Como ya lo hemos expresado en este mismo espacio, EL TIEMPO recomienda a sus lectores que acudan hoy a las urnas la opción del Sí en el tarjetón. Esta postura nace del convencimiento de que el acuerdo con las Farc no solo es una oportunidad única para llevar una confrontación de las balas al plano de los argumentos, sino que tiene, como también ya lo afirmamos, “el potencial de corregir fallas estructurales del pacto que da sentido a esta sociedad”.
De igual manera, es deseable que la asistencia hoy a los puestos de votación sea masiva. Y es que este paso –sobre el cual estamos convencidos de que se cuenta entre los más decisivos de nuestra historia republicana– debe ser mucho más que un acuerdo entre representantes del Estado y la insurgencia, y además una prueba –sorteada con éxito, como esperamos– de nuestra madurez democrática.
Esto, en el sentido de demostrar que interpretamos el tener visiones diferentes sobre cuál ha de ser el rumbo de la sociedad como algo positivo, por cuanto denota diversidad ideológica, valor democrático fundamental que enriquece y fortalece todas las posturas, y no como un aliciente para llevar los antagonismos de la política a la vida cotidiana.
Del mismo modo, hay que recalcar en que si lo que se quiere es garantizar que el tránsito a un mejor país no sea excluyente, es primordial que hoy se geste un auténtico hecho político, así como un pacto con implicaciones jurídicas, económicas y sociales, entre muchas otras. Y es que sea cual sea la decisión que tome hoy el pueblo, en el deseable sentido de refrendar el acuerdo o de rechazarlo, es vital, realmente vital, que esta venga acompañada de un sólido respaldo en términos de cantidad de sufragios.
Si es la primera, estaremos presenciando los estertores de esa tendencia tan dañina, pero tan recurrente en nuestra historia, de acudir a la violencia para resolver diferencias que son de carácter político. Estaremos muy cerca de ponerle punto final a la nefasta combinación de política y armas. Este argumento, el de estar por fin ante una oportunidad concreta y real de pasar esta cruel página de la insurgencia armada, es una razón valiosa entre las que invitan a respaldar con el voto lo firmado el lunes por Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño.
No es, por supuesto, la única. El hecho de que la negociación –y esto se refleja en el texto final– haya tenido a las víctimas como centro, gracias a lo cual podrán acceder a la verdad, a la reparación y a la certeza de la no repetición, debería también motivar más, si se tiene la convicción de que las heridas que deja abierta la guerra hay que ayudar a sanarlas y de que para ello es un requisito que la justicia brinde algo más que castigos a los victimarios. Sin duda alguna, como los propios negociadores lo han dicho en numerosas ocasiones, se trata de un acuerdo imperfecto, pero pensamos que han dado razones sólidas para creer que es, como también han afirmado, el mejor posible. Y sobre todo, uno llamado a salvar miles de vidas.
Asimismo, vemos en sus páginas una hoja de ruta que, virtuosamente recorrida, logrará saldar la deuda social del Estado con vastos sectores de la población por décadas excluidos, sin que ello signifique volver a barajar en términos de modelo económico actual y, en especial, en sus libertades y derechos. Por el contrario, con un tejido social robustecido y reconciliado será posible, sin un cambio estructural en la economía, generar un círculo virtuoso que lleve, en un futuro no muy lejano, a mostrar mejores cifras en indicadores que hoy producen mucha más vergüenza que orgullo.
Y es pertinente referirnos al contraste entre lo minucioso y esperanzador de la senda trazada –y que deberá seguirse de resultar ganador el Sí (por supuesto, no ajena a riesgos)– y el nivel de incertidumbre que se genera de darse el desenlace opuesto. Para ser claros: las consecuencias de un triunfo del No son de tal grado de imprevisibilidad, en todos los campos, que dicho escenario bien resiste la comparación con un salto al vacío. Comenzando por la política, en la cual se tendrá a un mandatario con mínimo margen de maniobra durante los dos años que le restan en la Casa de Nariño.
En caso contrario, al triunfar el Sí no faltan los riesgos, desde luego, empezando por el de que los espacios que dejen las Farc sean copados por otros grupos armados en lugar del Estado. Pero tales peligros coexisten con un camino rigurosamente trazado. Transitarlo supondrá más de un obstáculo, así como enfrentar cuestas empinadas.
Claro está que la implementación de los acuerdos implica un duro esfuerzo a todo nivel, el cual incluye también deseables transformaciones en el ámbito privado de cada colombiano. Un trayecto más del recorrido que esta sociedad inició en 1810 y en el que no faltarán las tormentas, pero cuya promesa es una vida mejor para hijos y nietos, gracias a un renovado pacto social que animará a no desfallecer.