El domingo 18 de mayo de 1980 la vida de Bernard Sumner cambió. No era la primera vez que la desgracia o las adversidades tocaban su puerta. Esta vez no se trataba de desalojos, robos, riñas, maltratos de su madre ni de la muerte de algún familiar cercano. Ian Curtis, el cantante de su banda, Joy Division, se había quitado la vida en la cocina de su casa. Rob Gretton, mánager del grupo, le dio la noticia y tuvo que repetirlo cinco veces, pues Sumner pensaba que había sido otro ensayo fallido: “Ian ha muerto”, recalcó Gretton. “No fue un intento de suicidio, murió”. Bernard quedó en shock, no pudo hablar hasta el día del funeral de su amigo. Ese martes primaveral todo debía ser motivo de felicidad, pero una nube oscura se postró sobre el grupo. Con el suicidio de Curtis se esfumaba la posibilidad de viajar a Estados Unidos con el objetivo de promocionar el grupo, un paso que estaba a punto de dar Joy Division para dejar de ser un fenómeno local y convertirse en uno global.
Unos meses antes de suicidarse, a Curtis le diagnosticaron epilepsia. A todos en la banda los tomó por sorpresa. El primer indicio de que algo estaba mal sucedió a finales de 1979 durante un viaje de Londres a Mánchester. No había transcurrido más de una hora cuando de repente Ian convulsionó. Lo llevaron a un médico cerca de Lutton y allí se enteraron de la triste noticia. Los medicamentos para contrarrestar esta enfermedad alteraron la personalidad del enigmático cantante. Dejó de ser una persona noble y amable y se convirtió en un hombre trastornado que libró una feroz lucha contra una situación más que devastadora. El suicidio, para Ian, significó liberarse y destrozar un hogar; para Peter Hook, Stephen Morris y Bernard Sumner, los otros tres Joy Division, fue el momento de replantear cómo enfrentar el futuro.
Con un álbum editado en 1979 (Unknown Pleasures), algunos avances en la grabación y producción de Closer –el segundo álbum del grupo, que debía salir en el verano de ese año– y un creciente interés de los medios por una música que reflejaba el espíritu de una ciudad, por fin todo parecía alinearse para el éxito. Joy Division usó la energía y la simplicidad del punk de finales de los setenta para expresar emociones mucho más complejas que los simples fuck this y fuck that. Inspirados por los Sex Pistols, David Bowie, Iggy Pop, Lou Reed y los Stones, estos cuatro chicos de Mánchester decidieron alejarse de una vida laboral “segura” en una fábrica u oficina para luchar por la música como opción de vida. En ese proceso Curtis había tenido un papel fundamental. No solo era un frontman que cautivaba con su imponente presencia, era un tipo culto, profundo, buen lector, disciplinado y sano. Jamás consumió drogas y muy joven conformó un hogar junto a Debbie Curtis.
![]() Bernard Sumner. Foto por Nick Wilson y Jordan Hughes. |
Pero de repente todo quedó pendiendo de un hilo delgado. Tal vez sería el final abrupto a una carrera que aún no había despegado. Sin Ian, el final de Joy Division estaba cerca. En la puerta se asomaba una imagen lúgubre que les recordaba inclemente que su destino, tal vez, no era el de ser estrellas de la música pop; que todo había sido un sueño que duró tres años, que era la hora de aterrizar y resignarse a vivir de la misma forma en que lo hacían los otros ciudadanos de la fría y gris Mánchester, cuna de la Revolución Industrial. Pero eso no iba a suceder, no en la vida de Bernard Sumner. El hombre que no debió ser una estrella se burló del destino en su cara y lo retó. Finalmente, el viaje a Estados Unidos se dio, pero estuvo lleno de dificultades y sorpresas desagradables, como un robo en donde perdieron parte de sus equipos e instrumentos. Ese viaje le dio al grupo la fuerza necesaria para continuar adelante y vivir de la música. Y como volver a una oficina no estaba en los planes, Sumner sintió que un nuevo nombre para la banda les ayudaría a sobrepasar el trago amargo de la partida de Ian.
