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El nocivo sexismo de Trump

Para este libidinoso donjuán, las mujeres son bonitas o son feas. No hay más.

No deja de ser paradójicamente delicioso que sea una mujer, Hillary Clinton, la que esté apaleando a Donald Trump, un macho que toda su vida se ha distinguido por utilizar a las mujeres en su beneficio, a tratarlas como objetos y a insultarlas con majaderías que generalmente obedecen a dos causas. A una reacción visceral a un comentario que él considera es un ataque a su persona o a su machismo medieval, que le hace ver a la mujer como un objeto, no como un sujeto.
Para este libidinoso donjuán, las mujeres son bonitas o son feas. No hay más. Considere, por ejemplo, lo que dijo en 1991 respondiendo a un perfil crítico que le hicieron en la revista Squire: “No importa lo que escriban con tal de que tengan un trasero precioso. Pero, eso sí, tiene que ser joven y guapa”. O esto otro que escribió en uno de sus libros 15 años más tarde: “Las mujeres, en esencia, son objetos estéticamente agradables. Como un edificio o una obra de arte”.
Por lo general, sin embargo, ese machismo que lleva a flor de piel hace que cada vez que una mujer lo cuestiona reaccione con una majadería, como en el caso de la abogada que durante una declaración legal lo interrogaba y pidió un receso para amamantar a su hija de tres meses. Furioso, Trump reaccionó como energúmeno gritándole: “Eres repugnante, asquerosa”.
No siempre su reacción le sale de las entrañas, sino que es más maquiavélica porque acusa insinuando. Eso sucedió, por ejemplo, cuando acusó a la periodista Megyn Kelly de hacerle preguntas agresivas durante un debate porque “la sangre le salía por los ojos”, y luego aventuró que quizá la periodista estaba de mal humor porque estaba en su período de menstruación.
Sus insultos pueden ser también abusivamente desproporcionados, como cuando dijo que la empresaria periodística Arianna Huffington “es tan fea por dentro y por fuera que entiendo muy bien por qué su marido la dejó para irse con un hombre”. O cuando le ha repetido hasta el cansancio a la presentadora de televisión Rosie O’Donnell que es una “cerda, degenerada, desesperada, tonta, gorda y holgazana”. En la madrugada del viernes pasado, aparentemente al borde del colapso nervioso, el candidato presidencial publicó una serie de tuits con los que volvió al ataque en contra de la ex miss Universo venezolana Alicia Machado.
Solo alguien que tiene una visión del mundo tan distorsionada puede decirle a una mujer que si sufre de hostigamiento sexual en el trabajo lo que tiene que hacer es “buscar otro trabajo en otra compañía”. No contento con proponer semejante horror, Trump reveló que la idea de la solución se la dio su propia hija. Es decir, las mujeres en su entorno no solo son sumisas y bonitas, sino que aceptan las reglas que el machismo de su padre dicta.
No puedo entender cómo puede haber mujeres u hombres que puedan estar considerando a este emocionalmente inestable macho misógino como alguien digno de ocupar la primera magistratura del país. Y, al mismo tiempo, pienso que el mejor antídoto al machismo desbocado de Trump es elegir como presidenta a una mujer, aunque aclaro que no abogo por que se elija a cualquier mujer. Sara Palin, por ejemplo, sería un desastre quizá peor que Trump.
El triunfo de Hillary podría servir de ejemplo para las mujeres jóvenes que se preguntan por qué en toda la historia de Estados Unidos ha habido 44 presidentes hombres y ninguna mujer. Con Hillary de presidenta, EE. UU. se colocaría a la altura de Alemania e Inglaterra, con mujeres a cargo de tres de las cinco economías más grandes del mundo, y también serviría como reconocimiento al civismo democrático de chilenos y costarricenses, que han elegido a mujeres presidentas, adelantándose a muchos países desarrollados en la lucha por lograr la igualdad de género.
Sergio Muñoz Bata
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