Patricia ya no tiene miedo a salir porque ya aprendió a sobrellevar las miradas de las personas, pero sí tiene miedo a volver a ser atacada.
Esta mujer tenía 27 años cuando fue agredida. Vivía en Venezuela y llegó a Colombia en unas vacaciones para visitar a su familia. Sin razón alguna, sin sospecha de nada, un hombre se le acercó y le arrojó una sustancia en su rostro. La cara le empezó a arder, incluso su ropa se empezó a desintegrar. Para ese momento ella desconocía que se trataba de un agente químico.
En ocho años, Patricia se sometió a 28 cirugías, en las que le practicaron cerca de 60 procedimientos; sin embargo, aún le hacen hace falta varias intervenciones en los párpados y una reconstrucción del oído izquierdo, entre otros.
Aunque no demuestra resentimiento o rabia con la vida, denuncia que su atención no fue la mejor. Además, hace un llamado para que su caso –como el de decenas de mujeres– no sea olvidado y tenga la misma condena mediática como el de otras víctimas.
“Mis secuelas hubieran sido diferentes si me hubieran prestado la atención adecuada (…), me cansé de estar esperando tres o cuatro meses para una cita, autorizaciones con los especialistas, medicamentos, en fin”, afirma.
La esperanza
Ni la tranquilidad ni el dolor son para siempre; Patricia es testigo de ello y después de la tragedia luce una sonrisa en cada lugar que visita. Aunque no es fácil, pone lo mejor de sí. Su decisión es luchar.
Superar un cáncer de cuello uterino y afrontar la muerte de una hija han sido sus momentos más difíciles, sin contar el ataque. Por la época en la que se encontraba batallando contra el cáncer, su hija falleció. Los motivos no son del todo claros.
“Mi hija se cayó desde un cuarto piso –de un balcón–, los hechos no se han esclarecido del todo. Yo tengo un presentimiento de mamá que me dice que no todo fue accidental, pero hoy ya no quiero pensar en eso, sé que hay que mirar hacia adelante. Lo hago por mí, pero sobre todo por la hija que ella dejó y que ahora es mía. Por eso siempre digo que tengo dos hijas”, relata.
Las ganas de salir delante de Patricia son contagiosas e inspiradoras. Ella aprendió a ser capaz de contemplar la grandeza de las cosas pequeñas y cuando mira hacia el pasado, dice que solo lo hace para pensar en el futuro. Tiene la convicción de que logrará oportunidades mejores para ella, su familia y sus “casi hermanas”, las integrantes de la fundación Reconstruyendo Rostros.
El rechazo de la sociedad
“Si tienes palabras más fuertes que el silencio, habla. Si no las tienes, entonces guarda silencio”, reza la frase de Eurípides –uno de los grandes poetas griegos de la antigüedad– y que Patricia ha vivido, para bien y para mal, el poder de lo que se dice.
“Hay palabras que te hacen daño y la gente no es consciente de eso, por ejemplo, cuando escuchas a las personas decir: “Si a mí me hubiera pasado yo hubiera preferido que me mataran o me hubiera suicidado”, entonces te preguntas: ‘¿De verdad luzco tan mal?’, pero bueno, uno simplemente intenta omitir y seguir adelante”, cuenta.
Los comentarios del día a día, los estereotipos, la poca conciencia y el desinterés por hacer una sociedad más justa también afectaron a esta mujer. Las injusticias en la vida de Patricia llegaron al ámbito laboral.
”Antes trabajaba en el sector de la estética, un campo en el que ahora no soy bienvenida, ni en ese ni en otros, parece que no encajo en los estereotipos de la sociedad (...). La falta de oportunidades es latente, la gente cree que uno no tiene las capacidades para laborar y lo rechazan”, confiesa.
‘Debemos eliminar la cultura del miedo que humilla a la mujer’
Según la Fiscalía General de la Nación, en Colombia se denunciaron 17 casos de ataques con ácido en el 2010; 67 en el 2012; 43 en el 2013; 62 en el 2014, y 14 en el 2015.
Uno de los grandes problemas que tiene este fenómeno es creer que le compete a los demás y pensar que se está exento de sufrir un ataque, pero casos como el de Patricia muestran la magnitud de esta tragedia. De ahí la importancia de que se apliquen las leyes que buscan condenar a los victimarios.
“Esto le puede pasar a cualquier persona, por eso debemos exigir una salud plena. Necesitamos que nos traten como personas y que no nos pongan tantas trabas para acceder a la salud”, menciona Patricia.
Las víctimas de la fundación Reconstruyendo Rostros coinciden en que la Ley 1773 del 6 de enero de 2016, que condena a los agresores de personas atacadas con ácidos a penas que pueden llegar hasta los 40 años de cárcel, es una forma de prevención siempre y cuando esta trascienda más allá del papel.
“Necesitamos que nos unamos en una sola red de rechazo hacia la violencia de género. Si no nos concientizamos, no logramos aplicar ni hacer efectiva la ley; por ejemplo, debemos exigirle a la gente y al Gobierno que hablen de la reparación hacia las víctimas”, sugiere.
Cada persona brilla con luz propia y Patricia es especial por ser la guía para otros. Hoy esta mujer habla sin una muestra de rencor, pero tampoco de olvido. Su lucha está vigente, no la de encontrar a su agresor, sino la de evitar que historias como la suya dejen de ocurrir.
“Te caes y te aprendes a levantar, otros se caen y jamás se levantan. Así es la vida”, dice Patricia. Ella decidió levantarse.
DIANA PAOLA AVENDAÑO
ELTIEMPO.COM