Así, Joy Division se convirtió en New Order. Todo sucedió gracias a un artículo del periódico The Guardian que anunciaba la creación de un nuevo país en el sureste asiático con el titular “El nuevo orden del pueblo de Camboya”. Elegir un nuevo nombre era esencial y debían evitar a toda costa la polémica. En 1978, cuando la banda Warsaw pasó a llamarse Joy Division –inspirada en el libro House Of Dolls, de Karol Cetynski–, los acusaron de fascistas. La “División de la Alegría” (Freudenabteilung) fue reconocida durante el Tercer Reich como la zona de diversión de los soldados nazis, pero a Sumner simplemente le pareció que este era un nombre de alto impacto que trascendería sin mayor polémica de la misma manera que lo habían hecho The Velvet Underground, Pink Floyd y Roxy Music. Ingenuo, Sumner, con el tiempo, reconoció que fue un error de la inmadurez. Así que cuando Gretton leyó el titular del periódico y sugirió “New Order” como nombre, todos aceptaron, pero desconocían que esa frase también estaba asociada con el nazismo: “Son una panda de malditos fascistas. ¿Por qué no se hacen llamar Tercer Reich?”, recuerda Sumner, en su libro, que decían los gritos y consignas que recibían de la gente.
La polémica fue benévola para el nuevo destino del grupo, así que hicieron caso omiso de las falsas acusaciones y decidieron seguir adelante. En New Order había una nueva integrante: se trataba de Gillian Gilbert, teclista y guitarrista, novia del baterista Stephen Morris y una posible vocalista. Con Gilbert a bordo, Sumner podía concentrarse más en los procesos de composición y no solo en ser el cantante del grupo, algo que en los primeros días de New Order no le entusiasmaba a pesar de que Martin Hannett había insistido en que él sería un idóneo reemplazo de Ian Curtis. Las canciones del álbum Movement, lanzado en noviembre de 1981, tienen como antecedente las últimas sesiones de Joy Division con Ian Curtis. Ocho temas le dieron vida a un disco de transición, con algunas claves sobre la nueva dirección que tomaría el grupo: la música electrónica.
En este proceso de evolución, el viaje a Nueva York de 1980 fue de suma importancia. Allí, Sumner y compañía fueron testigos privilegiados de una movida dance y new wave con componentes muy interesantes que podían adaptar a su música, principalmente en el beat y la melodía. Artistas como Chic, Donna Summer, The Stylistics, Sharon Redd, Kurtis Blow y Sugar Hill Gang, además del postpunk de Iggy Pop, la Trilogía de Berlín de Bowie –compuesta por los álbumes Low, Heroes y Lodger–, el álbum Trans Europe Express, de Kraftwerk y la frenética noche neoyorquina en discotecas como Heaven, Taboo y The Black Hole, fueron los ingredientes para la nueva voz de New Order. Un coctel ecléctico y diverso que les permitió a Sumner, Morris y Hook crear una banda vanguardista.
En 1981, la tecnología de audio y producción musical había evolucionado favorablemente. Los músicos tenían a disposición cajas de ritmos, sintetizadores, osciladores, secuenciadores y samplers, uno de los dispositivos más atractivos del mercado con el que los músicos podían grabar sonidos, llevarlos a la calle o reproducirlos sobre pistas previamente grabadas. Una de las canciones más interesantes de la primera etapa de New Order fue “Everything´s Gone Green”, que se lanzó como sencillo y no se incluyó en el álbum debut de la banda. En esa canción, Stephen Morris y Bernard Sumner experimentaron con algunos de los aparatos disponibles en los estudios de grabación. En la manipulación del sonido encontraron la voz que por tanto tiempo habían buscado. No querían sonar como Iggy Pop o Kraftwerk, ni como las bandas alemanas o italianas que hacían música electrónica desde inicios de los años setenta; necesitaban desarrollar un estilo propio desde la autenticidad y creatividad que los había caracterizado en Joy Division, solo que esta vez querían alejarse de los sonidos fríos para concebir música más alegre.
