La Biblia, un mismo libro escrito a lo largo de varios siglos por diferentes autores, puede contener textos contradictorios. En el Génesis, por ejemplo, la mujer es citada como un ser autónomo o como un ser subalterno. Eso no disminuye su riqueza como obra de un pueblo, no le quita su carácter de documento que encarna valores universales y trascendentes, ni le resta coherencia a su mensaje global. Pero sí obliga a quien lo lee y lo divulga a hacerle una interpretación responsable.
Como me explicaban amigos teólogos, todo pastor católico o de otras iglesias cristianas comprende los principios de esa hermenéutica, entre los cuales hay como mínimo dos muy claros: que la relación entre Dios y Jesucristo con los hombres está basada en el amor, y la lectura debe partir de esa idea, y que las escrituras son referencias históricas cuyas enseñanzas para el tiempo presente se deben extraer contextualmente.
Aunque no soy religioso, ni mucho menos experto en teología, al ver los videos de cómo están haciendo referencia en sus sermones a textos bíblicos algunos líderes ‘espirituales’ de hoy, convertidos en actores políticos extremistas, me pregunto si no están violando deliberadamente sus propias reglas de exégesis (cómo leer), y si su marcado odio impide la formación ciudadana y la reconciliación en el país. Conste que no estoy proponiendo una ‘superintendencia de la fe’ ni me opongo a que una iglesia que sirve a una comunidad y no al lucro personal de sus pastores esté exenta de algunos impuestos, como toda organización social. Pero, siguiendo una parábola bíblica, sí me parece necesario mirar bien lo que están sembrando y observar el proceso de crecimiento de esas semillas culturales, para que podamos recoger los frutos del trigo y no solamente la cizaña.
Y el asunto es crítico, porque las personas se aferran a sus iglesias para construir identidad, para tener sentido de comunidad y de fuerza colectiva en un mundo de soledades, y muy especialmente, para asumir temores frente a sí mismos y frente a los demás. Una iglesia responsable ayuda a crear ese sentido de comunidad enseñando libertad, es decir, enseñando a las personas a tomar sus propias decisiones con mejores herramientas de conocimiento de sí mismas. Y eso se ve claramente en el trabajo de muchos líderes católicos, metodistas, luteranos, menonitas, presbiterianos, rabinos e imanes, a quienes saludo con esperanza.
Pero hay iglesias irresponsables que manipulan a las personas. Una manera es hacer que su identidad con el grupo se defina por exclusión de quienes no pertenecen a esa colectividad (igual que el sectarismo político o deportivo) y al considerar incorrectos a los otros, justificar el odio: todo lo opuesto al amor al prójimo que enseñaba Jesucristo.
Y la otra manera de manipular, aún más preocupante, es hacer que las personas en lugar de superar sus miedos se vuelvan dependientes de sus pastores para que cualquier situación de debilidad se pueda atender recibiendo del líder carismático y poderoso un consuelo tramposo, que no es misericordia ni apoyo liberador, sino una especie de ‘droga’ espiritual que se administra por dosis a cambio de lealtad ciega o incluso de dinero.
Colombia necesita enseñar a valorar la verdad y a perdonar. Cosas básicas. Cosas lejanas. Sabemos ahora que hay líderes religiosos que para hacer política desde el púlpito dicen que las escrituras sagradas prohíben hacer alianzas con los enemigos, y que llegará el día de dejar las biblias y tomar las armas. ¿No vamos a hacer nada al respecto?
No hay caminos cortos para esta situación. Cualquier forma de control estatal a las iglesias tramposas sería contraproducente. Hay un camino largo, que es apoyar a las iglesias responsables para que las personas ávidas de comunidad y apoyo tengan un ámbito favorable a su desarrollo espiritual. Y hay uno más largo, pero el único certero: se debe mantener a la escuela al margen del adoctrinamiento. Necesitamos formar, desde muy pequeños, seres humanos capaces de razonar con base en evidencias, con pensamiento crítico y curiosidad escéptica; a quienes lo mágico les parezca digno de mejor explicación. Y sobre todo, formar ciudadanos que valoren la libertad, la dignidad humana en general y la diversidad; no personas afiliadas a grupos excluyentes o temerosos de alguien por su condición, identidad, elección u orientación. Y sobre todo, no personas que necesiten que alguien las use y ejerza poder sobre ellas para sentirse seguras.
Digo esto porque mi sueño de cómo educar para la ciudadanía en estos días de posplebiscito ha tenido un aterrizaje forzoso. Cuando las personas creen y justifican mentiras absurdas, tenemos que ir a los básicos: afiliación emocional a una comunidad, capacidad lingüística, sentido de la empatía. Cosas aparentemente sencillas. Cosas lejanas.
Óscar Sánchez
*Coordinador Nacional Educapaz
@OscarG_Sanchez