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¿Cómo hizo para sentarse con esos tipos?

Entrevista de María Isabel Rueda al general (r) Jorge Enrique Mora, sobre su papel de negociador.

MARÍA ISABEL RUEDA
General: la primera pregunta que se me ocurre hacerle en esta entrevista el día que se firma el acuerdo de paz es: ¿cómo hizo para sentarse a hablar con esos tipos?
Pues es una pregunta interesante, ya que toda mi vida militar, durante 42 años, transcurrió persiguiendo a las Farc en cumplimiento de la misión. Jamás en mi vida militar imaginé que iba a estar sentado con las Farc.
Más aún: hace unos años, ante la pregunta de un periodista, usted respondió categóricamente: “Jamás me sentaría con esos bandidos”.
Sí, pero el tiempo transcurrió y la situación evolucionó. La mayor motivación para aceptarle la invitación al señor presidente Santos fue nuestra convicción de que si las Farc habían aceptado negociar con el Gobierno, había sido por los resultados nuestros en el campo de combate, por el sacrificio de nuestros soldados y policías. También me llevó a aceptar que el Presidente consultó mi presencia en el proceso con los mandos en servicio activo, con militares retirados, y fueron unánimes en apoyarme, luego de haber descartado otros nombres.
O sea, usted fue a sentarse allá como un militar victorioso, no como uno derrotado…
Así fue, pero la victoria militar es una realidad. Mire: en el Caguán tenían 20.000 hombres armados y uniformados. Hoy en día no pasan de 7.000. Esa gran diferencia es la victoria de nuestros soldados y policías; pero la derrota del enemigo no significa que tenga que morir hasta el último de los soldados que está uno confrontando en el campo de combate. La victoria significa el logro de los objetivos políticos, y sentar a las Farc en la mesa en un proceso de conversación, lo fue. Por eso, yo estuve sentado ahí.
¿Es válido que las Farc crean que los que ganaron fueron ellos porque el Estado no los pudo exterminar?
Claro. Ellos no van a aceptar la derrota, no van a reconocer que se sentaron voluntariamente a la mesa. Eso es entendible en un conflicto.
El expresidente Andrés Pastrana lo culpa a usted de ser uno de los principales factores del fracaso del Caguán. Dice que usted lo saboteó. Con esos antecedentes, ¿cómo se transforman el alma y la mente de un general tropero a los de uno dialogante?
Lo que pasó en el Caguán fue una decisión política del presidente Pastrana. Como mandos militares simplemente acatamos las órdenes del gobernante. En respuesta, la actitud de las Farc fue incumplir, irrespetar y engañar a los colombianos. Eso, no yo, fue lo que llevó al fracaso del Caguán. Pero es justo reconocer que para llegar a la situación actual, que ha sido producto de todo un proceso, el intento del Caguán contribuyó y luego la política del presidente Uribe. Las Farc no fueron a La Habana porque decidieron ser buenas personas o por un respeto hacia los colombianos. En lo absoluto. Fue porque obtuvimos la victoria, y por eso, había llegado la hora de sentarnos a ponerle fin al conflicto. El 99 % de las guerras de la historia de la humanidad han terminado en un proceso de conversación. No fuimos la excepción.
Cuando el presidente Pastrana anunció el proceso del Caguán, el ministro de Defensa de la época, Rodrigo Lloreda, renunció. Dicen que usted fue el autor de muchas llamadas a generales para que también renunciaran en su apoyo. Eso se conoció en su momento como ‘ruido de sables’. ¿Ese general Mora es el mismo de hoy?
El mismo. En ese momento, los generales de las Fuerzas Militares sentíamos el mayor afecto, cariño y respeto hacia el ministro civil. Era nuestro líder. Tuvo que maniobrar entre las decisiones políticas que tomaba el presidente Pastrana y los sentimientos de los combatientes de nuestro Ejército ante el desborde de las Farc. Eso le generó al ministro Lloreda un doloroso choque político con el Presidente y lo llevó a renunciar a su cargo. Para nosotros los militares fue terrible enterarnos de su renuncia. A nivel de los comandantes de división y de brigada empezaron a llegar los pedidos de baja. Yo no hablé con nadie. Fue una situación espontánea, de sentimiento de los generales con su ministro de Defensa civil.
Tan grave fue la situación, que muy pocas veces EL TIEMPO ha sacado ediciones repentinas y ese día la sacó...
Así sucedió; pero todo fue espontáneo, fruto del sentimiento de los guerreros que respetaban y querían a su líder, el ministro de Defensa civil; que entendían su difícil situación personal y que lo respaldaban completamente.
¿Sí hubo ‘ruido de sables’?
