Durante el conflicto entre Colombia y Perú, en 1932, una mujer llamada Clara Narváez de Fernández tuvo la osadía de enlistarse en el Ejército disfrazada de hombre. Le decían ‘cabo Pedro’ y combatía como el más fiero de los soldados.
Un día, mientras rescataba a un soldado herido, recibió un disparo y, luego de ser llevada al hospital de Puerto Asís (Putumayo), se descubrió el secreto que escondía entre apretadas fajas. Ella fue dada de baja de las filas con honores. (Lea también: La misión de las Fuerzas Militares en el posconflicto)
Ochenta y cuatro años después, muchas mujeres integran las Fuerzas Militares, que, como lo reconoce el general Juan Pablo Rodríguez, comandante de esta institución, cumplen incluso mejor las mismas misiones que se les asignan a los hombres, y que por eso se han convertido en orgullo y ejemplo para el país.
Es el caso de la subteniente del Ejército Jéssica Alejandra Molina Figueroa, una bumanguesa de 23 años que se convirtió en una de las primeras líderes en desminado humanitario, un trabajo en el que se vive o se muere, pues un leve movimiento de su mano, dudar al cortar la mecha o no poder unir el detonador con la “carga hueca” pueden acabar al instante con su vida. Lleva puesto un chaleco y un pantalón antifragmentación con tela ignífuga, un visor con lentes antifragmentación y antirrayaduras, y un detector capaz de advertir la presencia de una mina a 13 centímetros de profundidad.
La subteniente, que además es ingeniera civil, ha tenido mando de tropa con soldados regulares, ha sido comandante de compañía y en los últimos meses, antes de ser elegida para integrar la Brigada de Desminado, fue una recia y comprometida jefa de la sección técnica y de proyectos del Batallón de Ingenieros Número 4, en Bello (Antioquia).
Pasión por el mar
Valiente, exigente, puntual, estudiosa, apasionada por la naturaleza, amante de los animales, enamorada del mar, el rock, la ciencia, la lectura. Así es la teniente de navío Alexandra Chadid Santamaría, una cartagenera con 11 años en la Armada Nacional, especialista en oceanografía física y una oficial ejemplar. (Además: Relámpago Rojo, la operación contra el Eln)
Al graduarse en la Escuela Naval, su primera destinación fue un buque oceanográfico, luego estuvo en una fragata o buque de guerra, para posteriormente hacer parte de la tripulación del Buque Escuela Gloria.
A Chile llegó para ayudar a la incorporación de la mujer en la Armada de ese país, y a Colombia volvió para ser segundo comandante de una nodriza patrullera de combate fluvial en el Pacífico. En Halifax (Canadá) estudió, becada, Gestión del Medio Marino, y al llegar a nuestro país fue trasladada a la Comisión Colombiana del Océano.
La dama del aire
La hoy capitán Alejandra Charry Quilombo, era una joven inquieta que un día ingresó a la página web de la Fuerza Aérea para saber cómo era el entrenamiento que recibían hombres y mujeres en esa institución.
Ahí se dio cuenta de que la vida militar, las operaciones aéreas, las misiones humanitarias y salvaguardar la soberanía nacional eran su vocación. Entonces empezó a estudiar, a prepararse, a ser la mejor militar y adentrarse en la instrucción de vuelo para, finalmente, ponerse al frente de la cabina de un Black Hawk UH60.
Así nació la pasión de esta huilense por las aeronaves, pasión por la que llegó a convertirse en la primera piloto colombiana de una nave de combate, versión halcón, para transporte, evacuaciones, control de incendios, búsqueda, rescate y desastres naturales.
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