No es una mera coincidencia que en la misma fecha tanto Barack Obama como Christine Lagarde hayan hablado extensamente del mismo tema. El primero lo hizo en un texto publicado el viernes por la revista británica ‘The Economist’, mientras que la segunda lo convirtió en el elemento central del discurso que pronunció ese día en Washington, con ocasión de la asamblea anual conjunta del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, a los que pertenecen 189 naciones.
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El asunto es la globalización, definida como la creciente interdependencia entre las naciones de los cinco continentes, la misma que es la fuerza impulsora del mayor cambio en la historia de la humanidad desde el punto de vista del desarrollo. Gracias al comercio y el creciente movimiento de personas y capitales, centenares de millones de personas han salido de la pobreza en las últimas dos décadas, tanto en Asia como en África y América Latina.
Esa transformación, que se expresa en mayores niveles de ingreso, aumento en la esperanza de vida y tasas más elevadas de escolaridad, entre otras cosas, se encuentra en riesgo. El motivo es el surgimiento de una serie de movimientos políticos que ponen en entredicho las ganancias obtenidas y sostienen que los costos son muy superiores.
Las fuerzas en contra
Algunos argumentos son convincentes. Quien lo dude no tiene más que mirar eventos recientes como la votación en la cual la mayoría de los ciudadanos británicos escogieron a finales de junio la opción de abandonar la Unión Europea, de la cual forman parte desde hace 43 años. El ‘brexit’ todavía no se ha hecho efectivo, pero la primera ministra Theresa May ya anunció que el camino formal empezará a recorrerse en marzo, mientras los analistas hablan de las secuelas negativas que podría dejar un divorcio que tocará desde las ventajas arancelarias hasta la inmigración hacia el Reino Unido.
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Y los riesgos van al alza, como bien lo señaló el FMI en su informe de perspectivas mundiales dado a conocer el martes. La principal razón es la probabilidad de que Donald Trump triunfe en las elecciones presidenciales del próximo mes en Estados Unidos y haga realidad su promesa de erigir un muro en la frontera con México, imponerles sanciones a las exportaciones provenientes de China o limitar seriamente la entrada de musulmanes a territorio norteamericano. Un ‘ping-pong’ de retaliaciones muy seguramente deprimiría el comercio y los flujos de inversiones, con consecuencias adversas sobre la economía del planeta.
“Para muchos de sus críticos, la globalización es un proyecto de las élites del mundo para beneficiarse, principalmente a costa de los trabajadores”, explica el respetado analista venezolano Moisés Naím. Tal como lo afirma el propio Obama: “Décadas de crecimiento de la productividad en declive e inequidades al alza han resultado en un aumento más lento de los ingresos para las familias de renta baja y media”.
En la práctica eso se traduce en los millones de empleos que se han perdido en territorio estadounidense debido a la necesidad de muchas empresas tradicionales de bajar costos con el fin de competir mejor. Un caso típico es fabricar automóviles en plantas mexicanas o importar confecciones hechas en Vietnam o Bangladés, con lo cual desaparecen puestos de trabajo bien remunerados al norte del río Grande.
Las investigaciones realizadas demuestran que los que más sufren son los operarios con bajos niveles de educación a quienes es difícil entrenar en otra labor y acaban ocupando cargos en los que ganan mucho menos. De hecho, si se quiere mirar en dónde está la fortaleza electoral de Trump, su base está constituida por personas de clase media con poca escolaridad que piensan que si hubo fiesta, no fueron invitados a ella.
En el norte de Inglaterra, la rabia es contra los recién llegados –sobre todo de Europa del este–, quienes laboran por un menor salario y traen sus propias costumbres. La crisis de los refugiados en el Viejo Continente disparó las alarmas sobre el arribo de un buen número de musulmanes y una eventual invasión de turcos, que no tenía ningún asidero en la realidad. Esa mezcla de presiones económicas, culturales y religiosas ha sido aprovechada para inspirar temor, xenofobia y llamados a cerrar las fronteras.
