Cuando Marta Esperanza Amaya encontró trabajo en un centro de atención de habitantes de calle, su familia puso el grito en el cielo. Hasta ella misma se asustó. “Tenía miedo de que me quitaran lo que no tengo”, recuerda.
Hoy, esta bogotana de 45 años se encarga de lavar la ropa de los hombres y mujeres que viven en las calles de la ciudad. “Así hayamos limpiado la misma ropa ayer, ya hoy viene igual de sucia. A veces viene sucia de... usted sabe… ¿sí me hago entender?”, apunta tímidamente Esperanza, quien a pesar de los tropiezos no cambia su trabajo por nada.
El impregnante olor del desinfectante, el jabón y las prendas sucias son parte del panorama de la lavandería del centro Oasis. Tres lavadoras y tres secadoras industriales son las máquinas de trabajo de Esperanza y sus dos compañeras, María Delfina Pedraza y Miladis Baloco, quienes lavan diariamente hasta mil prendas manchadas de barro, cenizas, sangre, grasa y pintura. Usan tapabocas, guantes y delantales como blindaje ante cualquier infección.
Ni ella ni sus compañeras parecen sentir asco o repugnancia. Meten la ropa a la lavadora con la misma tranquilidad con la que narran su trabajo. “A ninguno se le dice que no. Para eso estamos aquí, para ayudarles a que tengan una mejor vida”, asegura entre lágrimas.
Hoy, cuando han pasado ocho años de estar vinculada a Oasis, los temores iniciales de Esperanza se esfumaron y ahora se ríe de la anécdota. Primero entró al área de cocina y fue suficiente un contacto directo con habitantes de calle para que su percepción se transformara. “Cuando entregué el primer plato de comida fue algo muy lindo porque ellos le agradecen a uno”, relata con nostalgia.
![]() Patio de Oasis. Foto: Edwin Romero / EL TIEMPO. |
En la lavandería lleva más de tres años, y aunque pasa todo el día dentro de la zona de limpieza, hay quienes siempre se acercan a dar un saludo de agradecimiento. “Desde que uno entra, todos saludan. Muchas veces en coro dicen –buenos días, profe; buenos días, Esperancita o buenos días, tía–, pero con esa alegría...”, asegura.
Robin Candelo, por ejemplo, es uno de los que visitan Oasis hace 3 años. Está convencido, como muchos en el lugar, de que la ropa limpia trae consigo nuevas perspectivas. “Estar sin mugre me cambia la mente, no me dan ganas de drogarme”, dice el joven de 27 años. Como él, muchos de los habitantes de calle atendidos consideran a Oasis su hogar. “Ellos respetan este lugar como si fuera su casa”, explica el psicólogo del Centro, Arturo Poveda.
Un día en el hogar
Oasis funciona hace más de 15 años y pertenece al Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron). El lugar, que está enfocado en atender a población cuyas edades van de los 18 a los 28 años, recibe diariamente a al menos 80 habitantes de calle en el día, y ofrece 120 cupos para albergue en la noche. Este es uno de los 23 centros de atención del Idipron, entidad que, junto a la Secretaría de Integración Social, atiende a los más de 9.614 habitantes de calle que hay en Bogotá, según el último censo realizado en el 2011.
La jornada comienza a las 5:30 de la mañana, cuando un bus recorre distintos sectores del centro de la capital para recoger a los habitantes de calle que quieran recibir los servicios del centro Oasis, ubicado en la calle 10.ª, en el centro.
![]() Delfina Pedraza, Marta Esperanza Amaya y Miladis Baloco. Foto: Edwin Romero / EL TIEMPO. |
La ruta pasa por la plaza España, el parque Tercer Milenio y la zona de San Bernardo, entre otros. “¿Vamos a ir al patio (es decir, al centro Oasis)?”, les preguntan los ‘profes’ a los hombres y mujeres que viven en las calles. Ellos ya lo conocen. Saben que si acceden tendrán aseo, educación y comida asegurados, al menos por un día.
Tras pasar por un registro, en el que queda claro que no pueden entrar drogas ni armas blancas, cada uno entrega la ropa sucia, reciben una toalla, jabón y champú para bañarse y luego una bebida caliente. A los que no tienen una ‘muda’ extra se les entrega una sudadera para que pasen el día.
Durante la mañana se les ve en el patio, conversando, descansando. Algunos están absortos viendo las noticias o una película vieja; otros, en cambio, se concentran en cumplir los ‘deberes cívicos’, como se les llama a las labores de aseo que se realizan por dos razones: el cumplimiento de un castigo por haber infringido una norma, o la acumulación de ‘puntos’ para ganarse un cupo en los dormitorios durante la noche.
A las 2 de la tarde la ropa ya está seca, limpia y doblada. Para ese momento, Esperanza ya hizo lo suyo por la jornada.
![]() Lavandería de Oasis. Foto: Edwin Romero / EL TIEMPO. |
Esperanza para los habitantes de calle
Esperanza tiene dos hijos: Cristian, de 26 años, y Mateo, de 12. Cuando esta bogotana llega a su casa, también asume labores de limpieza, y lo hace con el mismo amor que realiza su trabajo en Oasis.
“Me hace falta mi trabajo cuando no estoy en el centro”, confiesa Esperanza, cuyo nombre le hace justicia a lo que desea que nunca pierdan los hombres y mujeres que viven en la calle.
ANDREA MORANTE ÁLVAREZ
ELTIEMPO.COM