Tienen razón quienes en distintos espacios, incluidas las redes sociales, han comentado que el discurrir de los acontecimientos de esta semana en el país parece obra del más laureado de los guionistas de las series de televisión que hoy cautivan a la audiencia.
Fueron siete días trepidantes, marcados por inesperados giros dramáticos en un marco de suspenso, como dictan los cánones. Una historia con varias líneas dramáticas en la que abundaron, según se quiera interpretar lo ocurrido, sentimientos de euforia, frustración y esperanza. Todo esto, a un ritmo vertiginoso.
Comenzaron con el resultado del plebiscito de hace una semana, con el triunfo del No, por escaso margen, que le puso freno de mano al avance de un proceso milimétricamente planeado y que debía terminar, en 180 días, en la dejación de armas de las Farc y el inicio de su tránsito hacia un movimiento político. Tal escenario sacudió a la opinión, pues todos los pronósticos –en especial los de las firmas encuestadoras– apuntaban a una victoria, incluso holgada, de la refrendación popular del acuerdo.
Con más de 6 millones de personas que se pronunciado contra dicho documento, el Ejecutivo se vio el lunes en la obligación de tender puentes con los representantes de este sector de la población para salvar unas negociaciones que, incluida su fase secreta, ya suman seis años. Lo anterior, en el entendido de que la postura que respaldaron quienes así votaron incluía, no obstante sus reparos, un respaldo al anhelo de paz. Hablamos de representantes, en plural, pues si bien es claro que el Centro Democrático, liderado por el expresidente Álvaro Uribe, congrega a una porción importante de ellos, esta orilla dista mucho de ser monolítica y homogénea.
En un marco de fuerte incertidumbre, extremadamente riesgosa en términos de la viabilidad del cese del fuego bilateral con las Farc, se dieron los primeros pasos en pos del pacto en cuestión, llamado a ser luz al final del repentino túnel. Ganadores y perdedores designaron comisiones para el diálogo. Tras una reunión inicial el lunes entre todos los partidos, salvo el Centro Democrático, una llamada del expresidente Uribe a Palacio permitió que el miércoles en la mañana tuviera lugar el muy esperado encuentro suyo con Juan Manuel Santos. Pero este no fue privado: durante más de cuatro horas, la delegación gubernamental y su contraparte, compuesta por representantes de al menos cuatro fuerzas políticas, aquellas que se alinearon en torno al No, dieron las primeras puntadas de un esfuerzo conjunto: salvar la paz, que mantiene en vilo al país.
Fue un acercamiento inicial que se desarrolló en un clima de tensión, consecuencia lógica del choque entre posturas que pueden coincidir en el fin, la paz, pero entre las cuales en el último tiempo se ha tendido un manto tejido con hilos de desconfianza, rencor y no pocos agravios. De ahí que, no obstante las múltiples coincidencias, los puntos que generan discordia acaban no solo opacando aquellos en los que hay consenso, sino obrando como válvula de escape del vapor de una hoguera alimentada por todo tipo de animadversiones, muchas de ellas sin relación directa con el proceso de paz.
Y si ya había desconfianza en el diálogo político, las declaraciones del exsenador Juan Carlos Vélez, gerente de la campaña del No, al diario ‘La República’ en las que desnudó la estrategia utilizada, basada en muy cuestionables parámetros éticos, lograron trasladar este sentimiento a muchos de los votantes que de buena fe respaldaron dicha opción. Unas palabras que sacudieron tanto a quienes salieron derrotados el domingo como a las mismas filas que se opusieron a la refrendación y que, en conclusión, dejaron entre los colombianos un muy mal sabor.
Al tiempo que todo esto ocurría, la frustración que reinó el lunes entre miles de jóvenes se transformó en un deseo por constituirse en actor principal de esta trama. Voluntad que muy rápido se cristalizó en una robusta movilización el miércoles en la noche, en distintas ciudades. Miles de personas, no solo estudiantes, con el lema de ‘Paz a la calle’, les hicieron saber a quienes están llamados a encontrar una salida que un fracaso tendría para ellos un costo político enorme. Que la sociedad civil esta vez es mucho más que un recurso retórico.
Y cuando no terminaba el reacomodo fruto de la irrupción de este nuevo actor, llegó en la madrugada del viernes, desde Noruega, la noticia de que Juan Manuel Santos era el ganador del Premio Nobel de Paz. Esta vez, la más importante distinción política posible en el planeta entraña sin duda el mensaje de que el anhelo de los colombianos de alcanzar en este intento la paz es compartido con el mundo entero. Es una realidad que deben entender hasta sus últimos alcances quienes hoy tienen en sus manos escribir el desenlace de esta historia. Que no debe dejar cabo suelto, que debe ser feliz.
EDITORIAL