La palabra árabe salma significa paz y calma, pero Salma Hayek (Veracruz, 1966) contradice la etimología de su nombre. La actriz mexicana es un torbellino, tanto en la alegría de vivir como en el tesón que imprime a todos sus proyectos. Así lo transmitió en el pasado Festival de Cannes, donde presentó como productora una película de animación que rinde homenaje al libro de culto del pintor, novelista y ensayista libanés Khalil Gibran, El profeta.
La compilación de 26 poemas en prosa fueron fundamentales en su infancia. A través de sus versos, Hayek aprendió sobre conceptos básicos de la vida, como el amor, el trabajo, el hogar, la libertad, la amistad y la muerte. Su abuelo libanés, al que estaba muy ligada, falleció cuando solo tenía seis años de edad. Sobre su mesita de noche quedó un ejemplar de este texto espiritual de 1923 que han leído más de 120 millones de personas en 50 idiomas diferentes del mundo. A los 18 años la actriz lo releyó, y desde entonces ha fantaseado con la idea de plasmarlo en imágenes. Tras tres años de insomnio y una úlcera, la película es una realidad.
Como también lo son Tale of Tales y Septembers of Shiraz, sus próximos filmes como protagonista. El primero se basa en una colección de cuentos de hadas del napolitano Giambattista Basile que transcurren en la Italia del siglo XVII, y el segundo, de la que es productora ejecutiva, relata los problemas de una familia judía en Teherán durante la Revolución islámica de 1979.
Y es que la vida de Salma Hayek es una colección de retos. Para disgusto de sus progenitores, un ejecutivo de una petrolera que llegó a concurrir a la Alcaldía de la ciudad de Coatzacoalcos y una cantante de ópera, abandonó los estudios de relaciones internacionales en la Universidad Iberoamericana para formarse como actriz. Una vez catapultada a la fama en México tras su protagonismo en la telenovela Teresa, decidió volver a romper con todo y probar suerte en Los Ángeles. Al principio, nadie le daba una oportunidad, porque, como le confió a Vanity Fair, en los estudios de Hollywood le espetaban que había nacido en el país equivocado y que no podían asumir “el riesgo de que abriera la boca y sonara como sus criadas”.
El director Robert Rodríguez fue una figura clave en su encumbramiento en el cine global, con papeles sucesivos en Desperado, Four Rooms, Spy Kids y From Dusk Till Dawn. Ya asentada en el olimpo del cine como intérprete, rompió mano como productora de cine y televisión. El profeta es la tercera ocasión en la que ejerce de productora. Su debut fue la película biográfica de Frida Kahlo, a la que dedicó ocho años. Y le seguiría el remake de la serie colombiana Betty la fea.
Como recogió un perfil publicado en abril de este año el periódico The Guardian, Alfred Molina, que interpretaba a Diego Rivera en Frida, afirma que si Salma fuera un hombre blanco, “sería más grande que Harvey Weinstein”. Y el mismo Weinstein se ha referido a ella como una “rompepelotas”.
Ahora que su hogar, París, vive conmocionado por los atentados yihadistas, El profeta ha cobrado una gran actualidad, porque es una llamada a la tolerancia expresada desde el mundo árabe. La película está dedicada a su hija, Valentina Paloma, que tuvo a los 41 años, fruto de su relación con el magnate francés de la moda François-Henri Pinault, con el que contrajo nupcias 18 meses después.
La familia al completo pisó la alfombra roja de la muestra de cine más importante del mundo para defender la película. Cannes ha sido una plataforma fundamental para Salma no solo en lo profesional, sino también en su lucha por un mundo mejor.
En 2014, desfiló portando una pancarta en la que se leía #BringBackOurGirls, en referencia a las más de 200 niñas secuestradas en Nigeria por la secta islamista Boko Haram. En esta edición, volvió a servirse del altavoz mediático que supone el festival para denunciar la desigualdad que viven las mujeres en el cine. La actriz participó en unas jornadas de debate llamadas “Women in Motion”, organizadas por la empresa de su marido, Kering, que engloba marcas de la talla de Gucci, Saint Laurent, Alexander McQueen y Bottega Veneta. Ella fue la vocal que brindó las perlas más potentes, como revelar que existe un derecho de veto de los actores a las actrices en los papeles principales en Hollywood: “En la mayoría de los contratos de las grandes estrellas masculinas hay una cláusula de aprobación de las protagonistas. Y a mí me parece muy sexista que ellos decidan a quién van a besar”. O rematar dando las gracias a Pedro Almodóvar y a Tennessee Williams, “porque sin ellos, la situación sería hoy peor”.
