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Una lección de cine latinoamericano

Maduro, imaginativo y técnicamente impecable. Lo más sobresaliente: la juventud de los realizadores.

Sergio Ramírez
Me ha tocado ser jurado del Festival Internacional de Cine de Biarritz, que llega a sus veinticinco años de existencia como la más importante de las convocatorias europeas dedicadas a mostrar películas latinoamericanas. Pero además de la delicia obligada de verme diez filmes día tras día, esta ha sido una semana inolvidable en muchos sentidos. El público desbordó las salas de cine, donde también se han presentado cortometrajes y documentales, y se volcó con las presentaciones literarias, los conciertos musicales, las mesas de libros en español y traducidos al francés. Latinoamérica reinando en las calles.
Lo primero que queda a la vista es que el cine latinoamericano del siglo XXI, como se prueba también en otros festivales de competencia mundial, Cannes o San Sebastián, es un cine maduro, imaginativo y técnicamente impecable, y lo más sobresaliente viene a ser la juventud de los realizadores.
El premio El abrazo para la mejor película lo hemos concedido a ‘La ciudad donde envejezco’, el primer largometraje de la brasileña Marília Rocha, donde cuenta la historia de dos jóvenes amigas de infancia que emigran una tras otra desde Portugal a Belo Horizonte. Es un relato de equilibrada delicadeza, que nos acerca a la soledad y el extrañamiento que trae consigo la emigración.
‘Aquarius’, del también brasileño Klever Mendoza, ganó el premio del jurado, y su protagonista principal, Sonia Braga, el de mejor actriz. Esta es una película que transforma un asunto público, la corrupción ligada al negocio inmobiliario, en una historia personal que, a su vez, se convierte en una obra de arte. Clara, la heroína, lucha por no ser desalojada del apartamento familiar donde sola, ya viuda, resiste contra los trucos y embates sucios de los empresarios que ya son dueños del resto del edificio.
Sonia Braga, a sus más de sesenta años, nos seduce con su siempre vivo talento dramático, dueña a cada paso de la pantalla tal como la vimos hace tantos años en ‘Doña Flor y sus maridos’ o en ‘El beso de la mujer araña’, sacando provecho a su madurez y a su belleza que no da muestras de apagarse.
Y el premio al mejor actor fue otorgado al chileno Alejandro Sieveking, protagonista de la hermosa película argentina ‘El invierno’, dirigida por Emiliano Torres, premio de la crítica. Sieveking es el viejo capataz en un lejano fundo de la Patagonia, donde se crían y esquilan ovejas, que es despedido por razón de su vejez. Empezará entonces la lucha sorda entre él y su joven sucesor, en un escenario donde imperan la soledad, el frío y la nieve, pero sobre todo la belleza imponente de la cordillera de los Andes.
Entre otras películas notables de la muestra, hay que mencionar ‘El Amparo’, una producción de Colombia y Venezuela dirigida por Rober Calzadilla, que ganó el premio del público. Cuenta la historia de un grupo de humildes pescadores de un pueblo fronterizo que son asesinados por el ejército de Venezuela a finales de los años ochenta, acusados de pertenecer a la guerrilla colombiana. Los dos únicos sobrevivientes se enfrentan al poder que quiere silenciarlos. Este hecho, conocido como la masacre de El Amparo, que llenó las páginas de los diarios y los telenoticieros, nunca fue resuelto y pasó al olvido.
Un arte duro. La película ganadora, ‘La ciudad donde envejezco’, tuvo que detenerse en su etapa de posproducción por falta de financiamiento, y es por eso mismo que la persistencia de estos jóvenes realizadores es ejemplar.
Luchan por encontrar productores, apoyos estatales que son pobres o no existen, por convencer a las trasnacionales de distribución para poder llegar a las salas de cine, por tener cabida en la televisión abierta y por cable, y en Netflix y HBO. Por eso es que festivales como este de Biarritz son verdaderas ventanas al mundo que les abren posibilidades.
Las más de veinte horas que me he pasado sentado en la butaca en la oscuridad, me han abierto también una ventana a este cine esplendente, el cual me recuerda que la invención vale la pena.
Sergio Ramírez
Sergio Ramírez
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