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Gente 'rara'

En una sociedad civilizada, la única gente rara es la que juzga y maltrata al que no ha hecho nada.

Óscar Sánchez
Debemos celebrar que la Corte Constitucional haya ordenado frenar las prácticas de discriminación y acoso por homofobia en los colegios, y que el Ministerio de Educación esté cumpliendo esa orden.
Partamos de un hecho: en Colombia, muchos niños y jóvenes aprenden a odiar sin ningún motivo, porque los dejamos concebir que hay seres humanos superiores a otros. Les enseñamos a repudiar por la manera de hablar o vestir si no corresponde con la de una ‘nena’ o la de un ‘macho’, o por las preferencias sexuales. Y entonces, la disposición a justificar la violencia psicológica y física, y el miedo a los diferentes, se convierte en homofobia. Pero esas ideas que llevan a la discriminación, también son clasistas, racistas, machistas y xenófobas. La paz se construirá si las superamos yendo a los colegios a revelar testimonios y a adelantar talleres (que requieren cartillas), en los que se hable de frente del idéntico valor moral de los homosexuales y los heterosexuales; de los blancos, los mestizos, los indios y los negros; de los extranjeros y los colombianos; de los costeños y los rolos; de las mujeres y los hombres. Quiero que mis hijos aprendan en la casa y en el colegio a valorarse a sí mismos y a valorar a los demás por sus actos y no por prejuicios.
Veamos un ejemplo de los testimonios que hay que contar: hace seis años en un colegio de Bogotá, un chico de 15 años (llamémoslo Juan) recibía constantes humillaciones de sus compañeros por “amanerado” (es decir, por proyectar una identidad de género heteronormativa). Un coordinador cruel e ignorante, en lugar de corregir a los chicos discriminadores, alentaba sus burlas y maltrataba psicológicamente a Juan, amparado por un reglamento homofóbico. Hasta que un día Juan decidió responder a la humillación del coordinador y le reclamó su hostigamiento. Le dijo: “No me joda más”. Encolerizado, el docente insultó a Juan, lo gritó, lo condujo a empujones hasta su oficina y llamó a sus padres para que lo vinieran a recoger y no lo volvieran a traer, porque según él era un mal ejemplo para la comunidad. Cuando el papá llegó a la puerta, como el muchacho se negaba a irse, el coordinador lo sacó literalmente a los golpes y se lo entregó al papá, quien al ver el trato que el representante de la autoridad en ese colegio daba a su hijo, y compartiendo su juicio discriminatorio, lo recibió afuera con otra dosis de puños y patadas. Los vendedores de dulces que estaban frente al colegio tuvieron que defender a Juan, primero de los golpes del profesor y luego de los del papá.
Alarmados por testimonios como ese, en los últimos años algunos esfuerzos de Gobiernos y organizaciones sociales han seguido la trayectoria de vida de personas discriminadas y han hecho encuestas para determinar la incidencia de la discriminación por homofobia en los colegios. Al constatar que la historia de Juan es frecuente y que cuando se suma a la pobreza muchos chicos terminan viviendo en la calle y teniendo vidas miserables con altas probabilidades de una muerte violenta prematura, se han puesto en marcha programas para revisar los manuales de convivencia y educar en derechos humanos, perspectiva de género y diversidad sexual. Y tras varios años, nuevas encuestas y estudios han demostrado mejoras. Lo que es una gran noticia. Esos esfuerzos siempre fueron cuestionados por sectores ultraconservadores con el argumento de que exaltan conductas inmorales.
Luego vino el caso de Sergio Urrego, y la Corte Constitucional y el Ministerio de Educación pusieron en marcha las medidas que ahora se cuestionan, trabajando con expertos de la mayor competencia técnica. Como era predecible, se ha convocado a protestas, se ha cuestionado a los funcionarios y (menos predecible) se montó una campaña basada en calumnias contra el Ministerio.
A los Juanes y Sergios hay que entenderlos como víctimas, cuyos casos deben ser denunciados y analizados en las escuelas, para frenar la discriminación homofóbica. Verlos como gente “rara” es convertir a la víctima en el problema. En una sociedad civilizada, la única gente rara es la que juzga y maltrata al que no está haciendo nada, y apoyar a los colegios en estos temas es acercarnos a una sociedad civilizada. Claro que los colegios tienen autonomía, pero no llega hasta olvidar su obligación de enseñar que los seres humanos somos iguales en dignidad y derechos y que debemos construir libremente nuestra identidad. Ya verá cada rector y maestro cómo enseña eso desde su propio enfoque pedagógico. Pero hacerlo es un deber ético y una obligación constitucional y legal.
Óscar Sánchez
*Coordinador nacional Educapaz
Óscar Sánchez
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