Este 20 de julio, una vez más los colombianos podremos apreciar el majestuoso desfile militar con el que se conmemora el grito de independencia –que finalmente se logró nueve años después, con la batalla de Boyacá–, pero también será el inicio de la construcción de una nueva nación.
Ha sido un camino lleno de vicisitudes, pero que nos ha permitido avanzar en el objetivo de lograr mayor madurez como país. Y a ese propósito han contribuido, sin duda, nuestro talante democrático, unas instituciones fuertes y la encomiable labor de las Fuerzas Militares.
Ya son 206 años desde la conformación de la primera unidad militar en el país, el Batallón de Voluntarios de la Guardia Nacional, creado tres días después del grito de independencia y que dio origen a lo que hoy son las Fuerzas Militares: Ejército, Armada Nacional y Fuerza Aérea Colombiana, todas instituciones emblemáticas y con alto grado de reconocimiento entre los colombianos, como ninguna otra entidad del Estado. A manera de ejemplo, la encuesta Pulso País, de Datexco, de mayo pasado, destaca que las tres fuerzas cuentan con una imagen favorable de entre el 73 y 86 por ciento.
Esa opinión no solo es a nivel interno, sino también en el contexto internacional, donde se reconocen su capacidad, el profesionalismo de sus hombres y mujeres, el nivel desarrollo alcanzado en más de dos siglos y, por supuesto, el compromiso con la defensa de la democracia y del territorio nacional, demostrado a través de décadas.
Un reconocimiento que data desde la participación del país en la fuerza de la ONU que combatió en Corea, donde la valentía de los 4.300 hombres que concurrieron quedó más que demostrada, y en las sucesivas misiones de paz en las que Colombia ha estado presente y en la colaboración prestada a otros países para combatir flagelos como el narcotráfico y el terrorismo.
Hoy, las Fuerzas Militares son una de las columnas vertebrales de nuestra democracia, toda vez que con sus acciones han logrado darle vuelta a un conflicto interno de más de 50 años, algo que en los 90 y a principios de siglo no era claro, lo que animaba a guerrillas como las Farc a pensar que podían tomarse el poder por la vía de las armas, pero que ahora, tras sucesivos golpes contra esas estructuras y sus cabecillas, están hoy sentadas a la mesa de diálogo y cerca de empezar el proceso concentración y dejación de armas.
Por eso, el día de la firma del acuerdo del cese bilateral y dejación de armas, y ante los ojos del mundo, el presidente Juan Manuel Santos les hizo el siguiente reconocimiento: “Su sacrificio, su sentido del deber, su compromiso con la defensa de la democracia, su comprensión de este punto de inflexión en nuestra historia han sido esenciales para llegar a este momento. Sin ellos, la paz no sería posible”.
Justo es reconocer que la institución militar, como lo aseguró a este diario el general Juan Pablo Rodríguez, comandante general de las Fuerzas Militares, “no ha sido un obstáculo” para el proceso de paz; por el contrario, participan a través de una subcomisión técnica –en la que están también delegados de la guerrilla–, que ha jugado un papel clave en el objetivo del Gobierno de firmar el fin del conflicto que tanto dolor y muerte han dejado en más de cinco décadas.
Ante esta nueva realidad, las Fuerzas Militares de Colombia se plantean nuevos objetivos, que, en palabras de su máximo líder, no significan una rendición sino un fortalecimiento y una transformación, precisamente, para consolidar la paz allí donde hacen presencia las Farc, y enfrentar de manera coordinada las amenazas que subsisten, entre ellas el Eln, las bandas criminales, el narcotráfico, la minería ilegal, las migraciones ilegales y el terrorismo transnacional, y garantizar una mayor presencia en las fronteras.
Este 20 de julio es también un día histórico porque gracias a los más de 264.000 hombres y mujeres que integran las Fuerzas Militares el país está pasando la página de más de 50 años de conflicto interno, que ha costado miles de muertos y heridos, y podrán enfocarse a los nuevos retos que plantea lo que ellos llaman el “pos-acuerdo”.
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