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'Colombia está al borde de su periodo más brillante'

La conciencia ambiental sobre la selva amazónica no sería la misma sin la obra de Wade Davis.

Pocos conocen el mundo y sus culturas como el canadiense Wade Davis, considerado por la National Geographic Society uno de los exploradores del milenio. Y eso incluye una cercanía muy especial con Colombia.
Su libro ‘El río (exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica)’, publicado hace un par de décadas, no solo impulsó una fiebre etnográfica, sino que inspiró El abrazo de la serpiente –la única película colombiana nominada al Óscar– y sirvió de referencia a otras, como ‘Apaporis’ y ‘Colombia, magia salvaje’.
Davis estuvo recientemente en Bogotá, donde habló sobre sus viajes y encabezó la lista de invitados de honor a la entrega del Premio a la Protección del Medio Ambiente, de Caracol Televisión.
En entrevista con EL TIEMPO, este hombre, de 62 años, uno de los antropólogos más respetados del planeta, cuenta que uno de sus anhelos es que ‘El río’ se convierta en una especie de “mapa de sueños”, de manera que, a partir de este texto antológico, los colombianos recuperen las ganas de explorar un país peculiarmente rico y biodiverso.
Mientras tanto, se concentra en recorrer otro río, el Magdalena, “el río de Colombia”, para escribir un nuevo libro.
¿Qué le han enseñado sus viajes por el Magdalena?
Lo que he concluido es que el paisaje y la tierra de Colombia nunca abandonaron a la gente. Los jóvenes aún atisban el horizonte, la sierra araña el cielo, el Magdalena nunca detuvo su discurrir hacia el mar. En todos estos años de violencia, el Magdalena cargó los cuerpos de los muertos, pero ahora quizá pueda cargar las esperanzas de vivir. Qué idea salvaje si limpiamos el río Magdalena como un símbolo de paz y renacimiento de la Nación.
¿Es cierto que el ambientalista Robert G. Kennedy Jr., sobrino de John F. Kennedy, está interesado en este proyecto?
Quién sabe. Él ama a Colombia y vendrá en enero. Cuando su padre, Robert F. Kennedy, fue asesinado (1968), vino aquí para escapar de los medios, y ha vuelto unas 20 veces. “Colombia es mi segundo país favorito”, le dijo a Carlos Vives cuando los presenté en Los Ángeles.
Bobby tuvo el sueño imposible de limpiar el río Hudson, en Nueva York, y lo materializó. La gente decía que era imposible, y se hizo. La gente decía que era imposible sanear el Támesis, y también se hizo.
Obviamente, el Magdalena siempre ha sido un río comercial, pero es posible limpiarlo. Los ríos son muy resilientes. Hacerlo sería una forma de decirle al mundo que este no es un país de violencia, de drogas; que somos el segundo país más biodiverso del mundo, y ecológica y geográficamente el país más diverso; que hay más especies de aves aquí que en cualquier otro lugar y que las drogas han causado la muerte de 230.000 personas y unos siete millones de desplazados, pero que durante los últimos 52 años hemos mantenido la sociedad civil, la democracia, hemos creado nuestras ciudades, enormes parques nacionales naturales, que hemos restituido a los indígenas de un modo en que ningún otro Estado lo ha hecho.
¿Ve un nuevo escenario para la coca ahora que no está siendo fumigada con glifosato?
Ustedes nunca van a acabar con las plantaciones de coca. ¿Por qué querrían hacerlo? Es una planta fantástica. No tiene nada que ver con el clorhidrato de cocaína, pero sí con la identidad cultural de la gente que la usa como un sacramento. En vez de tratar de erradicar los cultivos, ¿por qué no explotarlos legítimamente y que paguen impuestos? De seguro es mejor idea que bombardearlos con toxinas que arruinan los ríos.
Si la coca es tan benéfica, ¿por qué se la ataca desde todos los frentes?
Lo que pasó, en los años 20 del siglo pasado, es que los científicos de Lima miraron a la sierra peruana y vieron analfabetismo, pobres condiciones higiénicas y altas tasas de mortalidad. Ellos necesitaban una causa y apuntaron a la coca, que fue culpada de cada enfermedad conocida en la sierra.
