El inesperado resultado del plebiscito por la paz llegó como un gancho al hígado para muchos colombianos que anhelan presenciar el fin de la guerra. Pero no estamos de luto. El camino recorrido hacia la paz ha sido largo y próspero. No volvemos al punto de partida sino que debemos redireccionar el rumbo y blindar este delicado proceso de paz de modo que llegue a feliz término en el menor tiempo posible.
Las guerras, como ésta, fratricida, pero también las de rivales de países enemigos, terminan por decisión de aquellos que las empezaron. No mediante votación sino por acuerdo mutuo de los dos comandantes en jefe. Y así debería concebirse el proceso de ahora en adelante, después de sopesar las sugerencias de cambios provenientes de aquellos que se oponían al proceso. En Colombia, tristemente, ganaron el plebiscito la desinformación, los prejuicios, la falsa idea de que “renegociar” no es un obstáculo sino una necesidad. Ganó el miedo.
Ganó también el odio a las Farc por encima incluso del sufrimiento de las víctimas. No sorprende. La mitad de los colombianos han crecido en medio de las balas y con el odio acendrado hacia la guerrilla. De nosotros depende –en esta segunda etapa de los diálogos– velar porque se llegue a un acuerdo pronto para no entrar en un limbo de años en el que se seguirán deteriorando las instituciones y donde se postergará ad infinitum la justicia, la paz, la reparación y la no repetición.
El uribismo, como vemos, no hizo sino desviar el rumbo de forma temporal hacia aquello que tanto dicen aborrecer. Ahora que hay que repensar el acuerdo, se dilata en el tiempo la posibilidad de empezar a conocer lo que verdaderamente pasó y aquellos que cometieron delitos seguirán libres. Su exigencia de “paz sin impunidad” perpetúa, paradójicamente, la impunidad y multiplica las víctimas. Y la primera propuesta de Álvaro Uribe, de amnistía para los protagonistas de delitos menores, va en franca y asombrosa contravía de lo que ha pregonado durante años en sus críticas frente al proceso de paz.
A pesar de que reina el desconcierto después de la desaprobación de los diálogos, debemos recordar que el proceso de paz ha llegado lejos y tanto Santos como las Farc se han comprometido a no volver a ese mar de sangre del que tanto nos costó salir. Ese mar al que quiere devolvernos el más acérrimo opositor de la paz. El mismo que ha movido un país entero hacia el oscuro e impensable ‘No’, sin ofrecer una contrapropuesta, sin tener la menor claridad sobre qué proponer ni qué hacer ahora que el planeta Tierra lo observa y espera a que explique por qué fue que alejó a un país entero de la paz y cuáles son esas objeciones inamovibles que tanto quería sacar a la luz. En los próximos días, Uribe debería expresar con claridad meridiana qué puntos específicos de los acuerdos considera sinónimo de impunidad, porque lo que ha objetado hasta ahora ha sido flexibilidad penal con los guerrilleros que no hayan cometido crímenes de lesa humanidad. Nada relacionado con un incremento de la justicia. Y nada nuevo, pues ya estaba contemplado en el acuerdo del Gobierno con las Farc.
Con todas sus inconsistencias no es desalentador, sin embargo, que haya prevalecido el ‘No’ porque, a pesar de que casi un 90 % de los colombianos no siente simpatía por las Farc, casi la mitad comprobó estar dispuesta a pasar por un proceso de negociación con ellos, y esto es, per se, un gran logro, teniendo en cuenta los esfuerzos titánicos de Uribe y su partido político por desinformar abiertamente y mentir sobre los diálogos y el documento del acuerdo.
Colombia va a reaccionar a tiempo y tendrá la posibilidad de dar esa transición a la paz más temprano que tarde. Hoy, Colombia pone su frente en alto, lista para sortear los más diversos obstáculos en esta tarea titánica por la paz.
María Antonia García de la Torre
@caidadelatorre