Todavía hay gente que se pregunta si debe salir a votar. Esta es una oportunidad única, en la que su voto puede decidir el rumbo que tome el país y la vida que les espera a los suyos. No acudir a votar es dejar que otros tomen esa decisión. Mañana puede amanecer con un futuro que no desea y con un sentimiento de culpa por no haber participado.
Una gran ayuda para decidir si vota Sí o No y no dejarse sesgar por intereses mezquinos es ponerse en el lugar de otros colombianos e imaginarse, como lo propone Julieta Lemaitre en ‘La Silla Vacía’ a partir de una idea del filósofo inglés John Rawls, que, después de marcar el tarjetón y haber votado, uno no sabe dónde o en qué circunstancias va a amanecer en lunes en la mañana. Puede ser que amanezca en su casa y nada haya cambiado, o que sea un policía, un desplazado que vive en una casa de cartón en Altos de Cazucá. Puede ser la mamá de dos adolescentes, un guerrillero en alguna montaña de Colombia, el papá de ese guerrillero y de dos hijos más, el exprocurador Ordóñez, una mujer víctima de las Farc o de los paramilitares en Montes de María, o un ciudadano común y corriente, empleado o desempleado. También puede amanecer como dueño de una finca ganadera en Córdoba, o de una fábrica en Medellín, o puede ser el piloto que asustó a ‘Timochenko’ y a todos los asistentes a la firma del Acuerdo de paz.
Si yo voto Sí y este obtiene una mayoría en el plebiscito, ¿cómo afectaría ese voto la vida de estas personas? Podría aumentar significativamente la probabilidad de que el policía se jubile. El desplazado podrá escoger libremente entre quedarse en Bogotá o regresar al campo. La madre de los adolescentes podrá decirles a ellos lo que les escribió Ana María Ibáñez a sus hijos en carta que reprodujo ‘Semana’, “que no tendrán que decidir bajo la óptica del miedo y el dolor” inexorablemente. La expectativa de vida del guerrillero será mayor el lunes por la mañana. Su papá podrá volverlo a ver y no tendrá que temer, como ahora, que lleguen matones armados a llevarse a los otros dos muchachos.
Al ciudadano común y corriente probablemente no le suceda nada el lunes, pero a la vuelta de un año podrá tener empleo, o mejor empleo, y la perspectiva de un país más justo y con mayores oportunidades. La víctima de la guerrilla o de los ‘paras’ no estará sometida a ultrajes, tendrá la opción de que se conozca la verdad, de recibir reparación y de perdonar. Los dueños de fincas o de fábricas podrán, por lo menos, aspirar a salir sin escoltas a disfrutar calles o caminos. Ordóñez podrá ser el líder de la derecha paleolítica. Y el piloto de la Fuerza Aérea ojalá no tenga que asustar más civiles.
La señora que se enfurece pensando que el ‘Paisa’ o ‘Romaña’ van a salir libres probablemente va a votar No, pero si pensara que el lunes en la mañana podría amanecer como una de las sobrevivientes de la matanza de Bojayá que cantaron en la ceremonia de la firma del acuerdo de paz, es posible que se pregunte por qué ella se atribuye superioridad moral si las víctimas pudieron perdonar. “La paz comienza cuando la gente deja de señalar culpables”, dice un editor extranjero.
La gran incógnita de esta votación es a qué le van a apostar los jóvenes, que serían los mayores beneficiarios del Sí. Mañana sabremos la respuesta. Como yo quisiera imaginar que el lunes puedo amanecer con cincuenta años menos, voy a votar Sí en beneficio de ellos, además porque si me quedo con los años que tengo, puedo aspirar a dormir en tierra caliente sin temor y a tener un jardín. “La apuesta del Sí es arriesgada, pero la prefiero a que todo siga igual”, dice Felipe Barrera, profesor de Harvard. Por lo menos nos ofrece la oportunidad de que cese la barbarie.
RUDOLF HOMMES