En ese tiempo cualquier doctor pudo haber hecho un examen biológico, para descubrir lo que la planta tiene realmente. Pero eso solo lo hicieron Tim Plowman y Andy Weil en 1975. La coca resultó ser una sustancia benigna. Claramente, tiene vitaminas y trata los problemas estomacales, ayuda contra el soroche (mal de altura) y tiene más calcio que cualquier otra planta. Los estudios señalan que fue muy útil en dietas que no incluían productos lácteos y que tiene enzimas que ayudan a digerir los carbohidratos a gran altura sobre el nivel del mar. Esto sería perfectamente coherente con la dieta andina, basada en la papa. No es gratuito que haya sido llamada la hoja divina de la inmortalidad.
¿Qué otros usos podría tener hoy?
Puede ayudar a dejar de fumar. Podría hacer que la gente beba menos café, el cual no es particularmente saludable en grandes cantidades. Además, no causa agriera ni nerviosismo, favorece la concentración y aporta muchísima energía. Indudablemente, es más benigna que la marihuana. De hecho, la marihuana no es benigna y la coca sí. Nunca he conocido a alguien al que se le haya enseñado a usar apropiadamente la hoja de coca –como la usan los indígenas– y que no termine aceptándola como un regalo maravilloso en su vida.
¿Qué les diría a los gobiernos para levantar el estigma de esta planta?
La gente siempre va a utilizar estimulantes. La idea de que no lo van a hacer es ingenua, y nos ha metido en problemas desde el principio. El otro problema de las drogas, en un sentido sociológico, es que siempre crean una especie de dislocación cuando aparecen en la sociedad. No hay drogas buenas o malas: hay formas buenas o malas de usar drogas. La cocaína pura sigue siendo uno de los anestésicos más importantes. Esta es una buena forma de usar la droga. Con la hoja de coca no hay pierde: es una planta que, si se comercializa, puede ser tan importante para Colombia como el café. Esto no ocurrirá de la noche a la mañana, pero no es una idea alocada.
Usted habla de formas buenas y malas de usar drogas. ¿Cómo las utiliza el primer mundo?
Todo el mundo, muy convenientemente, se olvidó de que todo el tráfico de drogas empezó con plantaciones pequeñas y una alianza ‘non sancta’ entre jóvenes colombianos, bandidos y ‘hippies’ –influenciados por ese espíritu emprendedor de los paisas– y veteranos de Vietnam que estaban en Colombia viviendo la vida fácil. El filme ‘El rey’, de mi amigo Antonio Dorado, captura eso.
Desde el principio, esto fue una alianza de colombianos y estadounidenses. La idea de que Colombia empezó todo y Estados Unidos es una víctima no viene al caso. Cuando todo se salió de control y nadie sabía qué tan feo se pondría, todo el mundo olvidó que es el consumo lo que empuja la economía. Acabo de llegar de un festival en California y había mucha gente asumiéndose como libre y usando cocaína. Y les dije: “Cada vez que usted usa la cocaína está matando a un indígena, está matando la selva y la nación colombianas”.
¿Qué significa para usted ‘El río’?
El libro fue traducido y publicado en el momento más difícil de Colombia, en el 2001, cuando el país había sido reducido a una caricatura muy injusta. Cuando salió, era una carta de amor de 800 páginas para el país, que reflejaba mi experiencia aquí: un joven libre para viajar, bienvenido, recibido con cariño dondequiera que estaba. Yo era totalmente vulnerable, tenía 18 o 20 años, y todos me ayudaron.
Lo más feliz para mí es que espero la llegada de una Colombia en paz. Y hasta que esa paz llegue, quizá este libro se convierta en un mapa de sueños, en tanto ustedes hagan sus propios planes para explorar el país. Un día ustedes podrán hacerlo. Y cuán feliz estoy de estar aquí cuando eso se está convirtiendo en realidad. Esto me pone a llorar (derrama unas lágrimas). Es increíble tras 52 años de guerra. Creo que todo esto explica el éxito del libro, que ha cobrado vida propia.
Me gusta pensar que ‘El río’ ha jugado un papel en todo eso. Por eso creo que ya no me pertenece.
¿Cómo vislumbra el futuro del país?
Gracias a la guerra, dos generaciones tuvieron que abandonar el país, y por fuera se convirtieron en poetas, académicos, programadores, cirujanos... Todos ellos están de vuelta. Ahora hay un influjo intelectual regresando a Colombia desde todas partes. Son dos generaciones cosmopolitas, tremendamente sofisticadas y tan a la moda que hacen que Bogotá esté a la altura de Nueva York. Yo siento que Colombia está al borde de vivir el periodo más brillante de su historia. El mundo puede estar despedazándose, pero Colombia está por fin poniéndose de acuerdo.
JUAN D. MONTOYA ALZATE
Editor de EL TIEMPO Express
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