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'Los puntajes son útiles y no están perdiendo importancia'

En entrevista el crítico estadounidense James Suckling reveló que cada vez hay más vinos perfectos.

James Suckling hace un paréntesis en su rutina de trabajo para la entrevista. Es la tercera jornada de las cuatro que conformaron su última visita a Buenos Aires, en la que cató más de 700 vinos para la elaboración de su próximo informe sobre Argentina. Han pasado ya cerca de 500, y la sala, abarrotada de botellas numeradas y cuidadosamente envueltas en papel para ocultar su identidad, da cuenta de ello. Me pregunta en un correcto español si quiero una copa de vino (son las tres de la tarde); le digo que sí. Pide que sirvan dos copas del malbec superpremium Nosotros, de Susana Balbo. Durante la entrevista, yo bebo; él, no.
Suckling, uno de los críticos de vino más relevantes del mundo -exeditor senior de Wine Spectator y actual del área de vinos de la revista de lujo Asian Tatler-, se ríe al enterarse del comentario de un prestigioso enólogo francés que recientemente dijo que los puntajes de los vinos no tienen futuro. Y no cabía esperar otra reacción: su vida es puntuar vinos.
Lleva más de 30 años viajando de un país a otro con un maletín de cuero verde que contiene cuatro delicadas copas de cristal Lalique: “degusto siempre con las mismas copas”, cuenta. Cada año pasan por ellas más de 9000 vinos de todo el planeta.
Vive en Hong Kong, desde donde hace pie en una de las regiones más pujantes de esta industria, y este año abrirá en Buenos Aires una oficina para expandir sus actividades en América. Antes de seguir de gira camino a Chile, donde con la logística de Winery y su sommelier, Rodrigo Calderón, realizará otra maratónica ronda de cata, Suckling dice que cada vez hay más vinos de 100 puntos, lo que -sostiene- hace más difícil navegar en la diversidad, al mismo tiempo que asegurará que el concepto que hoy guía el paladar global es la drinkability, que traduce ‘bebebilidad’, y que podría definirse como el gusto por los vinos fáciles de beber.
¿Cómo han cambiado los vinos argentinos en los años que lleva catándolos?
Creo que hay un movimiento general en los vinos argentinos hacia la bebebilidad, como sucede en todo el planeta: es una suerte de retorno al clasicismo de los 80, cuando comencé a escribir sobre vinos. Y también veo un movimiento hacia vinos que son transparentes y que comunican los suelos únicos de Argentina. En el pasado había demasiado énfasis en el mercado y en un estilo particular, que era el del mercado de los Estados Unidos, que hacía que los vinos fueran muy alcohólicos y pesados. Ahora estoy catando vinos más balanceados y frescos, que permiten saborear las diferencias de las regiones, como Gualtallary, Agrelo o Uco.
¿Podemos decir que el vino argentino ha alcanzado un nivel importante de madurez?
Sí, en eso tiene razón. Y también veo que hay una nueva generación de enólogos, personas en sus 30 años, que dicen: ‘Queremos hacer vinos que realmente destaquen las características únicas de nuestros suelos y queremos aquellos que expliquen cómo son los viñedos’. Creo que, sin duda, Argentina se está alejando de la producción de vinos conducidos por el mercado y va hacia aquellos llevados por el terroir.
Dos años atrás, usted le dio 100 puntos a un vino argentino (el Cobos Malbec 2011), ¿cree que podemos esperar más vinos argentinos que alcancen el puntaje perfecto?
Por supuesto. Estoy seguro de que habrá más vinos argentinos de 100 puntos e incluso habrá más cada año, porque es un lugar en el que uno realmente ve cada vez más ese carácter único, a medida que la gente retrocede en la costumbre de cosechar tarde o de utilizar demasiada madera o de hacer una sobreextracción. De modo que, en general, espero ver más vinos perfectos de Argentina. Una historia curiosa es que el vino de Viña Cobos que obtuvo 100 puntos casi no llega a ser embotellado...
¿No? ¿Cómo es esa historia?
