La del Partido Demócrata, que busca darle una óptima posición en el partidor de las elecciones presidenciales de Estados Unidos a Hillary Clinton, será una convención en negativo. Comenzó el lunes en Filadelfia y se prolongará hasta el jueves. No será, como muchos militantes lo anhelaban, una plataforma para renovar por iniciativa propia el ideario de la colectividad de manera acorde con los nuevos desafíos. No. No es el momento.
Todo lo contrario: la reunión del otro gran partido tradicional del país del norte deberá ser polo de atracción de ideas, iniciativas y caras que no quieren que su nación dé un aterrador salto al vacío de la mano del aspirante republicano, Donald Trump.
Pero no la tendrán fácil. Y es que la fuerza que posee como fuente la comprensible resistencia que genera el magnate se las tendrá que ver con la proveniente de la tensión interna de un partido que salió con profundas fisuras de la primera parte de este proceso: las elecciones primarias para definir los apoyos de los delegados de los estados con miras a la cita que por estos días los reúne. En ellas, el principal oponente de Clinton, el senador por Vermont Bernie Sanders, supo jugar una carta muy popular por estos tiempos: la de la figura ajena al establecimiento. Paradójicamente, la misma que tantos réditos le ha dado a Trump.
Apelando a ella, Sanders no ahorró dardos contra su oponente, mostrándola menos como referente del partido y más como perteneciente –y sujeta a los intereses– de esa casta cerrada y privilegiada: la del poder económico y político, la del lobby en los pasillos del Congreso. Esa que es resultado del aumento, a un ritmo acelerado, en la concentración de la riqueza en las últimas dos décadas por culpa del cual la brecha entre el 1 por ciento de la población que ve año tras año aumentar su patrimonio y el resto de ciudadanos se hace cada vez más profunda.
Tan beligerante estrategia de Sanders hoy le pasa factura: si bien él ha hecho un llamado a sus seguidores a votar por Clinton y así contener a Trump, muchos de ellos, los que tomaron atenta nota de las razones que su líder expuso para no preferirla, hoy invitan a la abstención. Son los mismos que el lunes, en repetidas ocasiones, con sus abucheos, impidieron el normal desarrollo de la convención.
Un ambiente tenso, al que mucho contribuyó un episodio que ha sido una pesadilla para quienes ven en la adhesión de Sanders a Clinton la última oportunidad para atajar al polémico expresentador de realities. Se trata de la filtración –ya algunos señalan a los rusos, nuevos mejores amigos de Trump– de por lo menos 20.000 correos que dejan ver las estrategias 'non sanctas' de las directivas del partido para favorecer a Clinton en el momento en que Sanders mostró mayor potencial para llevarse los afectos de las bases y ser él la carta demócrata el próximo 8 de noviembre.
Es, pues, sumamente exigente el trecho que tienen por delante los demócratas. La convención será exitosa solo si logran deponer orgullos y, en tiempo récord, sanar heridas; y si encuentran la manera de darle un revolcón a una campaña que, al menos hasta hoy, tiene a Clinton bailando al paso de Trump y al mundo entero en ascuas.