Hayek no desaprovecha las ocasiones que le aporta su fama para llamar la atención sobre cuestiones sociales. Hace años que desarrolla labores filantrópicas a través de la fundación que lleva su nombre. Entre sus principales caballos de batalla están la violencia de género, el sida, el cáncer, los derechos humanos, la discriminación contra los inmigrantes y desde que nació su niña, hace ocho años, la ayuda infantil, con colaboraciones con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
![]() Salma Hayek. Foto archivo. |
Como era de esperar, la campaña política de Donald Trump la ha exasperado, pero lejos de dar importancia al xenófobo candidato, la actriz opta por menospreciarlo tildándolo de “pobre diablo” y apodándole Donald Trump.
Y es que Salma es una mujer de mucha conciencia, pero también divertida y vital. Son muchas las anécdotas del pasado que la retratan, como elegir el mismo modelito que su amiga del alma Penélope Cruz para acudir juntas a las alfombras rojas, rompiendo con el tabú del vestido exclusivo que enloquece a las estrellas femeninas de Hollywood, o proponer un cambio de estilo a Jimmy Fallon para disimular la calvicie en su visita en 2013 al late night show del presentador.
¿Qué satisfacción personal le ha supuesto llevar adelante la producción de El profeta?
Esta película fueron todo contratiempos, pero al final ha sido un sueño hecho realidad. En mi larga carrera no he dado con un papel para representar a la mujer libanesa y árabe, así que este filme es una carta de amor a esta parte de mi herencia y un tributo a mi abuelo, del que estoy muy orgullosa. Me gusta la idea de haber llevado a la gran pantalla un libro sobre filosofía que aúna todas las religiones. Me entusiasma haber hecho una película de animación que rompe todas las reglas, porque en ella trabajan nuevos artistas de la animación. Como resultado, el proyecto conjuga nueve formas diferentes de animación que no son nueve cortos, sino que conforman una película donde se mezclan poesía, cine, música, filosofía y arte.
¿Con qué problemas se enfrentó?
Odio producir. Es una pesadilla. El trabajo en este ámbito consiste en resolver problemas, y hay tantos...
Y si tanto le desagrada producir, ¿por qué es la tercera vez que se enrola?
Si se fija, no produzco mucho, pero lo que hago me sale del corazón. Solo me implico cuando doy con algo que quiero decir y no puedo como actriz. Siempre escojo proyectos en los que no participa nadie en su sano juicio [risas], pero siempre tengo una visión muy clara. Cuando lucho, lucho bien.
¿Nunca acepta un no por respuesta?
No, imagínese cuando tuve que defender Frida para lograr financiación. Solo oír la palabra artista y ya salían corriendo. Y cuando añadía que era una historia de comunistas, de mexicanos, una historia de amor entre una mujer peluda y un hombre gordo, feo y mujeriego, ya desaparecían todos. Pero ansiaba reivindicar el empoderamiento femenino, el poder de ser únicos.
¿Cómo fue en el caso de Ugly Betty?
Me dijeron que no, pero les demostré cuán importante era el mercado latino para los anunciantes. Los convencí y fue la primera ocasión en que en la televisión estadounidense tuvieron una comedia de una hora. Quería hacer algo muy almodovariano. Nunca habían usado esos colores. Y su protagonista, America Ferrera, se ha convertido en un modelo para latinoamericanas que viven en Estados Unidos. Cuando creo en algo, lucho hasta el final. No sabe lo que ha sido promover una película animada sobre un libro de filosofía con nueve directores distintos.
¿Qué obstáculos tuvo trasladar la filosofía a la gran pantalla?
