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San Carlos, un pueblo que venció el temor

El municipio vivió 33 masacres y 20.000 desplazamientos. Hoy sus habitantes son ejemplo de arraigo.

JAVIER FORERO
San Carlos (Antioquia) fue durante más de una década la metáfora del horror. 
Desapariciones forzadas, asesinatos, ejecuciones extrajudiciales y masacres fueron durante varios años pan de cada día para los pobladores de este municipio del oriente antioqueño. 
“Nos cayeron todas las plagas”, afirma un habitante de esa población. Hicieron presencia en diferentes momentos las Farc y el Eln, que se enfrentaron sin tregua con los grupos paramilitares. Fueron 33 masacres las que en 12 años (1998-2010) tuvieron que presenciar los habitantes del municipio.(Lea: CUATRO NOCHES DE MUERTE EN SAN CARLOS ANTIOQUIA)
Según informes del Centro de Memoria Histórica, estos hechos generaron el desplazamiento de cerca de 20.000 personas, más de la mitad de la población que reside en este municipio.
Entre estos despojados se encontraban las familias de Bernardo Zuluaga, Albeiro Cuervo y Claribel Galeano.
Además del desplazamiento, comparten un destino en común: vencieron el temor a la violencia y retornaron a sus terrenos para convertirse en microempresarios agrícolas. Formaron, incluso, una microeconomía comunal. Tres familias ejemplo de resiliencia.
‘A pesar de todo, nunca dejé mi tierra’
El 10 de febrero del año 2000, Bernardo Zuluaga perdió más que un pedazo de tierra. Perdió su nombre.
A partir de ese día, cuando abandonó su predio en la vereda Calderas, de San Carlos, junto a su esposa y su hijo, pasó a ser una más de las estadísticas de desplazados que durante la primera década de este siglo llegaron a Medellín.
No hay duda de que en ese momento fue la mejor decisión que pudo tomar. Tan solo un año después de abandonar su predio, Bernardo perdió a uno de sus hermanos en una masacre paramilitar.
Duró en total siete años por fuera de su predio. Pero a pesar del miedo y la violencia “nunca dejé mi tierra, a veces venía y daba tristeza verla”, dice. (Además: Ella es María Patricia, la mujer que construye paz en Antioquia)
En el momento del desplazamiento, en su predio había una casa habitable con diferentes cultivos.
“Un domingo vine y decidí que tenía que devolverme. Esto era lo que me pertenecía”, cuenta mientras señala parte sus cultivos de plátano, yuca, guayaba y café.
Desde 2007, cuando volvió a su predio, Bernardo, junto a su esposa María Eugenia y sus hijos , recuperó poco a poco su terreno a punta de templanza y amor propio.
Pero fue a partir del 2013, con la llegada del aparato gubernamental, cuando surgió el sueño de ser empresario del agro.
“Como parte del enfoque productivo, se entregan recursos y asesoría técnica para que el beneficiario elabore su proyecto agrícola. Se le paga, además, la mano de obra, con lo que se genera arraigo por la tierra”, explica Alejandra Zuluaga, enlace de proyectos productivos de la Unidad de Restitución de Tierras. (También: Las lecciones de San Carlos, hoy pueblo liberado)
Hoy Bernardo –junto a su familia– se dedica a la cría, levante y engorde de cerdos. Ha llegado a tener hasta 60 de estos animales en sus establos.
“Trabajo con todo lo de ley. Mis clientes saben que cumplo con todas las vacunas. A los animales les doy muy buen trato, pero uno no puede encariñarse mucho con ellos”, dice mientras alimenta a uno de los lechones que venderá el fin de semana en el mercado.
En su vivienda, Bernardo y su esposa tienen una galería de fotos en la que recopilaron más de 20 años de su vida en esta finca, en la que contrastan el tiempo de tranquilidad y la época del abandono. Esas imágenes son la memoria de lo que nunca debió ocurrir, pero también de la templanza y el arraigo.
