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El domingo digo que 'Sí'

El 3 de octubre nacerá una nueva Colombia, que necesitará de muchos cuidados.

Enrique Santos Molano
En algún momento del futuro, ya avanzado el siglo XXI, un buen estudioso de la historia, un gran investigador que quizá aún no ha nacido, o que está por nacer en la Colombia de paz por la que vamos a votar el domingo, escriba sobre esos setenta años de la vida nacional, desde 1946 hasta 2016, y aunque lo haga con absoluta imparcialidad, no podrá evitar, a medida que ordene los hechos y los profundice, estremecimientos convulsivos de horror. Su libro hará que el mundo se pregunte incrédulo ¿cómo pudieron suceder semejantes atrocidades, durante tanto tiempo, en un país al que alguien calificó como la democracia más antigua de América?
Llevamos cerca de un año, a raíz del cese unilateral del fuego declarado por las Farc, disfrutando de una paz que no habíamos conocido en las últimas cinco décadas. Tres generaciones colombianas nacieron y crecieron en medio de la guerra absurda y se impregnaron del ambiente maligno que lleva a contemplar con indiferencia las barbaridades de la guerra. A mirarlas a través de la televisión o escucharlas en la radio como si fueran telenovelas o radiodramas. La indiferencia es uno de los aspectos más brutales de la vida. Creemos que esas tragedias que sentimos lejanas no nos tocan, pero la marea del dolor humano llegará inevitablemente, de donde quiera que esté, a nuestras playas tranquilas y nos afectará con la misma ferocidad con la que los señores de la guerra arruinaron tantas vidas.
En la maraña de mentiras que el senador Uribe Vélez; su monaguillo el exprocurador Alejandro Ordóñez, sombría figura medieval, y los no tan santos apóstoles del Centro Democrático han regado con pantagruélicos eslóganes para tratar de deformar la realidad que contienen las 297 páginas de los acuerdos que pasado mañana los colombianos apoyarán o no apoyarán, la más grave, pero no la más analizada, ataca al primer acuerdo en lo que atañe a la restitución de tierras.
Dicen los partidarios del ‘No’ que ese acuerdo simple y llanamente acaba con la propiedad privada sobre la tierra y decreta la expropiación de los legítimos dueños para socializar el campo. Cualquiera que haya leído el acuerdo entenderá la falsedad absoluta de esa conclusión. El acuerdo busca precisamente lo contrario: recuperar la propiedad privada de la tierra que les fue arrebatada a sus legítimos dueños por obra de ejércitos particulares contratados por ávidos terratenientes y ganaderos, que invadieron las propiedades privadas, asesinaron a sus dueños o los obligaron a huir y se apoderaron de sus tierras. (Todo esto es lo que van a leer las futuras generaciones en el relato del futuro historiador). Millones de desplazados, para salvar la vida, tuvieron que abandonar a la fuerza sus propiedades conseguidas de manera legítima y honrada. Despojados de todo haber, llegaron a las ciudades para ingresar en la legión de las víctimas de la violencia (como si la violencia fuera un ser de carne y hueso que actúa por cuenta propia) y sin otro modo de sobrevivir que dedicarse al rebusque. Pues véase que el acuerdo lo que procura es justicia para esas víctimas de la codicia de los despojadores o expropiadores de la propiedad privada. La restitución de las tierras a sus legítimos dueños. Y es un acuerdo serio, bien estudiado, bien estructurado para evitar que los criminales le sigan mamando gallo a la justicia.
No podemos caer en el viejo vicio de la inmediatez y pensar que el país estará arreglado el 3 de octubre, si el ‘Sí’ gana el plebiscito. El 20 de julio de 1810 se dio el grito de la independencia, pero la independencia no se logró hasta diez años después. Sin el grito aquel, habría tardado mucho más. Sin los acuerdos de La Habana, sin la firma de la paz efectuada en Cartagena el 26 de septiembre, aplaudida por el mundo entero, y repudiada por la cómica comparsa Uribe-Ordóñez, posiblemente Colombia no encontraría la paz tampoco en este siglo.
Nadie dude de que con la mayoría del ‘Sí’, el 3 de octubre nacerá una nueva criatura, una Colombia nueva, que, como todos los recién nacidos, necesitará de muchos cuidados, de que todos nos unamos para ayudarla a crecer sana y vigorosa, alimentada por una leche democrática de la mejor calidad, a fin de conseguir la felicidad de todos los que vivirán en ella y con ella un presente siempre óptimo.
Por eso, en la urnas del domingo digo que ‘Sí’.
Enrique Santos Molano
Enrique Santos Molano
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