Cuando hicieron el vino hubo una gran pelea con su enólogo, Paul Hobbs. Él dijo: “Esto no está en consonancia con el estilo de Argentina”. Y luego, al final, concedió: “Debe ser la cosecha, embotellémoslo”. Estaba inseguro. Cuando lo caté, era uno de esos vinos de 100 puntos que casi ni tengo que probar para darme cuenta de ello. Basta olerlos para decir: esto es una locura. Es una sensación electrizante, una energía, la de un vino con una buena acidez, fruta fresca madura, una gran estructura de taninos. Conozco muchos enólogos de todo el mundo que al probarlo dijeron que era una locura. Lo divertido es que este vino casi no llega a la botella.
¿Qué tan frecuente es en su trabajo cotidiano dar con un vino de 100 puntos?
En Burdeos, por ejemplo, hay una excelente cosecha este año, y di 100 puntos a siete vinos. Hoy día, la calidad de la viticultura y de la enología son tan altas que realmente creo que hay cada vez más vinos perfectos.
Hablando de puntajes, hace poco el enólogo francés Michel Rolland dijo en una entrevista en La Nación (de Buenos Aires) que los puntajes en los vinos no tienen futuro...
Mi vida consiste en dar puntajes y creo que el comentario es divertido porque la vida de Michel también se trata de puntajes. Los enólogos, en particular los consultores en enología, como él, son juzgados por los puntajes que obtienen sus vinos. Puedo decirle que viajo por el mundo y no veo que los puntajes estén perdiendo importancia. De hecho, sucede todo lo contrario. Cada vez son más relevantes, a medida que nuevos mercados comienzan a beber vino, como ocurre hoy en China, Tailandia o Corea. Todos estos mercados en ascenso necesitan los puntajes porque les simplifican las cosas. Son una herramienta básica para las personas que quieren tomar una decisión informada de compra. Proveen un estándar mínimo para saber que se trata de un buen vino. Además, el otro problema es que hoy hay demasiados vinos excelentes: ¿cómo puede un consumidor probar suficientes vinos en el mundo para conocer cuáles son buenos y cuáles son malos? Todo lo que uno hace como crítico de vinos es darles a las personas las herramientas para tomar mejores y más informadas decisiones de compra. Y después de todo, el consumidor siempre puede decir: ‘No me gusta el estilo de James Suckling; prefiero algo más potente, me quedo con Robert Parker’.
Dejando a un lado los puntajes, ¿qué buscan hoy los jóvenes consumidores de vino?
Pienso que están buscando una experiencia única al beber uno. Tienen su mente más abierta a probar cosas diferentes, ya sea un malbec de Argentina, un nuevo nero d’avola de Italia o un trousseau de California. Lo mismo sucede con las cervezas artesanales, que están creciendo, y con los cocteles. De lo que se trata es de que las personas están buscando diferentes experiencias de degustación. Por otro lado, las generaciones más jóvenes son mucho más conscientes de lo que comen y beben, están interesadas en productos orgánicos, hay un mayor interés en lo que consumen. E incluso en Asia, que es donde vivo, ya es una decisión de vida, más allá de solo consumir.
¿Cómo esta forma nueva de acercarse al vino está cambiando su industria?
Creo que los productores de vino son muy conscientes del mercado, y por eso vemos estos cambios en los vinos argentinos. Algo que es interesante en este nuevo estilo de vinos más bebibles es que a algunos consumidores no les gustan, porque están acostumbrados al malbec grande, pesado y alcohólico, y cuando prueban estos vinos nuevos se sorprenden: ¿esto es un malbec? Luego, les gustan. Además, esto abre la posibilidad de nuevos consumidores.
¿Cómo ve el futuro del malbec?
Hay mucha gente que me pregunta: ‘¿Usted piensa que hay un futuro en el malbec?’. Y es interesante porque creo que Argentina todavía no se ha dado cuenta del verdadero valor del malbec. Recién ahora está comenzando a notarlo, cuando ve que el malbec comunica aquellos lugares únicos en los que crecen las vides, y eso es lo interesante. No hay lugar en la Tierra -quizás algún lugar en medio de la nada en Australia- que tenga el mismo carácter de los grandes vinos de Argentina. Y es por eso que creo que el potencial para los vinos de Argentina todavía no tiene límites.
SEBASTIÁN RÍOS
LA NACIÓN (ARGENTINA)
GDA
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