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Un Sí muy personal

Sueño con un país mejor, en el que tengan cabida los colombianos que se han ido y quieren regresar.

JOHN MARIO GONZÁLEZ
Ya habían pasado los días, los meses y los años más difíciles. Aquellos en los que la angustia y la incertidumbre de recién emigrado, y con el sueño de estudiar en el exterior, hicieron presa de mí. Aciagos momentos que solo es posible superarlos con la ayuda de seres humanos de incomparable generosidad. Recuerdo al historiador Marco Palacios, quien sin conocerme, y a pesar de que en ocasiones me parecía malhumorado, con su enorme reputación me consiguió un trabajo de asistente de investigación y me abrió las puertas del prestigioso Colegio de México, en Ciudad de México, entre 1998 y el 2000, lo que incluía un restaurante, una fabulosa biblioteca y la posibilidad de escuchar gratis clases del doctorado en historia con intelectuales de la talla de Lorenzo Meyer.
Igualmente, cómo olvidar a ese libanés, cuyo nombre no recuerdo, que prefería darme sánduches gratis en Austin, antes que trabajo, porque la visa para la estancia en la universidad de Texas no me permitía laborar, o aquella directora de Caritas Internacional que solo con mi versión de los impasses económicos que vivía en mi paso por la universidad de Salamanca me facilitó 300 euros y apenas me pidió dictarle clases de español a marroquíes, cuando pudiera. Por eso quizás, en medio de saltar matones, lograba hibernar las más dramáticas consecuencias de los desastrosos diálogos de paz de Pastrana. Eso sí, no todas. Con la caída del 5 por ciento del PIB en 1999 me correspondía presenciar el drama –ya por cierto olvidado– de la oleada de compatriotas llegando al exterior y con ellos no pocos criminales, especialmente a España.
No obstante que parecía que lo más difícil había pasado, los inevitables sentimientos y lazos que se generan cuando las estancias se prolongan y de que podía simplemente asentarme en tierras lejanas, por fortuna, algo me invitaba a soñar con que había que construir patria. Una y otra vez lo repetía como una cotorra a cuanto colombiano veía. Pero, cuál sería mi sorpresa al presenciar el descalabro que había producido el desgobierno de Pastrana. No podía creer que fuera más fácil irse que regresar a Colombia, como no podía creer que lo hubiéramos tenido como presidente, ni aún puedo aceptar su amnesia, desfachatez y frivolidad.
Claro que no era solo por la ingobernabilidad y la debacle económica, sino porque en el gobierno subsiguiente, el de Álvaro Uribe, cerraban la puerta a quienes no fuéramos uribistas, aunque hoy tienen la osadía de alegar falta de garantías. Total, a aquel gobierno debo reconocerle la enorme labor de haber desmontado la máquina paramilitar, pero lo peor no había pasado. En lo personal, sentía que la lucha podía haber sido en vano y tuve que volver a irme, como miles y millones de compatriotas. Creo que uno de los pocos consuelos lo hallé en el aeropuerto de Atlanta en el 2006, después de comprar el libro ‘Dreams from my Father’. Aunque unos triunfan y otros podíamos perder en el intento, trataba de ajustar mi propio drama a aquel pasaje en el que Obama prefirió regresar a hacer trabajo comunitario en Chicago y desestimó la búsqueda de trabajo en algún reconocido bufete de
Nueva York después de hacer su posgrado en Harvard. Todo un riesgo profesional al que ni sus propios amigos le daban crédito.
Increíblemente, esos otros años fuera del país me abrieron generosísimas oportunidades, mientras en plena crisis económica estadounidense veía posgraduados de todo el mundo en los Starbucks de Washington D. C. en busca de un trabajo. Años en los que conocí extraordinarias hojas de vida de compatriotas, pero que al igual que yo buscaban un porvenir fuera porque en Colombia no había y lastimosamente no hay lugar para ellos, porque lo que hay son 40 millones de víctimas colaterales.
A pesar de eso, soñaba con regresar, soñaba despierto, soñaba hasta con los sueños de otros porque prefería un plato de frijoles con arroz a un exilio permanente. Soñaba con construir un país mejor en el que tengan cabida todos esos colombianos que se han ido y que tienen deseo de regresar. Por eso, y porque a pesar de que quisiera ver a los guerrilleros presos, a pesar del temor que me provoca el extendido microtráfico y las 96.000 o más hectáreas de coca que no teníamos cuando el narcotráfico ya le plantaba guerra al Estado, a pesar de que los guerrilleros de hoy serán los populistas del mañana que habrá que derrotar en las urnas, a pesar de eso, y más, votaré Sí al plebiscito.
JOHN MARIO GONZÁLEZ
JOHN MARIO GONZÁLEZ
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