El proceso de paz debió haber comenzado con las reuniones del miércoles pasado. Fácil decirlo después de los eventos. Pero, en retrospectiva, era el inicio lógico: la “paz” política en Bogotá como base de acuerdo para negociar con las Farc en La Habana. Esa noción de la “paz antes de la paz” no caló entre los dirigentes ni en el debate de opinión, que, predominantemente, prefirió echarle leña al fuego.
Y henos aquí, agonizantes y confundidos ante un acuerdo rechazado por la mayoría del electorado.
No es una invitación al análisis “contrafactual”, ni momento para recriminaciones. Ni para abrir juicio de responsabilidades por la falta de reuniones hace seis años. Será tarea de historiadores.
Abro esta columna con alusiones a la pendiente “paz política” por la necesidad de reconocer la exigencia de consensos mínimos para conquistar la paz. Y por la necesidad de identificar causas militantes contra dichos consensos.
La evidencia del plebiscito es clara. Sería insensato forzar los acuerdos contra la voluntad de la mitad más uno del electorado. Más aún, de haber triunfado el Sí con margen similar, habría sido necesario hacer reformulaciones. Lo advirtió un lector de Arcadia: el triunfo del Sí con “medio país en contra no nos garantizaba nada bueno”.
Un pacto entre las fuerzas políticas mayoritarias, como lo expresó el senador del Polo Jorge Robledo, es, pues, indispensable para la paz. Ya lo había advertido hace un año en la plenaria del Senado. Tal pacto, como Robledo reclama, tiene que incluir a otras fuerzas sociales y políticas.
Es preciso reconocer el enorme significado de un pacto entre Gobierno y oposición. “Hay que convertir en un clamor nacional –sugiere Robledo– la exigencia a (...) Uribe y (...) Santos para que se pongan de acuerdo”. Esa exigencia debe ser más amplia. Lo dijo uno de los estudiantes organizadores de la marcha por la paz antier en Bogotá: “Queremos una reconciliación entre los del Sí y los del No”.
¿Por qué propuestas tan elementales como las del acuerdo nacional siguen generando resistencias?
Importa repasar las reacciones de indiferencia, cinismo y hasta hostilidad frente a similares iniciativas en los últimos años. No fueron pocas. Considérense tan solo la propuesta del presidente del BID, los intentos de Antanas Mockus por acercar a Santos y Uribe, o el discurso del Presidente en el Banquete del Millón en el 2013. El interés del debate público en estas y otras iniciativas fue mínimo.
Varias razones explicarían tanto desinterés pasado. Solo quisiera insistir en algunas de orden histórico e intelectual.
Sin duda, las percepciones negativas sobre el Frente Nacional pesan, así como las ideologías del odio propagadas desde la década de 1960. Pero las resistencias intelectuales contra los consensos son de vieja data. Se suele además confundir el debate con la trifulca, como si oposición y diálogo se excluyesen.
Existe, sin embargo, una tradición colombiana de consensos que es oportuno rescatar, importantes “momentos de reconciliación” recordados en estos días por el historiador José Ricardo Arias. Arias observa que, contra las apariencias, hoy estamos menos polarizados que en el pasado, que “el No y el Sí no están lejos el uno del otro”.
Los resultados del plebiscito crearon la presión pública necesaria para que se abriera un diálogo pendiente. Como señaló Arias, es “una oportunidad, sin (...) buscarla, que se está dando para mejorar y consolidar el pacto” (por la paz). Y advirtió: “Falta ver que la oposición no pida mucho y que la guerrilla esté dispuesta a ceder”. Hay que mantener la presión pública por el acuerdo nacional, requisito básico para la paz.
Eduardo Posada Carbó