Como consecuencia, los nacionalismos están a la orden del día. Desde Italia hasta Suecia, pasando por Hungría y Polonia, han aparecido movimientos que plantean que la integración debe tener un límite. No es aventurado pronosticar que el mapa político europeo se verá influenciado por esta situación, un fenómeno que es posible que se extienda a otras latitudes.
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Ganadores y perdedores
Lo que los populistas no cuentan es que los beneficios colectivos superan el saldo en rojo, así sea indispensable prestarle atención a la mala distribución de la riqueza. Para comenzar, están los ahorros para los consumidores o el surgimiento de nuevas oportunidades de negocios. El desempleo en Estados Unidos se encuentra en 5 por ciento, mientras que el año pasado el alza en los ingresos de los hogares se concentró en el 20 por ciento más pobre de la ciudadanía.
Además, hay que reconocer los efectos de otras realidades. “La globalización y el comercio se volvieron chivos expiatorios para las disrupciones causadas por los avances tecnológicos, que todos los días remplazan trabajadores y vuelvan ciertas industrias obsoletas. Claro, hay ganadores y perdedores, pero son la tecnología, la robotización y el uso de ‘big data’ los que nos deben quitar el sueño”, afirma Peter Schechter, director del Centro Adrienne Arsht para América Latina, con sede en Washington.
El punto es válido. Muchos de los oficios tradicionales empiezan a ser amenazados por la irrupción de aquello que se conoce como la cuarta revolución industrial. El problema es que reeducar a la gente es algo en lo cual los gobiernos –ricos y pobres– son especialmente lentos, pues hay que invertir en entrenamiento y no abandonar a tantos a su suerte.
Ante la avalancha de quejas y la irrupción de la política, cualquier esfuerzo de profundización se ve congelado. En la campaña electoral estadounidense, tanto Donald Trump como Hillary Clinton han criticado el acuerdo transpacífico –conocido como TPP, por sus siglas en inglés–, a pesar de que la ex secretaria de Estado y hoy candidata demócrata ayudó a negociarlo. Tampoco se le ve viabilidad a un pacto entre norteamericanos y europeos, pues no parece haber voluntad de sacarlo adelante en ningún lado del Atlántico.
Y por esta región, las cosas tampoco avanzan. Quizás con la única excepción de la Alianza del Pacífico, que integran Chile, Perú, Colombia y México, los demás esquemas de integración latinoamericanos están en crisis, como sucede con Mercosur o la Comunidad Andina. El proteccionismo está vigente en Ecuador y Venezuela, al igual que en Brasil. En nuestro caso hay una voluntad explícita de no firmar más tratados de libre comercio, a pesar de que nuestro nivel de apertura al exterior está entre los más bajos del mundo.
“Es muy importante reconocer que la globalización también tiene perdedores”, opina el colombiano José Antonio Ocampo, profesor en la Universidad de Columbia en Nueva York. Y agrega: “Pero las ganancias netas son positivas y, en particular, han creado oportunidades para los países en desarrollo. Por eso sus manifestaciones patológicas, como la xenofobia en algunos países europeos y el proteccionismo a ultranza de Trump, deben ser rechazadas”.
Además, vale la pena mirar el asunto con un lente más amplio. “Desde una perspectiva cerrada, los pilares de la globalización son el comercio internacional, las inversiones extranjeras y las finanzas, pero esta es una visión miope de lo que es un proceso amplio, muy descentralizado y fragmentado, de creciente integración entre países y gentes, a través de muchos más canales”, dice Moisés Naím. Y añade: “El Estado Islámico y Netflix, la internacionalización de iglesias evangélicas y de epidemias como la del Zika, la diversidad racial de los jugadores de los equipos de fútbol, las redes de activistas que operan en múltiples países, así como las remesas de dinero de un continente a otro o las masivas oleadas de inmigrantes ilegales en todo el mundo, forman parte de la nueva realidad, al igual que la adopción de estándares sobre derechos humanos, de combate a la discriminación racial o respeto a las preferencias sexuales. Todos son ejemplos de manifestaciones concretas y transformadoras de lo que vivimos”.
RICARDO ÁVILA
Director de Portafolio