Proyectiles en el piso, huecos en las paredes producto de las balas y el portón del colegio destruido era el panorama que encontraban los estudiantes de la Institución Educativa La Julia, a causa de los enfrentamientos casi diarios entre el Ejército y las Farc.
La institución se encuentra en la inspección que lleva el mismo nombre y pertenece al municipio de Uribe, en el Meta, una de las zonas más golpeadas por la guerra.
Durante mucho tiempo, los salones del colegio sintieron la ausencia de los estudiantes, ya que por miedo de caer en los enfrentamientos y de las constantes amenazas de los grupos guerrilleros de tomarse el colegio preferían quedarse en sus casas.
“Recuerdo mucho que en el 2014 a las 9 de la mañana hubo un enfrentamiento. La situación era tan constante que nos tocó diseñar nuestro propio plan de atención de riesgo y los estudiantes y docentes ya sabían que debían refugiarse en una esquina del salón o en la parroquia”, contó José del Carmen Camargo, rector de la institución.
Brayan Correa, representante estudiantil, cuenta cómo tuvo que aprender a sobrevivir en medio del fuego cruzado, pues frente al colegio había una garita y varias casas donde se refugiaban los soldados.
“Al principio nos daba mucho miedo cuando estábamos en clase y escuchábamos las balas, pero después ya nos parecía normal todo: el sonido de los fusiles, los helicópteros”, dijo el estudiante.
La falta de docentes y la deserción escolar se convirtieron en grandes problemas. En el 2014 desertaron 75 estudiantes; en ese mismo año, y a inicios del 2015, varios docentes dejaron también la institución, por lo que la calidad educativa de la zona se ha visto afectada debido a la poca estabilidad que ha tenido el plantel de docentes.
Sin embargo, cuatro años después de haber vivido los últimos tiempos de violencia, los habitantes de La Julia afirman con seguridad que la tranquilidad los acompaña. El Ejército y la Policía tienen fuerte presencia en la zona, la gente puede movilizarse de manera segura desde las veredas hasta el municipio y los niños y jóvenes ya no reciben clase en medio de las balas.
“Ya no se volvió a escuchar una sola bala, el Ejército ya no desconfía de la gente, ya salen a patrullar tranquilos y a nosotros ya no nos da miedo mandar a los muchachos al colegio”, contó Ricardo Díaz, habitante de La Julia y padre de familia.
Aunque la violencia se ha reducido, padres de familia, estudiantes y docentes coinciden en la necesidad de recibir mayor inversión en educación, piden que las universidades lleguen hasta el territorio, que el Gobierno destine becas para los jóvenes de la zona a fin de que puedan cursar carreras técnicas, tecnológicas y profesionales sin tener que trasladarse hasta las ciudades, pues muchos no cuentan con los recursos para hacerlo.
“Nuestros jóvenes ya piensan en construir un futuro, en seguir estudiando y en construir su proyecto de vida. Anualmente graduamos entre 28 y 30 estudiantes y muchos se quedan en el pueblo haciendo nada”, enfatizó el rector Camargo, quien además resaltó la importancia de mejorar la calidad educativa de la región para graduar jóvenes competentes.
EL TIEMPO