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La negación del otro

La desigualdad es el resultado de la negación del otro, la que permite explotar, sojuzgar y abusar.

Nadie se mira. Como una masa de autómatas solitarios. Un peatón nunca encuentra en otro la mirada que corresponda a la suya ni una sonrisa o gesto de reconocimiento. El que conduce solo ve carros; como si fueran vacíos, giran sin hacer una señal de cruce, se atraviesan. Las motos parecen guiadas por descabezados. Atropellan. En un ascensor, nadie mira a nadie. Si se saluda al entrar, solo se oirá un sonido gutural de molestia, no de respuesta. Se cuelan en la fila del transmilenio, cine, banco, de cualquier sitio. Al último que entra en un almacén es al primero al que atienden. No se escucha el ‘gracias’ cuando alguien cede el paso. A lo mejor asoma una mueca de enfado, como por haber caído en la tentación de reconocer que enfrente hay otro ser humano. El otro no existe. Usted está solo.
Es paradójico, porque todos tratan de ser vistos. La propaganda guía el consumo; se compran objetos de marca; algunos se tatúan; o acuden a cirugía plástica; ostentan símbolos; siempre quieren estar bien ubicados. Es un esfuerzo vano, pues todo el que busca distinguirse con el engaño acaba igual a cualquiera. Quedan idénticos. Desaparecen. No son nada. Algunos se pegan a las redes sociales, creyendo ser comunidad, pero solo son la repetición del mismo pensamiento, de la misma carencia, del aislamiento que se repite día a día detrás de un monitor. Con cada instante que pasa se hacen más iguales, engrosan las masas. La masa no es el otro, es el vacío indeterminado.
¿Por qué se han vuelto así? Parecen estar guiados por el miedo de ver en los demás a alguien, a algo envuelto en la nube oscura de la violencia de tantos años, en los horribles sucesos de la guerra. El otro siempre está inmerso en lo desconocido. Es mejor negarlo.
Solo quiere aceptar al que es igual a él mismo. Que el otro se iguale al yo. De la misma iglesia, colegio, edad, estrato, género, idioma y raza. Se busca la homogeneidad para perder la inquietud de enfrentarse al que tiene otros gustos, al que piensa y opina distinto, que no comparte los mismos sustos políticos. En esa búsqueda de lo idéntico se pierde el yo, en una maraña de seres iguales, series mecánicas de gente. No se dan cuenta de que solo en la diversidad, en el reconocer al distinto, se refuerza el yo. La mala educación, la insuficiente, impide ver las diferencias. Sin el saber, todo empuja a negar al otro. Eliminar las diferencias crea una falsa igualdad de superficie. Discrimina y condena a la soledad.
Todo parece llevar a la soledad: congestión en las ciudades, migraciones masivas, cambios de costumbres, espacios públicos inhóspitos, robos, asaltos, violencia continua y guerra sin tregua, pobreza, corrupción sin límites y la impunidad como norma.
Tal vez ya es hora de que esas condiciones cambien para poder reconocer al otro. Que desaparezca y se diluya ese ‘Usted no existe’. Que se acepte y aproveche la diversidad, para combatir la desigualdad, pues no son iguales. La desigualdad es el resultado de la negación del otro, la que permite explotar, sojuzgar y abusar. No se ha visto al otro como ser, sino como objeto. Hay que empezar a ver personas. La diversidad distingue.
La guerra seguirá reinando a menos que actuamos en favor de la paz. Por lo tanto, es indispensable el reconocimiento del otro, de sus derechos y diversidades. Reconocernos en los demás para respetarnos como seres humanos. Desconocer al otro justifica y causa la guerra.
Que dijera: parece pertinente pensar en causas profundas. La Asociación Afecto reporta cifras oficiales de maltrato infantil para el 2014: más de 10.000 casos de violencia física severa; más de 17.000 casos de abuso sexual; 1.064 menores asesinados.
Carlos Castillo Cardona
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