El género de la animación permite llevar la filosofía al cine, porque no ha de ser literal. Era muy importante no hacer una película moralizante, porque, ¿a quién le gusta que le digan lo que ha de hacer? Gibran es el tercer poeta más leído del mundo y su genialidad consiste en que lo que cuenta es sencillo y no te enseña nada nuevo, sino que te recuerda cosas ya sabidas que merece la pena recordar.
Como la tolerancia. ¿Cuál es su análisis de la terrible situación en Oriente Medio?
Estudié Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la universidad, pero es una situación tan complicada que no me siento cualificada para mantener una conversación política al respecto y analizar algo tan delicado. Hay mucha gente que se precipita en arrojar una opinión, cuando hay mucha historia detrás. Pero sí mantengo una aproximación humanitaria. No creo que pueda formular una solución, pero al menos, con mis antecedentes y con el trabajo filantrópico que he desarrollado en la India, Sudamérica y África, sé que hay cosas que puedo hacer que pueden ser de ayuda.
¿Cómo es el viaje de vuelta al cine después de un trabajo humanitario, lo encara de una manera diferente?
No, porque la fuente de mi pasión por el trabajo humanitario proviene de la empatía y mi fuente de inspiración para los roles procede de esa misma conexión con la humanidad. Mi fascinación por la interpretación y la narración proceden de mi profunda esperanza en la evolución de la raza humana. Y a veces analizar nuestros malos actos puede servir para esa evolución, del mismo modo que hacer reír.
¿Habla con su hija de asuntos políticos?
Sí, de hecho, en Cannes entró en el cine sosteniendo el cartel para liberar a las niñas secuestradas en Nigeria. Luego me escuchó hablar sobre Malala Yousafzai, y soltó: “Oh, Malala, la niña que está luchando por su educación”. Mi interlocutor se quedó atónito, y le preguntó: “Pero, tú, ¿cuántos años tienes?”. Cuando eres niño estás en contacto directo con tu espiritualidad. Y el cine de animación te da permiso para volver a mirar el mundo a través de los ojos de un niño.
Valentina la acompañó en la alfombra roja.
Fue una especie de recompensa para ella. Me sumergí tanto en este proyecto que me consumió. No vi a mis amigos en tres años. Hubo un día que mi hija me preguntó: “Cuando tenga seis años, ¿seguirás recibiendo llamadas de El profeta? ¿Y cuando tenga siete?”. Es importante que ella compruebe que todo el duro trabajo desarrollado por su madre ha obtenido un resultado, que vea que hay gente a la que le interesa y que ella ha formado parte del proceso.
¿Cómo encajó la película?
Se la puse para tener una idea del alcance y tanto ella como sus amigas mantuvieron interesantes conversaciones. Nunca esperé que a tan tierna edad se interesaran por el filme. Surgieron muchas preguntas.
¿Me da ejemplos?
Para Valentina la primera fue, “¿por qué dicen en la película que los niños no son nuestros hijos? ¿No soy tu niña?”. Ese verso me hizo abordar con ella que llegaría un día en el que se emanciparía y que todos teníamos nuestra propia vida, que somos seres independientes y únicos. Y que no hay barrotes que limiten la libertad que nos da nuestra imaginación. Me tiene maravillada escucharla cantar los poemas de Khalil Gibran de la misma forma que canta las canciones de Frozen. Y también me ha maravillado la reacción de los adolescentes que la han visto.
![]() Salma Hayek. Foto archivo. |
¿Cuál ha sido esa reacción?
Es a los que más les ha gustado, porque no tienen dónde ir. Todo lo que se produce para esa franja de edad es muy estúpido. Son propuestas que los debilitan y son una generación de chicos inteligentes que están buscando. Una película como El profeta los hace sentir seguros, porque los respeta, los hace pensar y resulta cool, porque artísticamente es energética.
Dada su conexión personal con el libro, ¿tuvo miedo de que no le gustara el resultado final? Es un mosaico complejo, de nueve directores de animación con sus diferentes estilos y sensibilidades.
Ha sido muy excitante. Son verdaderos artistas, sus ideas son únicas, es muy difícil interpretar un poema, y cada una de sus lecturas fue refrescante. Han trabajado a solas, cada uno desde un país diferente.