No creo. Los militares en Colombia jamás han tenido ambiciones de poder. Hemos respetado el poder civil durante estos cincuenta y pico años de combate. Ha habido, sí, situaciones en la historia; por ejemplo, se dice que en el tiempo de mi general Ruiz Novoa, que en el de mi general Camacho, que en el de mi general Bedoya. Pero han sido especulaciones. En el caso del Caguán, no hubo ningún ‘ruido de sables’. El presidente Pastrana estaba en Cartagena. Nos citó allá, le explicamos el respaldo total al ministro Lloreda, pero las decisiones políticas del gobernante se respetan.
¿El presidente Pastrana se equivocó abriendo el proceso del Caguán o se equivocó cerrándolo?
Estos procesos para dar fin a un conflicto como el nuestro son decisiones de carácter político. Nosotros como militares que estuvimos enfrentando las agresiones de las Farc, sus barbaridades contra los colombianos, estábamos comprometidos en la victoria, en ganar la guerra, pero en todo momento convencidos de que teníamos que acatar la decisión política y la orden del gobernante. Sobre las intimidades del presidente Pastrana en el Caguán no conozco el detalle. Lo único cierto es que las Farc se aprovecharon de la situación, abusaron de ella, salían de la zona, secuestraban, mataban policías, y luego regresaban a la zona. Al Presidente no le quedó otra opción que acabar con el Caguán. Incluso, nos demoramos en tomar la decisión.
Cierre un momento los ojos. Descríbame, por favor, con lujo de detalles, cómo fue ese primer encuentro con quienes para usted, hasta ese momento, eran ‘los bandidos’ de ‘Iván Márquez’ y compañía….
Yo pensé mucho en el momento en el que me iba a encontrar personalmente con ellos. En la vida los había visto, solo en videos y fotos. Ocurrió en Oslo, en una reunión que organizaron los noruegos una noche en una casa. En diez minutos llegó la delegación de las Farc. Fueron entrando uno a uno, y créame –de esto nunca he hablado– que pensé mucho en cómo iba a ser, si iba a dar la mano, cómo les iba a decir, cómo iba a ser la actitud; lo pensé mucho, después de tantos años persiguiéndolos. Llegó el momento. El que iba adelante era ‘Márquez’. En el momento en que llegó a donde yo estaba, él me saludó de mano y me dijo: “Buenas noches, general”. Yo le respondí: “Buenas noches, ‘Márquez’”. De ahí en adelante nunca les dije por el nombre. Ni Iván, ni Marcos, ni Juancho; siempre me dirigí a ellos por el apellido.
Debo reconocer que siempre, durante los cuatro años, fueron respetuosos, siempre me dijeron “general Mora”. Y yo respondí con la distancia que se debía mantener para no entrar en familiaridades que no eran espontáneas y que tampoco salían del alma para generar familiaridad. Es la distancia entre dos guerreros que se han mantenido enfrentados toda la vida, pero que se respetan.
¿Está consciente de que la presencia entre los negociadores de un general tan duro como usted fue la bisagra que permitió abrir definitivamente el proceso de La Habana? Esto sin los militares, jamás habría sido posible…
Los momentos de La Habana fueron difíciles. El debate al interior del equipo de gobierno fue mucho más intenso que los debates que teníamos con las Farc. Para poder llegar a un acuerdo había que confrontar ideas muy diferentes. Nunca me abstuve de manifestar al interior del equipo lo que pensaba, sin claudicar ante mis convicciones. Creo que el equipo fue respetuoso, que aceptó el disenso, que estuvo bajo un líder indiscutible como Humberto de la Calle, que tuvo que manejar esos momentos difíciles, todo lo cual nos dio la fortaleza para finiquitar el acuerdo que hoy estamos presentando ante los colombianos.
Dígame la verdad, pero la verdad: ¿cuántas veces renunció?
Eso es para la historia. No tanto las renuncias como las situaciones al interior del equipo, pero nunca me las callé. Mi pensamiento sobre las Farc no varió un milímetro entre lo que pensaba el general Mora como comandante de las Fuerzas Militares y lo que piensa el general Mora como negociador en La Habana.
Al cabo de estos cuatro años tan intensos, uno desarrolla empatías, identidades intelectuales, así sea con el adversario. ¿Con quién tuvo mejor comunicación entre el enemigo?
Con el que más hablé, manteniendo la distancia y el respeto, fue con ‘Márquez’. Y también con ‘Granda’ y tal vez con ‘Catatumbo’.
¿Habló largo con ‘Timochenko’?
Nunca, porque solamente lo vi el último día de estos cuatro años, cuando él llegó a una reunión en La Habana que los noruegos hicieron. Ese día lo vi por primera vez, y simplemente fue un saludo.
