Era lo más común –y aún hoy lo es– que cualquier subalterno llamara así a su jefe para adularlo, para demostrarle respeto, sumisión. Quizás la costumbre, de sociedad desigual, venga de la vieja práctica española de entregarle semejante título a cualquier graduado de cualquier carrera, pero, ya que desde hace cerca de medio siglo se decidió que cada profesional le sumaría a su nombre su profesión (el ingeniero Silva, el abogado Hernández, el diseñador López), tiene sentido pensar que el colonialismo con todos sus vicios sigue respirando entre nosotros.
Cada tanto vuelve a la opinión pública una reflexión como esta, como si el colombiano fuera tan tradicionalista que incluso le costara dejar atrás las desigualdades sociales, porque sigue siendo evidente entre nuestros ciudadanos la tendencia a ser reconocido por sus títulos y la vocación a ser validado fuera del país. Pero esta vez el motivo de la discusión es especial: el alcalde de Cali, Maurice Armitage, ha tomado la decisión de prohibir que se le diga “doctor” a las personas que estén en el edificio de la administración de la ciudad, y todo para conseguir –se trata, claro, de una medida pedagógica– un clima de igualdad, sin jerarquías forzadas de otros tiempos, entre los funcionarios, los secretarios, los ciudadanos que pasen por ahí.
Al presentarle la medida a la opinión, el alcalde Armitage dijo: “El día en el que los colombianos nos podamos referir, el uno al otro, sin marcas de diferencia, ese día comenzamos a implantar la paz en este país”. Está claro en la teoría, y en la ley, que no hay en Colombia un ciudadano por encima ni por debajo de otro, pero la idea de Armitage busca hacerlo realidad, persigue que desde el lenguaje de todos los días empiecen a derribarse los prejuicios, las falsas superioridades. “A mí no me digan doctor ni alcalde: llámenme figura o Maurice”, ha dicho el alcalde, y ojalá que gane esa apuesta, pues nunca sobra deshacerse de un vicio.
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