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'Sí', pero con reservas

Podría decirse que "la tal guerra no existe", pues la palabra brilla por su ausencia en el acuerdo.

Al escuchar las declaraciones del vicepresidente Germán Vargas Lleras sobre su apoyo con reservas al convenio del Gobierno con las Farc, que pretende poner fin al conflicto armado interno colombiano −que por su duración en el tiempo había adquirido la dimensión de obstáculo estructural al desarrollo y bienestar del país−, vino a mi mente el referendo convocado en Francia por el general Charles de Gaulle, al cual uno de sus principales aliados, Valéry Giscard d´Estaing, le dio un apoyo condicionado con la expresión oui, mais..., “sí, pero...”, la cual fue rápidamente recogida por la prensa y las élites francesas como una muestra de apoyo con independencia crítica.
En Colombia, con la precaria cultura política que se tiene, en donde las adhesiones al gobernante son producto de calculados intereses, los malquerientes de Vargas Lleras primero interpretaron con malicia su largo mutismo sobre el tema. Luego, cuando se pronuncia, lo quieren poner como contradictor del presidente Santos, calificando de desleal su posición en cuanto subalterno del gobernante, olvidando que dichos funcionarios tienen un mismo origen popular, dado que fueron elegidos con los mismos votos, tal como solía recordar Angelino Garzón en el primer gobierno Santos.
En mi caso, he cumplido con la tarea que se nos puso a todos los colombianos de leer las 297 páginas del documento en cuestión, el cual de seguro no pasará a la historia por la riqueza de su lenguaje ni el preciosismo del estilo, lo cual es muy extraño habida consideración de que el jefe negociador del Gobierno es un hombre muy culto, Humberto de la Calle, quien habla muy bien y escribe mejor.
Al examinar el contenido temático del documento, el lector podría decir −parodiando al Presidente sobre el paro agrario−: “La tal guerra no existe”, pues dicha palabra brilla por su ausencia en todo el documento, en el cual se usa la expresión “conflicto armado nacional”, que es como técnicamente se le ha denominado a lo largo de nuestra historia; por ejemplo, en una reunión de presidentes iberoamericanos, Hugo Chávez, al alabar los esfuerzos de Andrés Pastrana por llegar a un acuerdo con la guerrilla, habló sobre la guerra en Colombia, a lo cual Pastrana respondió que en Colombia no había guerra sino “conflicto interno localizado” en ciertas zonas del país.
Por ello, a todas luces resulta injusto con la sociedad colombiana que la palabra ‘guerra’ haya sido utilizada y se siga utilizando para promover los esfuerzos de pacificación en marcha, quizás como estrategia para magnificar la dimensión del conflicto y, por ende, la del contradictor grupo insurgente. Y es que aun cuando a algunos pudieran parecerles muy prosaicas estas observaciones, hay que pensar en la opinión internacional, que al escuchar “la guerra en Colombia”, pudiera imaginarse una situación como la que se vivió en Vietnam o lo que existe hoy en día en Siria, Irak, Afganistán, Nigeria, Yemen del sur, Sudán y otros casos.
Dicho documento no tiene una declaración de principios, como sería, por ejemplo, el reconocimiento de las Farc a las instituciones del país y a la Constitución vigente, y la contrapartida del derecho a la rebelión por las restricciones y carencias de espacios para ejercer la democracia. En cambio tiene un preámbulo con una ‘engerundiada’ (de 28 párrafos, 24 inician con gerundio) de corte imperativo, que muestra los condicionantes de la realidad nacional que servirán de sustento o hilo conductor a los textos que vienen a continuación.
Al leer el primer capítulo sobre los asuntos agrarios se echa de menos que dentro del equipo negociador no existiera un economista conocedor de los principios de la economía social de mercado, que han practicado los distintos Gobiernos, pues lo que allí predomina es la concepción colectivista que pone el énfasis en el acceso a la tierra y no en su utilización productiva, al privilegiar la idea fuerza de la “economía campesina, familiar y comunitaria en el desarrollo del campo”.
En una columna reciente acerca de las zonas de reserva campesina, llamé la atención sobre el carácter de dominio territorial que ellas tenían, pues son zonas con muy escasa población pero con un tamaño y ubicación geográfica estratégicos, hasta el punto de haber sido llamadas por el entonces ministro Juan Camilo Restrepo “republiquetas independientes”.
Como se me acabó el espacio, debo concluir que como un homenaje al humanismo cristiano del expresidente Belisario Betancur, con quien empezó este gran esfuerzo hacia la paz, lo acompañaré con un 'Sí' en la elección plebiscitaria.
Amadeo Rodríguez Castilla
*Economista consultor
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