Cada año en América Latina y el Caribe mueren asesinadas casi 135.000 personas. Su tasa de homicidios es cuatro veces mayor al promedio mundial y representa una tragedia humana para miles de familias. Y la delincuencia impacta a muchos más. Según encuestas recientes, uno de cada cinco latinoamericanos reportó ser víctima de robo en el último año.
El crimen y la violencia son los retos más difíciles que tiene nuestra región. La solución requiere actuar sobre muchos frentes, pero hay una prioridad por encima de todas: el buen funcionamiento de las instituciones de seguridad. Y de estas, la evidencia demuestra que mejoras en las policías han contribuido en el corto plazo a la reducción de índices de violencia.
Hoy, las fuerzas policiales tienen un problema de credibilidad. Menos de 40 % de los ciudadanos en la región confía en su policía, frente a un 65 % en Europa, según Latinobarómetro.
La pérdida de credibilidad de la policía ha contribuido a que algunos países opten por promover la militarización de las tareas policiales y mantener estructuras institucionales jerárquicas, muchas veces enfocadas en acciones reactivas, más que preventivas. También ha fomentado la privatización de los servicios de seguridad.
El ratio entre guardias privados y policía en países desarrollados es de 2 a 1, mientras que en algunos países nuestros es de 11 a 1. Este sistema de seguridad paralelo representa riesgos inevitables.
Durante los últimos 20 años, los países han invertido cantidades importantes de recursos financieros, políticos y humanos en reformar las policías. Sin embargo, muchas de estas reformas han fracasado.
A veces, fracasan por falta de apoyo político, por falta de recursos o por resistencias internas. Pero es equivocado plantear una reforma policial solo en términos de más recursos, o exclusivamente aumentar el número de agentes. En el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) hemos acompañado alrededor de 20 procesos de reforma. Y con este trabajo hemos aprendido que, si bien cada contexto es único, hay elementos en común en los casos exitosos.
Un primer elemento es un apoyo político constante al más alto nivel que pueda construir un consenso ciudadano sobre qué tipo de policía quiere una sociedad. Y debe ir acompañado por un liderazgo dentro de los rangos policiales.
Este es un punto destacado de mis conversaciones con líderes de reformas de los últimos años: el general Óscar Naranjo, quien encabezó reformas en Colombia, y William Bratton, quien ha liderado departamentos policiales de seis ciudades, incluyendo a Nueva York. Ambos coinciden que se debe identificar y potenciar el liderazgo interno.
Un segundo elemento para una buena reforma policial es la mejora de su capital humano. Una sociedad tiene que invertir en sus policías para demostrar que son valoradas, que nos importa su propia seguridad, sus condiciones laborales y sus carreras. En Honduras, por ejemplo, se está cambiando el perfil de su policía mediante un proceso de depuración y la llegada de 2.800 nuevos graduados con un currículo más exigente. Todo esto acompañado de la renovación y mejora de la tecnología, infraestructura universitaria de primer nivel y mejoras salariales. Esto está ayudando a reducir la tasa de homicidios del país.
En tercer lugar, una buena reforma debe contar con información estadística y análisis criminal de calidad. Estudios rigurosos en Estados Unidos y Reino Unido revelan que estrategias de patrullaje enfocado en áreas de alta criminalidad o estrategias basadas en solucionar problemas específicos han logrado reducir determinados delitos.
Ejemplos destacados son el ‘Plan cuadrante de carabineros’, en Chile; el ‘Plan nacional de vigilancia comunitaria por cuadrantes’, en Colombia, y el ‘Sistema David’, en Ecuador. Los dos últimos tuvieron bajas en sus tasas de homicidios.
Y en cuarto lugar, es necesario tener efectivos mecanismos de rendición de cuentas. Rendición de cuentas sobre el uso de recursos, sus procedimientos y sus resultados. Las policías tienen la misión no solo de prevenir y controlar la delincuencia; deben proteger a las personas. Su objetivo central es estar al servicio de la comunidad y, por tanto, su labor debería estar sujeta a supervisión.
Mejores policías no son policías más militarizadas. Son policías que saben trabajar con la ciudadanía y que son valoradas por su trabajo. Hay que dignificar al policía, darle herramientas para que haga su trabajo de forma inteligente.
NATALIE ALVARADO*
Consultora del Banco Interamericano de Desarrollo
*Encabeza el área de seguridad ciudadana en el Banco Interamericano de Desarrollo