La estremecedora imagen de una madre yemení abrazando a su hijo de 18 años, herido en una manifestación, le reportó al fotógrafo español Samuel Aranda no solo el reconocimiento del World Press Photo como foto del año 2012, sino también la gratitud de un pueblo. Es una imagen de belleza renacentista y casi anónima, pues el accidentado esconde su rostro en la burka de su madre, quien lo rescata de una mezquita llena de heridos, luego de que el joven permaneció dos días en estado de coma. Podría haber sido en cualquiera de los otros conflictos que Aranda ha retratado, en Egipto, Pakistán o Líbano. Incluso en Colombia.
“Ella se llama Fátima y él se llama Zayed –explica Aranda–, y luego hemos seguido en contacto. Nos reencontramos después de la fotografía y fue una experiencia muy positiva, como todas las que he tenido en el mundo musulmán. Me recibieron en su casa, me agradecieron eternamente lo que había supuesto la foto para la revolución yemení y me hicieron una fiesta”.
![]() Foto: Archivo particular Samuel Aranda, fotógrafo español. |
Aranda, otro de los invitados al Festival Gabriel García Márquez de Periodismo que se desarrolla en Medellín, logró capturar la escena a finales de 2011 en la ciudad de Saná, mientras cubría las protestas en Yemen, por encargo de The New York Times. En ese momento, y luego de sucesivas protestas, el 15 de octubre se produjeron enfrentamientos entre las tropas del presidente Ali Abdalá Saleh y los manifestantes que colmaron la calle Zubairy, principal arteria de la ciudad, rumbo al Ministerio de Asuntos Exteriores. El lente del experimentado fotógrafo recorrió los estragos que dejó la colisión, con al menos 12 muertos y más de 30 heridos. Y su imagen visibilizó un conflicto que luego de otras masacres aún peores desencadenó la salida del presidente Saleh, un mes después, hacia Arabia Saudí para transferir el poder a su segundo, Abdurabu Mansur Hadi.
“La foto no cambió nada, pero sí se convirtió un poco en símbolo de la revolución para ellos. En todos estos años, ha habido muy pocas veces en las que haya visto cambios reales con una fotografía. Pero esos casos concretos los recuerdo con mucho cariño”, asegura Aranda, que ahora espera ver otro tipo de resultados con un taller que realizó esta semana con niños y jóvenes de las comunas de Medellín.
“Es un taller conjunto con María, mi compañera, y la idea surge de hacer algo con una vocación más social, aportar algo –agrega el fotógrafo–. Cuando estuve en Medellín, hace unos años, estuve visitando las comunas, las que están cerca del telecable y la biblioteca España, vi el trabajo que se hacía en las escuelas de reinsertados, la gente que había dejado las armas, y hacían música, y me impresionó mucho. Entonces intentamos hacer que los chicos que participan y que están en una situación vulnerable puedan tener nuestra visión en la fotografía y una buena experiencia”.
No es extraño para este fotógrafo de 37 años camuflarse con las comunidades. En el curso de sus trabajos para el New York Times, National Geographic, El País, Le Monde, Stern y otros medios, ha viajado por medio mundo, recalando en particular en África y Oriente Medio, sin dificultades. En China, recorrió en tren buena parte del país.
Solo recuerda un par de problemas: “En Sudáfrica tuve un incidente de violencia muy desagradable. Sufrimos un asalto y fue bastante feo. Y en Israel viví unos meses y la segunda vez fue muy difícil. El gobierno israelí controlaba muchísimo lo que hacíamos y sufríamos una presión constante de todo lo que publicábamos. Nos llamaban por teléfono para debatirlo, era una presión muy agobiante”.
El trabajo ha dado frutos, pues además del World Press Photo, ha recibido múltiples galardones, como el premio nacional de fotografía en España (2006) y el Nikon Photography (2015), por sus imágenes sobre la epidemia del ébola. “A nivel de reconocimiento, yo me aíslo bastante de esas cosas –confiesa Aranda–. No me gusta estar en contacto con ese mundo editorial. El mejor reconocimiento es que cuando trabajas en los sitios y la gente te quiere, también construyes relaciones personales. De muchos viajes me he traído amigos y luego los mantienes a través de encontrarte con ellos de nuevo. Por ejemplo, acabamos de llegar de Grecia y nos encontramos con una familia con la que estuvimos conviviendo tres meses. Unos refugiados. Y nos han abierto las puertas de su casa, hemos pasado unos días fantásticos y esa es la mejor recompensa: ver cómo la gente te quiere y tiene ganas de enseñarte su vida”.