Así que a partir de 1983 con el álbum Power, Corruption & Lies y en gran medida por la canción “Blue Monday”, su primer éxito masivo, New Order se convirtió en una banda híbrida de culto que mezclo la música electrónica y el rock experimental de manera equilibrada. Posteriormente, los álbumes Low Life (1985), Brotherhood (1986) y Technique (1989), consolidaron el techno dance a nivel mundial y se convirtieron en piezas de culto gracias al poder del beat, la simplicidad de sus sonidos y a buenas canciones como “Bizarre Love Triangle”, “Round & Round” y “The Perfect Kiss”. Un sincretismo sonoro que con el tiempo se convirtió en una marca y que le abrió la puerta a toda una generación de artistas en Inglaterra. Gracias al poder de radiodifusión que tuvo esta música, no solo causaron un alto impacto en discotecas, sino que lograron tocar el cielo sin habérselo propuesto: Depeche Mode, Simple Minds, Aztec Camera, Pet Shop Boys, Yazoo, Erasure, U2, OMD, Cabaret Voltaire, The Cure y The Human League fueron solo algunas de las bandas influenciadas por New Order.
El año pasado, tras diez años sin lanzar nuevo material en estudio, New Order presentó Music Complete, uno de los mejores trabajos editados en toda su carrera. El secreto del éxito del disco, catalogado por varios medios –como Mojo y NME– como el álbum más importante del Reino Unido en 2015, tuvo que ver con la autobiografía de Bernard Sumner. New Order, Joy Division y yo, publicada en español por Sexto Piso, se editó porque el músico sentía la necesidad de contar la historia de su vida y decir la verdad sobre muchos hechos que fueron tergiversados en libros, en la prensa y en algunas películas como 24 Hour Party People, de Michael Winterbottom. Y también para callar algunas declaraciones desafortunadas de Peter Hook, quien dejó New Order en 2007 y desde entonces habla muy mal de Sumner y compañía.
Así que bajo la premisa de que la verdad, a veces, puede ser incómoda pero necesaria, el líder de New Order publicó uno de los libros más completos, rigurosos y mejor documentados de artistas de su generación. Sincero, abierto, condescendiente con el lector y lleno de datos relevantes, no solo sobre Joy Division, New Order y la industria del disco, también sobre una corriente que redefinió el rumbo de la música en los años ochenta y cuyo legado ha trascendido la barrera del tiempo y los cambios generacionales. Hoy Sumner tiene sesenta años y es un padre feliz que disfruta de la tranquilidad de su vida en Mánchester. El hombre que alguna vez vivió en el barrio más pobre que tuvo Inglaterra, que debió ser un oficinista, que no tuvo un padre, que soportó con altura la dolorosa enfermedad de su madre y que sobrellevó con madurez la pérdida constante de seres queridos y amigos, hoy mira al pasado sin miedo, sin rencor y sin dolor. Con su libro se ha quitado toda una carga emocional de encima, el resto lo dice su música, el lenguaje con el que mejor se defiende.
¿Cuál fue la motivación principal para escribir sus memorias?
En el verano de 2007 el periodista David Nolan publicó un libro sin mi autorización. Se llamaba Bernard Sumner – Confusion: Joy Division, Electronic and New Order Versus the World. En su momento mucha gente pensó que se trataba de una biografía oficial, pero no lo era. Con el tiempo, además, noté que la gente me paraba en la calle para que les firmara ese libro, y lo hacía con gusto. No tenía problema en hacerlo. Pero después de leer el libro y darme cuenta de que había mucha información errada, sentí que era el momento de escribir mis memorias, de equilibrar la balanza.
El libro de Nolan coincidió además con la salida de Peter Hook de New Order…
Sí, fue un libro que se publicó en un momento complicado para todos. Además, debo decir que hay muchos aspectos de este libro tergiversados y con los cuales estoy en desacuerdo. Ese libro me dio la fuerza necesaria para sentarme enfrente de mi computador y escribir todo lo que recordaba sobre mi vida hasta ese momento.
![]() Bernard Sumner. Foto por Nick Wilson y Jordan Hughes. |
¿Tenía deudas pendientes con la viuda de Ian Curtis por el libro Touching from a Distance: Ian Curtis and Joy Division, que publicó Faber & Faber en 1995?
A mí me gustó ese libro. Es honesto, tiene la mirada sincera de una mujer que sufrió mucho por cuenta de la penosa enfermedad de Ian y su inesperado suicidio. No puedo decir que mi libro es una respuesta como tal al libro de Debbie. Primero, porque es un libro sobre Ian Curtis, más que un libro sobre Joy Division. Segundo, porque cuenta un lado de la historia que es válido. Sin embargo, creo que Debbie se equivocó en la elección de los editores que publicaron el libro, pues hay datos que están errados y que se podían corroborar acudiendo directamente a las fuentes.
¿A qué se refiere puntualmente?
