Este entusiasta lema publicitario nos martilla sin piedad cuando nos sentamos frente al televisor para ver las noticias, un partido de fútbol o las atractivas modelos de la farándula. Es una manera de mostrarnos la fantasía de país que el gobierno de Santos nos obsequia con paz, equidad y educación; algo infortunadamente muy distinto a lo que vemos todos los días. Pero los sueños sueños son. Producen el reconfortante efecto de los alucinógenos. Sin embargo, la dura realidad juega un papel de aguafiestas. Y con esta triste reflexión es hora de ver el nuevo país que nos espera después de la firma del acuerdo con las Farc y el plebiscito, que muy seguramente ganarán los ilusionistas de la paz.
Los tradicionales actores políticos no tienen clara su hoja de ruta. O, como dice Jaime Castro, no ven la salida del túnel. Hay un gran riesgo de que sus viejas y hasta ahora exitosas prácticas clientelistas (compra de votos, cuotas burocráticas y la ‘mermelada’ como pago de su apoyo al Gobierno) encuentren un inesperado rival más efectivo: una izquierda militante enrumbada por las Farc hacia el poder. Y es que este proceso de paz es la estrategia perfecta para lograrlo. Bien lo dice el abogado español Enrique Santiago, el hábil timonel político de las Farc: “Este proceso debe funcionar para la reconformación de la izquierda, abriéndole por primera vez una alternativa política de poder real en Colombia”.
La Jurisdicción Especial de Paz se ajusta –y no de manera casual– a este propósito. El punto siete del acuerdo ofrece reparación y protección a los indígenas, los afrodescendientes, los campesinos, los discapacitados, los desplazados, los refugiados, el colectivo LGTB y a las personas de la tercera edad. A esta posible contribución electoral de los sectores mencionados hay que agregar otras fortalezas de las Farc, como la disciplina de sus militantes, el control social, político y económico de las regiones donde hacen presencia, sus millonarios recursos financieros e incluso la intimidación a quien no se rinda al embrujo de sus propuestas.
Hay otros factores que esta nueva izquierda puede capitalizar a su favor. La corrupción, el descrédito de la clase política, el costo de la vida, los impuestos, la mala prestación de los servicios de salud y la inseguridad, permiten, tal como ocurrió en Venezuela, que en las elecciones del 2018 un recién llegado sea bien recibido en los sectores populares y en una clase media insatisfecha.
Ese mismo nuevo país les otorga a las Farc vastas zonas de concentración que serán pequeños Estados donde la quimera socialista se impondrá, no por las armas, sino por sus redentoras promesas. A esta balcanización contribuirán, sin duda, los inmensos recursos que les seguirá deparando el narcotráfico.
Cualquiera diría que esta nueva situación podría favorecer, más que a la izquierda, al Centro Democrático. Y así, en efecto, sucedería si Álvaro Uribe fuera el candidato. Pero como no puede serlo, se ha hecho visible en su partido un inquietante hervor de aspiraciones encontradas. Incluso se pone en tela de juicio la jefatura de Óscar Iván Zuluaga. Tal pugilato interno pone en riesgo la llegada del Centro Democrático a la segunda vuelta electoral.
Según las encuestas, los votantes navegan en un mar de candidatos sin que ninguno de estos aparezca como seguro triunfador. Del lado del Gobierno, tampoco hay unanimidad en torno a un nombre. La aparición de las Farc como movimiento político, con todos sus alfiles en el mapa electoral, no descarta que puedan ser las protagonistas de un nuevo país. No el que nos ofrece el Gobierno con su costosa algarabía de anuncios, sino uno que probablemente seguirá el rumbo de Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, y verá como preámbulo de su triunfo el apretón de manos de Santos y ‘Timochenko’ bajo la complacida mirada de Raúl Castro.
Plinio Apuleyo Mendoza