Los partidos socialdemócratas pierden terreno en Europa, al tiempo que los grupos radicales de izquierda y derecha se apresuran a ocupar espacios que hasta hace poco tiempo le correspondían a la izquierda moderada.
Para mí, el caso más lamentable es el del PSOE (Partido Socialista Obrero Español). Derrotado electoralmente por la derecha representada por el Partido Popular (PP), desangrado por el partido de izquierda radical Podemos y ahora dividido tras la dimisión forzada de su ex secretario general, Pedro Sánchez, el futuro del PSOE no es alentador.
Ahora que la oferta política española ofrece a los votantes cuatro opciones nacionales y varias otras regionales, la dinámica de la política en España se ha vuelto extremadamente complicada. En las elecciones de diciembre del 2015, el PP ganó más votos que ningún otro partido, pero insuficientes para darle la investidura a su líder. También ganó Rajoy en las segundas elecciones, pero tampoco logró ganar la mayoría, aunque por estrecho margen. A esta fecha, España lleva nueve meses con un gobierno interino, y con la amenaza de tener que realizar unas terceras elecciones que seguramente fortalecerían aún más al PP y debilitarían a un PSOE divido, descabezado y desmoralizado. La debacle del PSOE ilustra de qué manera se ha angostado el espacio político de la izquierda moderada cuando una parte de electorado se inclina por la derecha y la otra por la extrema izquierda.
Otro ejemplo de la debacle de la izquierda moderada se está dando en Alemania con el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), el decano de los partidos socialistas europeos, con más de 150 años de ilustre historial. En 1998, el candidato del SPD Gerhard Schröder llegó a la Cancillería con el apoyo del 45 por ciento de los votantes, hoy solo cuenta con el apoyo del 21 por ciento de los electores.
El principal problema del SPD ha sido, sin lugar a dudas, la imponente figura de Ángela Merkel. La Canciller, que llegó al poder en el 2005 liderando una gran coalición que agrupó a las conservadoras CDU y CSU, y al SPD. Merkel, que va en su tercer mandato como Canciller y aunque desgastada por la crisis de los refugiados, sigue sin tener competencia en su país y en Europa. Simplemente, no hay en Alemania un solo político que tenga su fuerza política o garantice un mejor manejo de la economía.
El predicamento del SPD es que los logros del gobierno de coalición se le adjudican a Merkel, no al partido minoritario, y que este ha sacrificado su papel como partido opositor mientras contempla cómo el espacio político que ha dejado vacío lo ocupan partidos radicales de izquierda y derecha.
En Francia, el problema del Partido Socialista del presidente François Hollande se divide en dos. Uno es que sus políticas económicas no funcionan: la tasa de crecimiento sigue estancada, los índices de desempleo siguen altos y las empresas francesas no compiten favorablemente en la economía globalizada. El otro problema es político, porque la ineficiencia del Gobierno, el flujo constante de migrantes y los atentados terroristas han dado pie a la consolidación de un partido populista, xenófobo, homofóbico, nacionalista a ultranza que se opone a la globalización y propone un programa económico antiliberal y proteccionista.
Y este es un cáncer que se extiende por toda Europa. Alternativa para Alemania (AfD), Amanecer Dorado en Grecia, El Partido de la Independencia en Reino Unido, Ley y Justicia en Polonia, el Partido de la Libertad en Austria y el Frente Nacional en Francia son grupos que apelan a los peores instintos del proletariado. Una clase obrera que tradicionalmente ha sido la base de los partidos de izquierda moderada, pero que hoy se siente abandonada, si no es que traicionada, y se refugia en el populismo demagógico de partidos de extrema derecha.
Sergio Muñoz Bata