Los republicanos, reunidos en Cleveland, se aprestan desde hoy a ungir a Donald Trump como su candidato para disputar las presidenciales del 8 de noviembre en Estados Unidos, un escenario tempestuoso para el muy tradicional partido, ya que se esperaba que cualquier otro aspirante coronara la nominación, menos el animador de realities que en su discurso de postulación llamó “violadores” a los inmigrantes mexicanos y expuso una de sus propuestas más polémicas: construir un muro en la frontera con ese país y hacer pagar por él a los mismos mexicanos.
Desde entonces, de exabrupto en exabrupto y con golpes mediáticos como decir que prohibiría la entrada de musulmanes, la campaña de Trump fue creciendo en los sondeos y así ganó las primarias tras aplastar a pesos pesados como Jeb Bush o Ted Cruz, más estructurados y obedientes de las disciplinas del partido del elefante. El resultado en la campaña fue devastador. Del ideario del Partido Republicano quedó poco. Los principios parecieron haberse esfumado, y los republicanos se fracturaron.
Por eso, a partir de hoy, los delegados a la convención bendecirán a Trump para que enfrente a la demócrata Hillary Clinton, pero no así los grandes líderes del partido, que sienten como una abominación que un hombre con esas credenciales los represente. Más aún, temen que las presidenciales sean un desastre y en las legislativas pierdan el Senado. A hoy, los republicanos son mayoría en las dos cámaras.
En consecuencia, ninguno de los dos últimos presidentes republicanos, George H. Bush y George W. Bush, asistirán a la convención, ni los dos candidatos presidenciales precedentes, John McCain y Mitt Romney. Un significativo gesto contra el hombre que paradójicamente ha conseguido la mayor votación en unas primarias en la historia del partido. Romney, por ejemplo, no lo baja de “farsante”.
Quizás para compensar tanto conejo sacado del sombrero, Trump escogió como su fórmula vicepresidencial a Mike Pence, un curtido político cristiano que a juicio de algunos encarna los más valiosos de los principios conservadores. Es decir, muy poco que ver con el magnate. Con él intentará ampliar su base o recuperar a quienes salieron corriendo. Pero parece que no hay sintonía entre los dos.
Por el lado demócrata, el debate tuvo mucho más altura y, contra los cálculos, se le alargó a Clinton la resolución de la nominación por la inteligente oposición de Bernie Sanders, quien con su discurso progresista logró cautivar a los jóvenes. Ya Sanders está en el redil, lo que dinamiza aún más la campaña de una Clinton que ha logrado superar escollos claves como la investigación por uso irregular de su correo electrónico mientras era la encargada de Exteriores. La convención del partido del burro se inicia en Filadelfia el 25 de julio.
Los desafíos del próximo presidente de EE. UU. son enormes. El terrorismo interno y externo, que no dan descanso; los inacabados asuntos en el frente militar en Oriente Próximo, la inmigración, el sistema de salud y ahora las tensiones raciales, entre muchas otras cuestiones, pintan un panorama muy complejo. Pero Obama deja la economía más o menos saneada.
Hillary aventaja por unos 5 puntos en los sondeos, pero con Trump, como con el sombrero de los magos, nunca se sabe.
EDITORIAL