‘Le tengo más miedo a la ciudad que a la guerra’
Claribel Galeano en su predio.
Durante años, el desplazamiento en la vereda Arenosas, de San Carlos, se volvió rutina. Cada masacre era tan solo un acontecimiento más en esas vidas acostumbradas a danzar con la muerte.
Fue luego de una de esas masacres que Claribel Galeano tuvo que huir junto a su esposo, Pablo López, tres hijos y un hermano.
“Nos fuimos el 17 de enero del 2003 porque hubo una masacre en una vereda cercana, en la que murió gente que no tenía nada que ver con la guerra. El miedo era demasiado grande”, cuenta Claribel.
Medellín, una ciudad desconocida y a la que nunca se pudo acostumbrar, fue su refugio. “Cada amanecer –dice– era un día más de angustia, un día más de incertidumbre, un día más en el que no se sabía que pasaría”.
“Para uno que es del campo llegar a la ciudad es muy duro. Yo allá me sentía amarrada. Le tengo más miedo a la ciudad que a la guerra”, añade.
Pudo más el arraigo a su tierra que el temor para que decidiera devolverse un año después. Dejó su trabajo y empezó de nuevo donde sí tenía algo que le pertenecía.
“Fue una decisión feliz en mi vida”, asegura.
El regreso fue paulatino. Primero empezó edificando su casa, luego recibió apoyo para construir un estanque y a partir de allí sentó las bases para cumplir con el anhelo de vivir de su propia tierra.
La finca, que antes era potrero, tiene ahora varios estanques piscícolas y es punto de referencia para el turismo en la zona.
Hoy cuenta con más de 300 tilapias rojas para comercializar y para pesca deportiva.
Además, como parte del proyecto familiar, desde 2013 en su predio se encuentra en ejecución un programa de seguridad alimentaria.
Hace apenas una semana, Claribel plantó junto a su esposo un árbol que, según dice, busca sembrar vida.
Pero en el interior de la tierra no solo quedaron las raíces de una planta. Allí enterraron también las tumbas de su pasado.
‘Me cansé de estar viviendo arrimado’
Albeiro Cuervo cuenta con cultivos de café, un estanque piscícola, una huerta casera y un espacio para aves de corral.
¿Cómo mantener la esperanza cuando todo se derrumba? El panorama era desolador.
Cuando Albeiro Cuervo y Blanca Murillo regresaron junto a su hija a su predio en la vereda Arenosas, recorrieron el mismo camino por el que habían salido un años antes –el 18 de enero del 2003–, tras una masacre de las Farc en tres veredas cercanas.
Donde antes había cultivos de café y cría de aves encontraron muy poco.
“Perdimos todo lo que por años habíamos construído (...) Cuando volvimos a la tierra encontramos puro rastrojo”, relata Albeiro.
Fueron 12 meses en los que Albeiro, junto a su familia, luchó por construir una nueva vida, hasta el día en que se cansó “de estar viviendo arrimado”.
“Fue la mejor decisión. Hoy estamos bien contentos. Puedo decir que hoy estamos igual de bien a como estábamos antes”, cuenta.
Tras su regreso, optimizó su predio con frutales, un estanque piscícola, una huerta casera y un espacio para aves de corral. De esta forma garantizó la seguridad alimentaria de su familia.
“La tierra es pequeña pero afortunadamente tenemos de todo”, dice Albeiro orgulloso.
Pero la idea de convertirse en microempresario de su predio vino luego de 10 años.
En 2014 fue uno de los beneficiarios de la Unidad de Restitución de Tierras, entidad que le otorgó recursos para iniciar su proyecto productivo de café y cacao.
Con la iniciativa en mente, adelantó la siembra de cerca de 5.000 plantas de diferentes variedades de café y cacao. Su caso se convirtió en uno de los emblemas del municipio en el manejo de estos productos.
Hoy tiene siembras de plátano y participa en la ejecución de un programa de seguridad alimentaria en la vereda.
JAVIER FORERO
POLÍTICA
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