En el libro ella dice que Tony Wilson, dueño de Factory Records –la disquera que nos apoyó desde nuestros inicios–, decía públicamente que ella no tenía el glamur ni la casta necesaria para ser la mujer de Ian y que fue el gran responsable de varios problemas que como pareja tuvieron que afrontar. Ella lo dice abierta y deliberadamente, atacando a Tony. Yo puedo negar rotundamente esta afirmación: Tony era un tipo muy respetuoso y en lo último que se inmiscuía era en la vida privada de las personas. Hay más hechos, pero no viene al caso hacerle un juicio público a Debbie.
¿El Ian Curtis que Debbie Curtis muestra en su libro, es el mismo que usted conoció?
Lo he dicho en mi libro. Ian nunca fue un libro abierto con nadie, ni conmigo, ni con su esposa, ni con sus padres. Y creo que todos los seres humanos guardamos secretos profundos que nos hacen especiales. Ahora, lo que Debbie muestra en el libro es un lado de la historia, su lado de la historia. Nosotros vimos otro lado. Lo irónico es que nadie vio la historia completa, ese es el gran reto con Ian.
El libro de Debbie Curtis inspiró la película Control, dirigida y producida por Anton Corbijn. ¿Es un retrato legítimo y veraz de los hechos?
Sí, Control, a diferencia de 24 Hour Party People, como bien dices está inspirada ciento por ciento en el libro de Debbie y en la vida de Ian. La película de Corbijn le dio un trato serio y adecuado a los hechos. Los personajes se asemejan a la realidad y en esto hay que darle todo el crédito a Anton, que hizo un trabajo extraordinario. La película muestra gran parte del Ian que conocimos y su éxito radicó también en la cercanía de Anton con nosotros. Recuerda que él tomó varias fotos memorables del grupo, convivió con nosotros y nos conoce muy bien.
¿En qué falló 24 Hour Party People?
No creo que sea una película desacertada, solo que cuenta la historia de Factory Records y The Hacienda y está inspirada en la vida de Tony Wilson y la Mánchester de mediados de la década de 1970 más que en la vida de Joy Division. En algunos pasajes exageran o minimizan algunos hechos. En todo caso, ambas películas son el reflejo de una era y está bien que la gente pueda conocerlas.
El actor Jim Simm interpretó el papel de Bernard Sumner en 24 Hour Party People. ¿Se acercó a la realidad?
Me cuesta siempre responder esta pregunta. No es el tipo de espejo al que suelo mirar. Yo creo que hizo un buen trabajo. Incluso después del rodaje de la película, Jim solía detallarme, como intentando corroborar que lo que interpretó se acercó a lo que soy.
Volvamos al libro. Hay relatos muy fuertes, especialmente sobre su infancia. ¿Le costó escribir sobre recuerdos que no eran del todo gratos?
No niego que hay ciertos aspectos dolorosos en el libro. ¿Por qué debería negar que tuve una infancia difícil o que vivíamos bajo extrema pobreza? Tampoco quería evitar hablar de lo complicado que fue para mí la enfermedad de mi madre y su constante maltrato. Así se dieron las cosas. No es fácil hablar de eso, pero no tengo nada que esconder sobre lo que fue mi vida. La verdad es dolorosa, pero necesaria.
Sinceridad que el lector agradece…
Así es. Cuando escribes un libro, no solo estás pensando en el impacto que puede tener en tu vida, debes pensar en los lectores y como tal debes centrarte en contar una historia sincera. Para mí decir la verdad es fácil y emocionante. Si has tenido una vida interesante, ¿por qué no compartir las cosas como son? Mi libro no es pop elaborado, es la verdad tal como pasó.
Supongo que también existía la motivación de narrar una historia fascinante desde la música, de acercarse más al público que lleva más de 35 años siguiéndolo…
Sí. En cierto punto me di cuenta de que tenía toda una vida detrás, muchas historias, anécdotas que podían dar forma a un libro que no solo contara parte de mi historia personal, sino la de dos bandas que hicieron aportes importantes a la música en el Reino Unido. Así que el libro cumple con la idea de reivindicar un movimiento musical, una generación de artistas, de productores, de empresarios que creyeron en nuestro proyecto. También explica la música, los procesos creativos y la forma en la que trabajamos. Es un libro que muestra que lo que soy es gracias a la música, la música que hago es el reflejo de lo que ha sido mi vida.
