El espectáculo que presenciaron el domingo millones de personas en Estados Unidos y el mundo en el segundo debate entre Hillary Clinton y Donald Trump fue triste, no tuvo la altura de lo que debería ser un choque de ideas en pos del cargo más influyente del mundo. Todo lo contrario: probablemente fue uno de los más sucios que recuerde la historia.
Como lo había anunciado poco después de la paliza recibida en el primer debate, sumada a los múltiples escándalos que en la semana sacudieron su campaña, Trump hizo de los golpes bajos y del ‘todo vale’ su principal arma para enfrentar a la demócrata. La atacó duramente por el uso de un servidor privado de correo electrónico durante su gestión como jefa de la diplomacia y amenazó con enviarla a la cárcel –como cualquier dictadorzuelo que ignora que la justicia es un poder independiente–. También le disparó por lo que llamó “desastre” de las relaciones exteriores del país bajo su conducción. Pero quizás lo más indignante fueron los comentarios sobre el comportamiento sexual de su esposo, Bill Clinton, para lo cual invitó al debate a mujeres que supuestamente sostuvieron affaires con el popular exmandatario. Pero ¿qué tiene que ver el pasado sexual de Clinton con la campaña presidencial? Que, según Trump, Hillary toleró las infidelidades de su marido, lo que a su juicio la descalifica.
Trump, con rabo de paja, confundió el escenario del debate con el set del reality que presentaba y rebajó el tan necesario cruce de ideas a una explosión de obscenidades e insultos no aptos para menores. Tanto que observadores calificaron lo sucedido como la “noche más oscura” de la democracia estadounidense en la época moderna.
La ex primera dama ventiló también el pasado de infidelidades del magnate, en particular el episodio en el cual una grabación dejó en evidencia el tono sexista, humillante y abusador con el que el multimillonario se refería (¿o refiere?) a las mujeres a quienes aspiraba a conquistar, pocos meses después de haberse casado con Melania, su actual esposa.
Pero todo esto no ha quedado impune para Trump. Paul Ryan, el republicano de más alto nivel en el Congreso del país, anunció este lunes que no seguirá haciendo campaña para Trump y se concentrará en tratar de salvar el mayor número posible de escaños de su partido en el Legislativo, como dando a entender que ‘del ahogado, el sombrero’, es decir que si se da como un hecho que se perderá la Casa Blanca, al menos el desastre sea menor en el Legislativo.
Ya los sondeos están registrando el alejamiento de Clinton en las encuestas, no tanto como resultado del debate en sí mismo sino por la grabación en la cual el multimillonario asegura que puede hacerles a las mujeres lo que quiera. En temas de la agenda tradicional, como terrorismo, inmigración y economía, Hillary volvió a barrer con Trump, según los sondeos, con una media de 58 por ciento a favor contra 41.
Faltan menos de un mes para las presidenciales y un debate (el próximo 19 de octubre) que acabará de dejar las cosas claras. Una oportunidad de oro para que en ese encuentro aflore el estadista o la estadista que necesita Estados Unidos y que, sin exagerar, le urge al mundo.
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