Y al revés: ¿con quiénes no pudo entenderse?
Jamás me senté a hablar ni un minuto con el tal ‘Romaña’ ni con el tal ‘Paisa’. Tampoco con ‘Fabián Ramírez’.
¿El general Mora queda tranquilo con las sanciones de máximo 8 años de restricción a la libertad que les van a imponer a los autores de máximos crímenes de crueldad con simplemente contar la verdad?
¡Ave maría! La justicia colombiana tiene condenado a ‘Romaña’ a 100 años y a ‘Iván Márquez’ creo que a otro tanto. Son ejemplos que demuestran la magnitud de los daños que los colombianos han sufrido. Pero entiendo que en un proceso de negociación, bajo una concepción jurídica realista, el sistema que se está imponiendo de unas sanciones es lo que es factible y lo posible. No quiere decir que sea aceptable para los colombianos, entre quienes muchos quieren para las Farc condenas a muchos más años y en prisión. Pero para poder llegar al fin del conflicto, que se concentren, que entreguen las armas, que se incorporen a la sociedad y la respeten, y hagan parte del sistema democrático al que le han declarado la guerra, una de las circunstancias más complicadas era el tema de la justicia. La solución fue la justicia transicional, aceptada hoy en día por las cortes internacionales. Y así como hay una solución jurídica para las Farc, espero que la haya también para los agentes del Estado y para los civiles.
Sabemos de su cercanía con el presidente Uribe. Usted fue su Comandante General. ¿Cómo están esas relaciones después de su papel de protagonista en La Habana, con el resultado de lo que él considera una claudicación inaudita del Estado?
Al presidente Uribe le debo un afecto y un reconocimiento muy especial. Me nombró Comandante General de las Fuerzas Militares, incluso en un momento en que yo no podía ser porque había unos obstáculos de carácter legal. Hubo que llevar al Congreso unas reformas al estatuto de la carrera militar. Él, a pesar de todo eso, me nombró. Fui testigo de su compromiso. El acuerdo con las Farc fue posible gracias a su liderazgo, a la manera como fortaleció las Fuerzas Militares y a la forma como ellas le respondieron hasta lograr la victoria. Eso hizo factible convencer a las Farc de que la lucha armada era un concepto obsoleto y pasado de moda, y de que la única forma era participar en la vida política nacional.
¿Le pediría al presidente Uribe que vote ‘Sí’ en el plebiscito?
No lo voy a convencer. Respeto sus decisiones. Es mucho lo que le ha aportado al país. Bajo su mando se realizó el Plan Patriota, del cual las Farc no hacen sino decir que fueron las operaciones y los combates más difíciles que les tocó vivir en el monte. Yo respeto las convicciones del presidente Uribe. Entiende el conflicto a su manera.
Perdón, ¿pero no es irónico que alguien tan cercano a usted como el presidente Uribe sea el líder del ‘No’ al producto de cuatro años de su trabajo, general?
Me remito a lo que dijo en estos días Humberto de la Calle: “En todo esto que está pasando, tienen parte el presidente Pastrana y el presidente Uribe. Es el momento en que ellos dos, como presidentes que contribuyeron de manera tan especial, deberían estar respaldando este proceso”. Pero con un profundo respeto acepto la decisión que han tomado, que seguramente pensaron y meditaron. Para la historia será el debate político de por qué asumieron esa posición.
Habrá quienes crean que a nuestro general Mora pudo haberle dado síndrome de Estocolmo…
Jamás. Que yo haya estado cuatro años allá con ellos, no cambió mi concepto sobre las Farc. Fueron una organización que le declaró la guerra a la institucionalidad, a la sociedad. Y las Fuerzas Militares, en defensa de esas instituciones y de esa sociedad, utilizó todo su poder de combate. Por cuenta de nuestra victoria, los sentamos en la mesa. Jamás claudiqué a mis convicciones ni entregué mi imagen de general que los persiguió por todo el territorio nacional. Ni por un solo instante he dudado de que todas esas extorsiones, secuestros, ataques a los pueblos los hicieron las Farc. Lo que pasa es que después de este proceso, ellos se van a incorporar a la sociedad, la van a respetar, y supuestamente van a cumplirle los acuerdos al Gobierno. Pero el síndrome de Estocolmo no ha pasado por mi mente ni por la del equipo negociador.
¿Cómo quiere que recuerde la historia su papel en este proceso?
Como le dije yo al equipo negociador de La Habana en los últimos días: quiero que me recuerden como el general comprometido con el fin del conflicto, que siempre dijo lo que pensaba, con carácter pero con respeto y con un solo norte: los colombianos.
MARÍA ISABEL RUEDA
Especial para EL TIEMPO
MARÍA ISABEL RUEDA
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