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Los hilos de la desmemoria

No hay otra manera de contar la Historia con mayúscula que a través de las historias con minúsculas.

Sergio Ramírez
Hace algunos días participé en la presentación del libro de memorias “Banderas y harapos”, de la periodista Gabriela Selser, y empiezo por contar su historia singular. Su padre, Gregorio Selser, fue para mi generación un personaje mítico. Entre los libros clandestinos que un adolescente se imponía leer en la Nicaragua de los Somoza, el que más marcó mi vida fue 'Sandino, general de hombres libres', escrito por él en Argentina; también estuvo 'El pequeño ejército loco', nombre que Gabriela Mistral había dado al puñado de campesinos y artesanos que luchaba contra la intervención armada de los Estados Unidos.
Triunfó la revolución en 1979, y las dos hijas de Selser, Irene y Gabriela, se vinieron desde México, donde la familia vivía su exilio tras el golpe militar que encabezó Videla, para meterse de cabeza en el turbión de la revolución que arrastraba a gente de todo el mundo.
En su libro, Gabriela acude a la cauda de sus recuerdos de alfabetizadora adolescente, primero, y de periodista juvenil, después, como corresponsal de guerra del diario Barricada durante siete años. Quiso ser parte de aquella novedad incandescente desde el día mismo en que se bajó del avión, testigo privilegiado en adelante de los dramáticos acontecimientos que sacudirían a Nicaragua a lo largo de toda una década que asombró al mundo. Ahora, estamos en el presente despiadado. Las banderas de la revolución se volvieron harapos.
Las presentaciones de libros en Nicaragua son, por lo general, ceremonias modestas, pero esa noche no cabía el público. Algo extraño vibraba en el aire, como si el espíritu de aquellos tiempos de agonía y esperanza bajara sobre las cabezas de los que habían sido parte de la hazaña, y estaban allí.
Y jóvenes, que habían oído hablar de aquellos tiempos, también estaban allí. En un país donde la inmensa mayoría tiene menos de treinta años, la memoria de los hechos sigue enterrada para las nuevas generaciones o ha sido adulterada. El olvido y el engaño se han impuesto desde arriba.
Muchos de los presentes habían alfabetizado a los campesinos, y lo supe porque al preguntar quiénes habían participado en la cruzada, más de la mitad de los asistentes levantaron la mano. Y estaban, ya ancianos, el padre y la madre adoptivos de Gabriela. Los alfabetizadores, jóvenes y adolescentes de todas las clases sociales, quedaron llamando mamá y papá a quienes los habían acogido en sus hogares.
El hermano adoptivo de Gabriela tomó la palabra para decir que ella le había enseñado a leer y a escribir y ahora era ingeniero agrónomo. Era como estar volviendo a un sueño tejido por miles de manos juveniles, cuyos hilos terminaron por romperse.
Uno tras otro hablaron de la urgencia de rescatar la memoria de aquella década. Los que alfabetizaron, los que recogieron cosechas, los que fueron a la guerra. No dejar que el olvido se coma la vida, no dejar que la historia oficial suplante, con sus excesos, mentiras y falsificaciones, lo que cada uno vivió. Sumar libros de memorias, escribir la historia entre todos, así como la revolución se hizo entre todos. No dejarse robar la vida vivida ni la historia, que es vivencia.
Uno de los asistentes dijo que no se había hecho nunca un inventario de los jóvenes caídos en combate, y citó una cifra, serían 23.000. ¿Y los que cayeron del otro lado, los de la contra, en su mayoría campesinos, cuántos fueron? Quizás otro tanto, quizás más. De ellos hay que hacer también un inventario. Para recordar se necesita nombrar a unos y otros. No solo enlistar sus nombres, recoger también sus datos biográficos, familiares.
Alguien perdió a alguien. Las heridas siguen abiertas, y para sanarlas son necesarias las palabras. Una historia completa, como un mosaico, en la que cada quien ponga de por medio su historia leal, y real, la historia de la propia vida.
No hay otra manera de contar la Historia con mayúscula que a través de las historias con minúsculas. El relato de cada universo personal que venga a ser el universo compartido, años y desilusiones después.
Sergio Ramírez
@sergioramirezm
Sergio Ramírez
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