No podemos quedarnos a vivir en el domingo pasado, en el infierno de polarización y recriminaciones mutuas que atizó ese plebiscito delirante. Es hora de aplicar las lecciones aprendidas, levantar la mirada y convertir en ventana de reconciliación el inesperado resultado para construir una paz justa, estable y duradera, donde quepamos todos los colombianos.
Los colombianos que votaron, en una y otra tolda, lo hicieron apoyando un mandato de buscar una paz negociada con las Farc. En ese contexto, volando más alto, fueron los estudiantes quienes dieron en el clavo, al convocar a los del Sí, a los del No y a los de la abstención para convertir la perplejidad en acción y lograr que marcharan, todos unidos, para que las partes no se levanten de la mesa.
Y sus convocatorias fueron eficaces. Las marchas en Bogotá, Medellín, Cali y muchas ciudades más resultaron contundentes, hasta el punto de diluir e invisibilizar a los políticos y funcionarios que pretendían colincharse en las movilizaciones. La fuerza de la convocatoria radica en la pureza y la sinceridad de las voces de los jóvenes, alejadas de toldas armadas, cuarteles y cálculos políticos, cualesquiera que ellos sean, y de despachos oficiales.
Los mensajes, evocando históricas marchas del silencio en los tiempos de Gaitán y tras el asesinato de Galán, resultaron contundentes, sin arengas descalificatorias, sin más reproches, sin más recriminaciones entre los del Sí, los del No y los de la abstención. Todos debemos recibir ese mensaje con humildad y respeto para rectificar las rutas que recorrimos camino al plebiscito y leer en clave de oportunidad el conjunto de acontecimientos vertiginosos que se presentaron en los últimos días.
Así debe leerse también el Premio Nobel, en tono positivo, como una oportunidad para el Presidente y para Colombia. Santos recibió un tanque de oxígeno que ha de comprometerlo con aplicar el mandato ciudadano para corregir los acuerdos en función del propósito que los inspiró y del camino recorrido. El Nobel le devuelve margen de maniobra ante las Farc, ante los del No y ante los abstencionistas, para sacar adelante un acuerdo mejorado que pueda merecer verdadera legitimidad entre los colombianos sin tener que acudir a ninguna triquiñuela para imponer, tal como están, los acuerdos rechazados el domingo por estrecho margen.
Salvo por el descache de la acusación generalizada de ignorantes a quienes votaron No, y por unas declaraciones desafortunadas de altos funcionarios que terminaban por sugerir que de los acuerdos no se puede tocar ni una coma y que quien gobierna es ‘Timochenko’, es justo reconocer que Santos manejó bien los difíciles momentos del domingo y que fue correcto su llamado a los líderes del No. En igual sentido, resultaron alentadoras las respuestas, cada uno a su estilo, de Álvaro Uribe y Andrés Pastrana.
Uribe presentó ayer propuestas para ser estudiadas, camino al exigente desafío de trazar en conjunto las nuevas líneas rojas de la negociación a la luz del resultado del plebiscito. Ya veremos. Y Pastrana ha convocado un sólido equipo de juristas de altas condiciones para aportar desde lo técnico y lo legal en este proceso. Entre ellos recuerdo a Hugo Palacios, Miguel Ceballos, Jaime Arrubla, Hernando Yepes, Augusto Ibáñez y Camilo Gómez.
El comunicado de los negociadores de las Farc y el Gobierno, que mantiene el cese bilateral, es importante, como lo es también la presentación de la ley de amnistía. Un proceso muy prolongado de renegociación de los acuerdos puede resultar dañino y peligroso, pero debemos ser realistas frente a la imposibilidad física de tener acuerdos listos de la noche a la mañana. No hay lugar para envidias, arrogancias, retrovisores ni politiquería. Esta es hora de grandeza, de serenidad y de reconciliación amplia y verdadera.
JUAN LOZANO