¿Y cómo lidió con tantos frentes?
El problema fue que estábamos trabajando en 12 países distintos, y que estuve desarrollando el proyecto desde París con el horario de Los Ángeles, así que cada noche, durante tres años, surgían problemas a las cuatro o las cinco de la mañana. No ha sido como otras películas, que te limitas a presentar en un festival, sino que he tenido que buscar dinero de manera independiente. La hemos autoproducido. No contaba con agente de ventas y tuve que organizar la proyección, la fiesta, todo, porque no había distribución. Fue peor que mi boda. [Risas].
¿Cómo describiría esta película?
Es una película que no tiene patria. Cuando nos enviaron la ficha desde Cannes para rellenar los datos, con la duración y el país de origen, contestamos que esa película no era de ningún país. Me sentí muy orgullosa al escribirlo. Es un proyecto que no se adscribe a un tiempo ni a un espacio y en el que han participado 15 países.
¿La idea de hacer una película de dibujos estaba desde el principio?
Sí, sentí que era importante ver esta historia a través de los ojos de un niño. Así que cuando ves la película asistes a un discurso muy naïf, pero que habla de cosas que le quiero enseñar a mi hija, como la libertad de expresión. Es el idioma perfecto para pequeños y adultos, porque revisitas todos los aspectos de la vida de una forma ligera, desde tu corazón de niño. La animación es crucial para que te relajes y te dejes llevar.
¿De quién está orgullosa de haber iniciado en la lectura de este libro?
Mi marido. Cuando lo leyó, me preguntó: “¿Cómo vas a convertir esto en una película?”.
¿La ha apoyado durante todo el proceso de producción?
Este trabajo requiere mucho esfuerzo. Toma mucha energía luchar por algo y yo me estoy haciendo mayor, así que agradezco mucho llegar a casa y tener un marido fuerte, que tiene las cosas bajo control, y que puede recoger mis pedazos. Creo que muchas mujeres también lo agradecen. Las mujeres luchamos porque queremos y porque debemos, pero llegado cierto momento agradeces una pareja en la que apoyarte.
¿Qué es lo que más disfruta, interpretar, producir o dirigir?
Lo que más me gusta es dirigir, pero cuando dirijo no existe nada más, y para mí lo más importante es estar con mi familia. Soy esposa y madre, así que lo tengo aparcado. Quizás lo retome cuando mi hija sea mayor y mi marido se jubile...
¿Dónde halla inspiración?
En las madres solteras que sacan adelante a sus hijos, en las madres con hijos discapacitados, en las madres que no pueden comunicarse con sus hijos, en los hombres que no pueden expresarse... Me inspira la humanidad, en general.
¿Qué proyecto ansía producir?
Me gustaría hacer una serie de televisión sobre un tipo específico de hombre: los chicos sensibles, porque en muchas sociedades, si no eres un machito, eres gay y ellos no son homosexuales, lo que sucede es que no quieren ser como el resto. Pienso que no se repara en ese tipo de hombres, a pesar de que es muy necesario para la evolución de la humanidad. Y están pasando mal buscando su lugar y su identidad.
¿Piensa en alguien en concreto cuando se refiere a ese tipo de hombre?
He conocido a muchos. No es un cliché y sucede en todo el mundo. En ocasiones el problema se limita al hecho de que son guapos. Eso ya les supone un problema en un barrio duro.
¿De qué sirve la celebridad cuando se pretende hacer llegar un mensaje social?
Cuando he hecho trabajo de campo en Calcuta o Centroamérica, no había cámaras, pero no puedes perder la oportunidad de cobertura para apoyar campañas a través de los medios, porque cuanta más presión apliques en los gobiernos, más rápido se moverán.
¿Hace uso de las redes sociales?
No hago selfies, soy más de videos, porque soy terrible, tengo los brazos demasiado cortos, no sé sacar un buen ángulo… Y tampoco tuiteo demasiado porque no sé qué decir.
¿Cómo puede mantenerse tan abierta y honesta en un mundo tan falso como el del cine?
