El resultado del plebiscito convocado por el Gobierno Nacional para refrendar los acuerdos de La Habana deja la sensación de que los colombianos fueron apáticos a una convocatoria donde se iba a definir el futuro del país. Que solamente 12’800.000 ciudadanos, de un poco más de 38 millones que registra el censo electoral, hayan concurrido a las urnas es demostrativo del poco interés que por apostarle a un país mejor existe entre los ciudadanos. Una abstención del 62 % en una convocatoria donde estaba en juego la construcción de una sociedad más incluyente demuestra que millones de colombianos no le apuestan a la reconciliación como herramienta para consolidar una paz duradera. ¿Qué lectura se les puede dar entonces a los resultados del plebiscito?
En primer lugar, el perdón no está en la agenda de los colombianos que no han sufrido los rigores de la guerra. Sorprende ver cómo en las regiones donde la guerrilla ha causado tanto dolor la votación por el ‘Sí’ fue mayoritaria. En cambio, en regiones donde el grupo armado no ha hecho presencia la gente se decidió por el ‘No’. ¿Cómo se puede interpretar esto? Muy sencillo: las víctimas directas de este enfrentamiento, esas familias que han perdido esposos, hijos, padres y hermanos, no quieren seguir viviendo los horrores de la guerra. Quienes han vivido el desplazamiento forzado, el desalojo de la tierra, el reclutamiento de sus hijos, los efectos de los cilindros bomba, votaron por el ‘Sí’ con la esperanza de que cesen los hostigamientos armados.
¿Cuáles fueron las razones para que el ‘No’ obtuviera la mayoría? No tanto que en el acuerdo final los alzados en armas no pagaran sus delitos con cárcel, ni que se les haya brindado la oportunidad de ser elegidos a corporaciones públicas ni que las Farc no aportaran al fondo para la reparación de las víctimas. Lo que influyó en la decisión de miles de colombianos para votar por el ‘No’ fueron las mentiras que sobre los alcances del acuerdo les vendieron quienes no comulgaban con el ‘Sí’. Decir que el país iba a caer en manos del castrochavismo, que Colombia se convertiría en otra Venezuela, que la guerrilla se tomaría el poder para cambiar la estructura del Estado ayudó para que quienes no leyeron el acuerdo se decidieran por el ‘No’.
¿Perdimos la oportunidad de construir un país mejor? Francamente, sí. El gran olvidado de siempre, el campo, iba a ser el más beneficiado con este acuerdo. Pero también las víctimas. Nunca antes un proceso de paz estuvo tan centrado en las víctimas como este que el pueblo colombiano rechazó votando por el ‘No’. La reparación era una herramienta para sanar las heridas causadas por el conflicto. Claro que un auxilio monetario no llena el vacío que deja la muerte de un ser querido. Pero la reconciliación le devuelve a sus dolientes la esperanza de que no habrá repetición. Más de 260.000 muertos en estas cinco décadas de enfrentamiento armado era motivo suficiente para que los colombianos le apostáramos a la búsqueda de la paz a través del diálogo.
¿Por qué razón el ‘Sí’ no fue el ganador? Hay mucha tela de donde cortar en este sentido. La arrogancia que en determinados momentos demostró el grupo insurgente no gustó a la opinión pública. También el que se les hubiera concedido trato de ideólogos decentes durante la negociación. Si los líderes de las Farc hubieran pedido perdón desde un principio por las atrocidades cometidas, el resultado habría sido diferente. Los actos de Bojayá y La Chinita, donde pidieron perdón, los realizaron a última hora y, por lo tanto, no convencieron a los electores. Tampoco el que, antes de la votación del plebiscito, la guerrilla haya dicho que iba a aportar sus propios bienes para el fondo de reparación. Si esto lo hubieran hecho meses atrás, la gente habría creído en su arrepentimiento.
Quienes votaron por el ‘No’ les negaron a las víctimas del conflicto la oportunidad de vivir en un país con mayor desarrollo rural. No pensaron en los más de ocho millones de víctimas que ha dejado esta guerra, ni en los seis millones de desplazados ni en el atraso en que viven las regiones azotadas por la violencia. No entendieron el perdón que les dieron a sus victimarios, ellos que sufrieron en carne propia el dolor de perder a un hijo víctima de una mina antipersona o de ver cómo la guerrilla se llevaba a sus hijos para obligarlos a ser parte de su estructura, o cómo le mataban al padre después de acusarlo de ser informante del Ejército. Quienes votaron por el ‘No’ dejaron de considerar el sueño de vivir en un país con justicia social, donde la reconciliación sea el camino para alcanzar la paz.
José Miguel Alzate