¿La música le fue útil en ese proceso de recuperar la memoria?
Sin duda. Para escribir el libro recurrí a mucha música que me marcó en mi adolescencia, desde los Stones, Hendrix y Led Zeppelin, hasta la música de Ennio Morricone. La música tiene la capacidad de llevarnos en el tiempo a momentos y situaciones concretas. Hay un disco en particular que significó mucho en este proceso, es el compilado Through The Past, Darkly, de los Stones. Ese disco fue salvador en un momento crítico de mi vida.
¿Por qué?
Bueno, porque justo cuando ese álbum salió al mercado, a finales del 69 si mal no recuerdo, pasaba por uno de los momentos más difíciles de mi vida. No tuve una infancia fácil. La relación y la situación con la enfermedad de mi madre no ayudaban. Así que al escuchar cada canción de ese compilado, pude sentir el dolor de esos años. Aún me cuesta oír “Ruby Tuesday” y no sentir algo de pena por todo lo que pasó.
¿Supongo que no fue fácil escribir sobre su infancia?
Fue la parte más complicada de escribir. Tardé mucho tiempo en darles forma a esos primeros capítulos porque me dolía mucho. No soy una persona nostálgica, pero muchas cosas en mi vida desaparecieron y mirar atrás me ha dado algo de tristeza. Incluso al ver las fotos siento mucho dolor por todo lo que ha desaparecido en mi vida, como lugares, gente, amigos…
¿Escribir sobre lo doloroso del pasado le quitó un peso de encima en su vida?
Cuando publiqué el libro me sentí como una especie de surfista que viajaba sobre una ola mirando el pasado por encima del hombro, con mucha tranquilidad. Sentía que necesitaba contar detalles que nadie sabía sobre mi vida y mi infancia. Nunca lo había contado en entrevistas. Pero al sacar esos detalles a la luz la gente finalmente va a comprender de dónde viene la música que hago y por qué suena cómo suena. Ese es el verdadero punto del libro para los seguidores de New Order.
![]() Bernard Sumner. Foto por Nick Wilson y Jordan Hughes. |
¿Cree que la madurez y la distancia frente a los hechos le dieron la confianza necesaria para contar todo esto?
Es difícil contar ciertos aspectos dolorosos de mi vida, pero a mis 60 años puedo decir con toda tranquilidad que no tengo nada que esconder. Hoy veo todos esos hechos con tranquilidad. Y, en efecto, me siento con más confianza en mí mismo para poder sacar a la luz esos hechos. De lo contrario, no tendría sentido sacar un libro en el cual se va a ver una foto mía, es decir, una sola parte de la historia. En ese sentido me parece importante contar toda la historia, lo más completa posible. Incluso, espero que inspire a gente que pasó dificultades en la infancia para que liberen ese peso de sus vidas.
¿La música de Joy Division refleja el peso del pasado?
Refleja nuestra ciudad, nuestro entorno, el colegio, nuestros temores de aquellos años. Sabíamos que cada uno tenía vivencias fuertes en sus hogares e intentamos dejarlas a un lado para concentrarnos en la música. Cada uno llegaba a los ensayos con un disco que le interesaba en ese momento e indicaba qué elementos quería adaptar en las canciones que componíamos.
Joy Division fue una banda que se nutrió de un presente interesante: punk, postpunk, disco, electrónica, inicios del rap… Pero nunca fueron el tipo de banda que basó su repertorio en covers. ¿Por qué?
Sabíamos qué música nos gustaba y nos inspiraba, pero nos obligábamos a componer nuestros propios temas. No tenía sentido salir a repetir lo que otras bandas tocaban porque desde el momento en que decidimos vivir de la música, nos tomamos este asunto muy en serio. Gradualmente nos dimos cuenta de que lográbamos avances al crear nuestras propias melodías y que funcionaban bien en los ensayos. Era un modo interesante de observar, de aprender, de adaptar y de escuchar.
Ustedes son aprendices. Es decir, no estudiaron música formalmente y con la práctica perfeccionaron sus habilidades con los instrumentos. ¿Es verdad que ustedes obligaron a Ian Curtis a tocar la guitarra?