Este año, además, ganó el premio Ortega y Gasset por unas impactantes fotos de la crisis de refugiados, un tema que lo conmueve pero en el cual no cree haber ayudado a encontrar soluciones: “No. Absolutamente en nada. En el tema de los refugiados, en Europa se está dando un fenómeno, no sé por qué, y es que las políticas son cada vez más conservadoras, incluso viendo que esas políticas no están funcionando. Cada vez se ve más desigualdad, violencia, atentados en capitales europeas y la reacción es ir más hacia políticas de extrema derecha, más conservadoras. Así que creer que con la fotografía se pueda solucionar algo en este caso de los refugiados lo veo imposible. Sí es cierto que hemos colaborado con iniciativas como Proactiva Open Arms (una organización no gubernamental de Barcelona que ayuda a rescatar a refugiados que llegan a Europa huyendo de conflictos o de la pobreza). Esta organización surgió de voluntarios y lo hacen todo de forma independiente. Con las fotografías que hemos tomado hemos hecho subastas y han conseguido dinero para poder seguir trabajando”.
Esa tal crisis no existe
El oficio del reportero gráfico se ha transformado y Aranda es muy consciente de ello. Sin embargo, no cree que haya motivo de alarma. Él apunta a las oportunidades y dispara. Sin perder el foco: “No me gusta la palabra crisis. La vengo escuchando desde que empecé, cuando tenía 18 años. Los compañeros me decían: ‘Es imposible, la fotografía está en crisis’, y resulta que al final consigues vivir de esto. Sí ha cambiado con el paso de los años. La fotografía ha entrado más en el mercado artístico, por ejemplo. Y a lo mejor antes podías vivir solo de publicar reportajes en revistas pero ahora tienes que apoyarte en dar conferencias, vender copias, publicar libros, cosas que antes no hacías.
A lo mejor, hace 15 años era más fácil publicar y había más dinero, pero es un tema de evolución. Lo que hay que pensar es hacer otro tipo de trabajo. Yo, por ejemplo, he trabajado con dos fundaciones que han puesto dinero para hacer un proyecto”.
En su sitio web, samuelaranda.net, ofrece servicios de estudio fotográfico, diferentes a los que suelen pedirle las revistas y periódicos que lo contratan. Según explica, alguna vez hizo una exposición y se dio cuenta de que los honorarios que le pagaban eran muy inferiores al presupuesto para el laboratorio. ¿Qué hizo? Tomó cursos para aprender a imprimir, compró la maquinaria idónea y ahora hace toda la producción de sus exhibiciones, en su estudio ubicado en Crespià, a 100 kilómetros de Barcelona.
Es su respuesta a los desafíos del siglo XXI, en el que no cree que las fotos digitales tomadas por cualquier persona desplacen al fotógrafo profesional: “Yo creo que cuando empezó este fenómeno hubo un momento de miedo y algunos pensaron que podría desaparecer el periodismo de toda la vida. Pero muy pronto se han dado cuenta de que la persona que sube una fotografía a las redes, lo hace desde su punto de vista y mucha gente no tiene la preparación o los conocimientos que se supone que tenemos los periodistas para intentar ser imparciales”.
Por ello, ha abandonado su espacio en Instagram y usa muy poco el de Twitter. Piensa que las redes digitales solo alimentan el ego: “Todos ponemos cosas en las redes sociales esperando que a la gente le guste mucho lo que hacemos”.
Y si bien reconoce que en casos concretos como el de Siria las redes han permitido enviar al exterior fotos que no de otra forma se hubieran conocido, cita la política de The New York Times, que “decidió no volver a publicar cosas de Twitter o de activistas”.
En consecuencia, no me extraña cuando le pregunto por los fotógrafos que hacen también video, y me interrumpe con expresión cáustica: “¡Uf. Qué horror! Es un atraso totalmente”. Le pido entonces que aconseje a los jóvenes amantes de la imagen que puedan leer esta nota y su respuesta lo retrata de cuerpo entero:
“Creo que hay que tener muy claro lo que cada uno quiere hacer. Y seguir ese camino. Es muy difícil y a largo plazo, pero si uno lo tiene claro y apuesta cada día por ese objetivo, al final se consigue. Ahora nos han vendido la historia de que hay que hacer video sí o sí. Yo creo que es un poco lo que nos ha pasado con la profesión, que al final empiezas a aceptar cosas y llegas a un sitio y tienes que estar pendiente de la foto, del video, de todo…. En el New York Times, por ejemplo, no nos dejan hacer video, y cuando hemos ido a hacer una historia como la del ébola, éramos un equipo de diez personas, entre periodistas, fotógrafos y video. Y luego el resultado se diferencia mucho. Cuando ves una cobertura del New York Times, como la de los refugiados, el equipo de video va con dos cámaras de televisión, un sonidista y un montajista. Eso al final se nota”.
* El editor de fotografía de EL TIEMPO, Jaime García, participó en esta entrevista.
JULIO CÉSAR GUZMÁN
EDITOR CULTURA Y ENTRETENIMIENTO