Cuando concedo una entrevista no veo al entrevistador como el lobo ni me siento como Caperucita Roja. Me interesan sus preguntas y hallo fascinante cuando voy de tour de un país a otro, porque es casi como un estudio antropológico. Si no te limitas a contestar como un robot y mantienes una actitud de escucha activa, puedes discernir aspectos históricos de cada región. Por ejemplo, cuando estuve en Italia en la promoción de El Gato con Botas (Chris Miller, 2011), los reporteros ligaban las preguntas a la crisis que vivía el país. Me eché a llorar. Antonio Banderas se quedó de piedra y yo le dije: “¿No ves cómo está sufriendo esta gente?”. Luego visitamos Alemania. Sus gentes son fascinantes porque conectan sus cuestiones a la psicología. Me hacían preguntas tipo: “¿En qué crees que sueña tu gata?”.
Hollywood es muy materialista y superficial. ¿Ha de recordarse a menudo a sí misma sus principios éticos?
Todos los días hago algo al respecto que me ayuda. Cada mañana, antes de levantarme de la cama, pienso en el día, tomo un momento para comprobar cuáles son mis sensaciones corporales. Y antes de irme a dormir repaso lo sucedido en la jornada, doy gracias de estar viva y me planteo qué puedo aprender de las cosas malas que me han sucedido, qué lección puedo extraer. Hay veces en que resulta difícil [risas], pero más adelante se revela su utilidad. No es algo muy grande, pero es diario.
¿Quién le enseñó ese hábito?
Creo que todo el mundo buscamos la manera de encontrarnos a nosotros mismos, unos a través de la religión, otros mirando su interior… Yo di con mis propios medios. Si esperas a que alguien te indique el camino hacia la espiritualidad, va a ser un camino errado, porque la espiritualidad es un ejercicio muy íntimo.
¿Se siente conectada con su niña interior?
Sí, soy juguetona, curiosa e imaginativa. Pero al mismo tiempo tengo un arraigado sentimiento maternal, y no solo con mi hija. Tengo una granja con animales rescatados. Tengo nueve perros, pero hubo un momento en el que llegué a tener 12, todos recogidos de la calle. He llegado a pensar en mentirle a mi marido y fingir que tengo un affaire para que cuando le cuente que he adoptado otro perro no se moleste, porque le he prometido que no adoptaría más.
La película favorita de Valentina es El rey león. ¿Qué hay de usted?
Más que favorita, le puedo citar la que más me traumatizó: Bambi, porque mataban a la madre.
¿Todavía le interesan las películas de animación?
No me siento a verlas sin Valentina. Soy una mujer ocupada, no dispongo de tiempo.
¿Cuán importante fue la animación durante su niñez?
Vengo de una ciudad que solo tiene un canal y en el que pasaban unos dibujos de Disney y otros de Warner los miércoles a las ocho de la mañana, así que eran muy preciados para mí. Esperaba esa hora con ilusión.
¿Leía cuentos de hadas?
No. Nunca quise. Mi abuela, que era una escritora frustrada, me contaba historias brillantes cada noche. Creo que ahí empezó mi amor por la narración, porque no solo era una buena escritora, sino una excelente narradora. Y también ahí empezaron mis problemas para conciliar el sueño por la noche, porque mi abuela contaba cuentos largos en los que terminaba haciéndole mil preguntas y me quedaba despierta dándole vueltas porque era una experiencia muy intensa, así que ahora me cuesta dormirme y termino viendo la televisión porque necesito mi cuentito [risas].
¿Qué tipo de cuentos le relataba?
Recuerdo muchos. Ahora me doy cuenta de que me estaba programando porque todos eran políticos y contenían mensajes sociales. De esas enseñanzas se ha derivado el respeto a mis padres y el cuidado de los ancianos. Cuando empecé a leerle cuentos a mi hija, me entristeció mucho pensar en mi abuela, porque ella era mucho mejor escritora que todos esos autores consagrados, y nunca tuvo una oportunidad.
BEGOÑA DONAT
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REVISTA BOCAS
EDICIÓN 56 - SEPTIEMBRE DE 2016