Ian intentó hacer algunos aportes con una extraña guitarra que compró en 1977. Le costaba mucho trabajo coordinar los movimientos, aprender las notas… No era lo suyo. De hecho, una de las razones por las que tocó en “Heart and Soul” y “Love Will Tear Us Apart” fue porque lo obligamos, como bien lo indicas. Todos sentíamos y queríamos que se vinculara más a ciertos procesos creativos del grupo. Cada uno hacía aportes en su campo y pensábamos en ese momento que incluso podría apoyarnos con una sección rítmica, pero desistimos.
¿Un error para un hombre de letras?
Sí, nos equivocamos, porque su fuerza estaba en las palabras y no podíamos obligarlo a hacer algo que no le apasionaba. Ian era un gran lector de filosofía, literatura, poesía, ensayos… Era seguidor de Burroughs… Y en eso radicaba la facilidad para crear letras melancólicas, profundas.
Es decir que los procesos creativos junto a Ian fluían naturalmente…
Sí, porque a Peter y a mí se nos facilitaba componer la música. Una vez se la presentábamos a Ian, en menos de un día tenía la letra lista. Él se encerraba en su casa y no salía hasta que la letra cuadraba. Muchas canciones surgieron de la necesidad de presentar nuevo material en vivo, y era tal el grado de compenetración en el que estábamos que diariamente teníamos una canción nueva. Así nació “Love Will Tear Us Apart”. Y ha resistido muy bien el paso del tiempo.
Un músico que los marcó a lo largo de su carrera fue David Bowie. ¿Recuerda el día de su muerte?
Sí, un lunes de enero. Fue terrible. Acababa de servirme un café y estaba viendo las noticias internacionales, cuando de repente interrumpieron la emisión para contar que Bowie había muerto en Nueva York. Quedé sin palabras por un instante, como si algo también hubiese muerto dentro de mí. Le conté a mi mujer, nos abrazamos y lloramos. No lo podía creer. Bowie es el tipo de artistas que no debían morir, esperábamos que fuera inmortal. Pero su muerte nos recordó cuán vulnerables somos, que finalmente todos somos mortales.
Hablemos del álbum Music Complete, que salió en 2015 y es uno de los mejores de toda su carrera con New Order. Un álbum nostálgico que rompió con la onda rockera de Get Ready y Waiting for the Sirens’ Call…
El álbum ha tenido muy buena respuesta y eso nos alegra. En Inglaterra algunos medios lo catalogaron como el disco del año. Es un disco nostálgico que recupera la música que me gusta componer. Tiene que ver con la educación que recibimos, con las influencias y con la necesidad de trasmitir buenas vibras a nuestra audiencia. Además fue romper con una línea diferente con los últimos dos trabajos en estudio, que hicimos en 2001 y 2005. Queríamos regresar al ritmo, a la música dance, a componer música con sintetizadores y aprovecharnos de los avances tecnológicos.
Además recuperaron parte de la alineación clásica al invitar nuevamente a la teclista Gillian Gilbert…
Así es, ella compuso parte de los teclados. Es una teclista muy colorida y versátil. Creo que volvimos a la mística del trabajo en equipo. Cada uno hizo aportes interesantes en el disco.
¿En cierto punto no le preocupó componer un disco que sonara muy parecido a Brotherhood o Low-Life?
En lo absoluto. No me preocupa que la música se repita. Además, ¿cuántas notas crees que hay en la escala musical como para no caer en repeticiones? Siento que con este disco recuperamos nuestras raíces y me siento orgulloso de ello.
¿Por qué la música que se produce actualmente, de las generaciones más jóvenes, no sorprende o impacta como sí sucedía hace veinte años?
En cada década, desde que apareció el rock and roll a mediados de los años cincuenta, hubo cambios interesantes. El mayor de ellos creo que se dio con The Beatles y el uso adecuado de la melodía. Luego, en la década de 1970, la guitarra fue la protagonista junto con los teclados complejos que dieron origen a la movida dance y electrónica. En cierto punto, a mediados de los años noventa, creo que todos nos dimos cuenta de que nadie inventaría de nuevo la rueda. Y esa es justamente la razón por la cual, creo, nada de lo actual hace la diferencia.
Cómo dice Brian Eno: “la buena música se repite…”
¡De acuerdo! El mejor ejemplo es nuestro álbum Music Complete.
JACOBO CELNIK
FOTOS: NICK WILSON Y JORDAN HUGHES
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 52 - MAYO DE 2016