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Opinión: Del Embajador de Palestina

La terca profundización israelí de los asentamientos en Palestina no es un elemento menor.

El Embajador israelí, en su columna enviada a este diario, esconde algo elemental y lógico: a toda acción se le opone una reacción. Para el caso, la ocupación israelí de Palestina genera una reacción legítima y legal del pueblo ocupado. Sin embargo, no es el objeto de esta nota que la diplomacia israelí entienda lógica filosófica. El objeto es cuestionar la repetida demagogia y el afán del ocupante por esconder su rostro y trasladar la responsabilidad al pueblo bajo ocupación.
Cuando el Embajador afirma que terroristas palestinos apuñalaron y dispararon contra israelíes inocentes, olvida dos elementos básicos. En primer lugar, oculta la tradición israelí para asesinar palestinos, incluyendo cerca de 2.000 niños en lo que va corrido del siglo XXI. En segundo lugar, oculta la cultura de odio israelí, en la que su ministra de Justicia ha llamado a matar en masa a las mujeres palestinas para que no tengan hijos –a los que ha llamado serpientes– o en la que el rabino destinado al Ejército de ocupación ha llamado a violar mujeres palestinas.
Esta misma cultura de odio fundamentalista fue la encargada de quemar viva a una familia palestina, incluyendo a su bebé de 4 meses, o de asesinar a más de 100 adolescentes palestinos entre el 2015 y el 2016, para luego inventar una escena de supuestos ataques.
No se trata de justificar los muertos de ningún lado –aunque la diplomacia israelí pareciera justificar el genocidio en Palestina–. Se trata de dejar claro que Israel escogió el camino del victimario, de quien ocupa y ahora se muestra a la comunidad internacional como una víctima para así eludir su responsabilidad.
Es la ocupación, Embajador, la causa del conflicto. Por lo tanto, la terca y criminal profundización israelí de los asentamientos en Palestina no es un elemento menor, sino que, por el contrario, allí se debate la existencia física del Estado Palestino, y eso es lo que denuncia el Cuarteto. Israel no necesita de los asentamientos en suelo que no le pertenece para existir, los necesita para impedir la existencia del otro.
Por otro lado, es Israel el que ha dilatado al máximo posible los diálogos de paz, negándose al básico cumplimiento del derecho internacional, representado en decenas de resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, partiendo de la 242, la Corte Internacional de Justicia y las Convenciones de Ginebra.
Ahora Israel inventa una nueva excusa para no negociar, y es la exigencia para reconocerlo como Estado Judío. Esta tarea no le corresponde a nadie diferente de los israelíes. Palestina, al igual que los otros Estados, ha cumplido con su obligación política, y es reconocer a Israel como Estado, a secas. Es, por lo tanto, una gran mentira que, sin embargo, nos recuerda trágicos ejemplos en los que un Estado se caracterizó en términos étnicos o en términos religiosos.
Para finalizar, se debe mencionar que la diplomacia israelí oculta que fue un joven israelí quien asesinó a su primer ministro, Rabin, en el momento en el cual la paz estuvo más cerca, así como también la reacción de hace un par de meses del Segundo Comandante del Ejército, el cual comparó los crímenes de guerra que Israel comete en Palestina con el periodo nazi. Este general, y organizaciones como Breaking the Silence, son la muestra de que hasta los mismos militares israelíes están asqueados con la ocupación. La misma ocupación que la diplomacia israelí disfraza e incita.
A manera de epílogo, resulta importante destacar que el Embajador, en su nota, le niega a Palestina hasta el derecho de usar su propio nombre. Esa negación enfermiza es la que le lleva a emplear los nombres de Judea y Samaria, en lugar del nombre correcto: Palestina.
Rauf Malki
*Embajador de Palestina
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